El control (de la epidemia) a través del móvil
La UE proyecta una aplicación de telefonía que puede ayudar a controlar la epidemia, pero depende de cómo se diseñe, también podría servir para desarrollar un sistema autoritario de vigilancia
La crisis del coronavirus está acelerando cambios que tendrán un impacto profundo en nuestras vidas. Hemos dado saltos en la organización del teletrabajo y en el uso social de las nuevas tecnologías que hubieran tardado años y que nos sitúan ante nuevos paradigmas sin tiempo casi para debatir adónde nos conducen. El más urgente lo tenemos ya aquí: el uso de los datos de movilidad para el ...
La crisis del coronavirus está acelerando cambios que tendrán un impacto profundo en nuestras vidas. Hemos dado saltos en la organización del teletrabajo y en el uso social de las nuevas tecnologías que hubieran tardado años y que nos sitúan ante nuevos paradigmas sin tiempo casi para debatir adónde nos conducen. El más urgente lo tenemos ya aquí: el uso de los datos de movilidad para el control de la epidemia. Tal como se comporta este virus, que es muy infectivo y se contagia en fases asintomáticas, no podremos arriesgarnos a levantar el confinamiento sin disponer de test suficientes de diagnóstico y un sistema de vigilancia que permita controlar los contactos de los nuevos contagios.
Aunque con dificultades, parece que podremos contar con test rápidos y suficientes laboratorios para pruebas de PCR. Pero la vigilancia epidemiológica plantea grandes dificultades. La Unión Europea proyecta utilizar una aplicación de telefonía móvil que puede ayudar a controlar la epidemia, pero también puede servir para desarrollar un sistema autoritario de vigilancia. Lo que está en discusión no es si esas aplicaciones son buenas o malas en sí mismas, sino cómo deben utilizarse para que no se conviertan en un instrumento de control para otros propósitos.
La tecnología está ya disponible y es muy parecida a la que se utilizó en Corea del Sur o Singapur. La idea es desarrollar una aplicación de rastreo de contactos y envío de alertas común y adaptable a cada país que, bajo las pautas del programa Rastreo Paneuropeo de Proximidad para Preservar la Privacidad (PEPP-PT), pueda asegurar la trazabilidad de los contactos cuando se restablezca la libertad de circulación. Google y Apple, los dos gigantes tecnológicos que controlan el 99% de los sistemas operativos de los teléfonos, han iniciado una colaboración inédita para facilitar la instalación automática.
La aplicación otorga a cada aparato un número de identificación temporal, de manera que cuando dos teléfonos se encuentran a una distancia (menos de dos metros) o un tiempo (más de cinco minutos) eficaces para un contagio, el contacto queda registrado. Cuando una persona presenta síntomas de Covid-19 y lo comunica a la aplicación, esta busca los contactos que se han cruzado con el del infectado y les envía un aviso para que se aíslen y soliciten hacerse las pruebas. Los promotores aseguran que la privacidad está a salvo porque la comunicación entre aparatos no será por geolocalización, sino por Bluetooth, y que el sistema de agregación respeta el anonimato: se almacena el código del teléfono pero no a quien pertenece.
En su libro Homo Deus el historiador Yuval Noah Harari nos recuerda que “en el siglo XXI, nuestros datos son probablemente el recurso más valioso que aún tenemos por ofrecer la mayoría de los humanos, y los estamos cediendo a los gigantes de la tecnología a cambio de un servicio de correo electrónico y de vídeos graciosos de gatos”. Así es. Si cada día damos permiso a las grandes operadoras para que utilicen nuestros datos, incluida la geolocalización, por mera conveniencia, ¿por qué no íbamos a cederlos para evitar muertes?
La cuestión no es ceder datos, sino en qué condiciones. De momento se trabaja con la idea de que la activación de la app sea voluntaria, pero para que sea eficaz, ha de participar un porcentaje significativo de población. En Singapur solo se la descargó el 20% y, tras varios repuntes, ha tenido que decretar un confinamiento estricto. Si la colaboración espontánea no fuera suficiente y el peligro de contagio persistiera o el virus mutara a formas más letales, es muy probable que se planteara la obligatoriedad. La otra cuestión problemática es cómo se almacena la información. Existen dos opciones: depositarla en un servidor general que alguien controla, o que se almacene únicamente en los móviles. La diferencia es esencial: la que va de un control centralizado, y por tanto, susceptible de ser utilizado por el poder, o uno difuso, en manos de cada usuario. A efectos de prevenir posibles usos perversos, es evidente que el segundo es mejor. Eso es lo que se discute ahora, con Alemania como principal defensor de un sistema centralizado.
No podemos minusvalorar la capacidad de control a través de los algoritmos. Harari lo ilustra con una imagen sugestiva: “Pronto los libros (electrónicos) te leerán mientras tú los lees. Y mientras tu olvidas rápidamente todo lo que lees, Amazon no olvidará nunca nada”, lo que le permitirá saber en todo momento “exactamente quién eres y cómo encenderte y apagarte”. Quien controle los datos puede controlarte a ti. “Un día u otro llegaremos al punto en que será imposible desconectar ni siquiera un momento de esa red omnisciente. La desconexión significará la muerte”, dice. La mejor forma de legitimar un sistema de vigilancia es comenzar por una buena causa, pero hay que prever qué puede ocurrir después y establecer las defensas necesarias para evitar un uso autoritario.
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