Cuentos confinados

Carme, una maestra de Sant Celoni, explica y representa cada mediodía un cuento a su vecino Quim, de cuatro años

Quim y su vecina Carme, con su atrezzo para contar Ricitos de Oro.HELENA LîPEZ (EL PAÍS)
Barcelona -

Carme Branchadell tiene 63 años. Quim tiene cuatro. Viven en Sant Celoni, cada uno en una casa, que se comunican por los patios de arriba. Antes de que el coronavirus pusiera nuestras vidas patas arriba, no se conocían. Se habían visto alguna vez, cuando los padres de Quim subían a tender ropa. Ella le sacaba la lengua. Él se escondía, vergonzoso. Hasta que el Covid-19 les encerró en casa y comenzaron a verse a diario. “Cuando quieras, te cuento un cuento”, le ofreció Carme a Quim. De esto hace más de dos semanas. El niño respon...

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Carme Branchadell tiene 63 años. Quim tiene cuatro. Viven en Sant Celoni, cada uno en una casa, que se comunican por los patios de arriba. Antes de que el coronavirus pusiera nuestras vidas patas arriba, no se conocían. Se habían visto alguna vez, cuando los padres de Quim subían a tender ropa. Ella le sacaba la lengua. Él se escondía, vergonzoso. Hasta que el Covid-19 les encerró en casa y comenzaron a verse a diario. “Cuando quieras, te cuento un cuento”, le ofreció Carme a Quim. De esto hace más de dos semanas. El niño respondió que sí… y hasta hoy.

Mediodía se ha convertido en la hora que marca la vida de estos dos confinados. Les separa un cristal que lo hace todo más teatral. Carme le explica cada día un cuento a Quim. Y cuando acaban, el niño le encarga el del día siguiente. Pero no piense el lector en una señora de mediana edad que se limita a abrir un álbum y leer. Qué va. El encuentro se ha convertido para los dos en una actividad en mayúsculas, y sería difícil discernir quién disfruta más.

Porque antes de cada bolo, cada uno por su cuenta buscan atrezzo y vestuario para sorprender al otro. Orejas de burro, para Los músicos de Bremen; vestidos y un espejo para El Vestido nuevo del emperador; ositos, sillas y tazas para Ricitos de Oro; una moneda de cartón para El Patufet; escobas y muñecos para La ratita presumida… Todo, claro, representado con las voces de cada personaje y canciones.

“Nos lo pasamos los dos bien, es un momento íntimo que provoca una reacción en cadena que tiene beneficios para todos”, celebra Carme, consciente de que su papel en esta historia está “entre el de abuela y maestra”. Abuela, lo es de tres nietos. Y maestra lo fue. Tiene mili en los dos roles. “Es un momento de luz, de alegría”, explicaba Carme el día siguiente a perder a un primo enfermo de Covid-19. Se pregunta si Quim se acordará de estos momentos como ella recuerda instantes de su infancia, sensaciones.

A la madre de Quim, Helena López, periodista, el cuento le ha “salvado la vida”: “Me ha resuelto el día, centrado en la emoción previa y en prepararlo todo para el día siguiente: el material, las canciones...”, asegura y celebra también que sea un momento para Quim, que con la llegada de un bebé hace un año perdió protagonismo.

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