Con el mejor amigo del hombre, por partida doble
La convivencia con perros en estos días de encierro obliga a exponerse al virus a diario, quieras o no quieras
A Leo y Bruno me los encontré debajo de un árbol un caluroso día de agosto. Tenían tres meses y durante una semana esperaron que volviera la persona que los había abandonado. En ese tiempo en los que algunos vecinos les tiraban restos de comida, ellos esperaron y esperaron. Podrían haber vagado, como Reina y Golfo, pero se quedaron esperando. Al final fui yo quien los recogió pensando que alguien se haría cargo de ellos. Me equivoqué. Nadie los quiso. “No sirven para nada. Ni para cazar, ni para vigilar”, me dijeron. Pero sí que sirven. Jamás había tenido perro. Cua...
A Leo y Bruno me los encontré debajo de un árbol un caluroso día de agosto. Tenían tres meses y durante una semana esperaron que volviera la persona que los había abandonado. En ese tiempo en los que algunos vecinos les tiraban restos de comida, ellos esperaron y esperaron. Podrían haber vagado, como Reina y Golfo, pero se quedaron esperando. Al final fui yo quien los recogió pensando que alguien se haría cargo de ellos. Me equivoqué. Nadie los quiso. “No sirven para nada. Ni para cazar, ni para vigilar”, me dijeron. Pero sí que sirven. Jamás había tenido perro. Cuando falleció Jerjes, mi gato medio persa, después de 17 años de convivencia, me juré que jamás volvería a tener un animal. Leo y Bruno no solo hicieron que me olvidara de ese juramento, también dieron normalidad y pautas a mi vida de periodista, caracterizada por no conocer turnos ni horarios fijos.
Su vida cambió desde entonces. La mía también. No hay actividad, jornada festiva, ni vacaciones que no pasen por la condición de que sea con ellos. Hace unos meses, cuando buscaba coche para poder seguir circulando por Barcelona, tras las restricciones de Ada Colau, los llevé al concesionario para que probaran la parte trasera del modelo que me gustaba. Todavía recuerdo la cara del vendedor. Desde que llegaron en 2013, todos los mediodías, pueda o no pueda, hago un paréntesis y voy a casa, a comer, o solo a pasearlos. Inimaginable hasta entonces.
Quizá por eso decidí, egoístamente, que, aunque no sirvieran para nada, me quedaría con los dos. Así se harían compañía y aliviarían mi conciencia a partes iguales. Para compensar las horas que pasan solos a diario, en el momento que puedo, los regalo con lo que más les gusta (aparte de comer y dormir): largos paseos por su parque preferido y visitas a cualquier playa donde corren, juegan y se pelean como niños, persiguiendo a las olas en sus inagotables, como ellos, movimientos.
Por eso, Leo y Bruno no entienden que llevemos 12 días juntos, con sus mañanas, tardes y noches, encerrados y que los paseos se hayan reducido a lo estrictamente necesario para el alivio canino. Se acabó el ascensor, con lo que les gustaba mirarse en el espejo. Ahora, los tres, bajamos y subimos cinco pisos andando, por seguridad y por ser la única posibilidad de agotar la energía explosiva que siempre tienen. Y lo peor para ellos: se han acabado los encuentros furtivos con otros especímenes perrunos. Nada de olisquear, saludar ni jugar con otros sabuesos, por muy amigos suyos que sean.
A falta de consolas y dibujos, entretener a ‘Leo’ y ‘Bruno’ se basa en caricias y mimos
A falta de lápices de colores, dibujos animados, videoconsolas o tirarles la pelota que les permita desahogarse por el mini pasillo que acabaría de desquiciar el confinamiento de los vecinos, el entretenimiento de Leo y Bruno es muy básico; sobre todo, jugar con ellos para despertarlos del letargo que los lleva, como dos zombis, de alfombra en alfombra. Mi preferido es acariciar y lanzar piropos a uno de ellos mientras pronuncio el nombre del otro. Les sienta fatal.
Tras explicar el presidente Sánchez que se podría salir a pasear a las mascotas (tuve mis dudas), las redes se llenaron de comentarios, memes y, sobre todo, queja por la diferencia con los hijos que tendrían que estar dos semanas sin salir de casa (ahora ya son cuatro). Se ha visto gente paseando peluches, cerdos vietnamitas, cabras o, incluso radiadores, para saltarse las normas de confinamiento. Otros, han ofrecido en internet, a un módico precio, a su perro como salvoconducto para poder pisar la calle.
En Barcelona viven más de 150.000 perros confinados junto a sus dueños
Pero salir a pasear el perro no es un privilegio, es una obligación. Para mí no es plato de buen gusto exponerme tres veces al día a un contagio que no deseo para nadie. Por eso, he conseguido reducir las salidas a dos. Menos es imposible. Reventarían. Al subir, Leo y Bruno ya se han acostumbrado a la desinfección de sus ocho patas. Nunca han estado tan limpios.
En Barcelona hay unos 150.000 perros que viven con sus dueños como uno más de la familia y que pasan estos días confinados como ellos. Pero hay otros que no tienen tanta suerte: 129 perros como Leo y Bruno y 54 gatos, como el añorado Jerjes, que siguen esperando días, semanas, meses y años a que alguien se los lleve a casa. Viven en el Centro de Acogida de Animales de Compañía que, estos días, está cerrado al público de forma preventiva. No hay adopciones, quizá para evitar casos como el de una comunidad de vecinos (no en Barcelona) que adoptaron a uno para pasearlo por turnos. Sí se recogen animales perdidos. Desde el día 14 hasta el pasado domingo: 29 perros y 10 gatos; unas cifras que entran dentro de la normalidad. La mayoría (20 perros y 6 gatos) eran animales perdidos que sus dueños han podido recuperar o se les ha podido gestionar casas de acogida. Se garantiza el funcionamiento del centro y la atención de los animales. El paseo diario lo realizan, como siempre, voluntarios, ahora, en grupos más reducidos y con medidas de protección estrictas. En el caso de que un infectado sea ingresado y no tenga con quien dejar a su mascota se activa el mismo protocolo que en cualquier ingreso hospitalario o de exclusión social.
Cuando todo esto pase, estos 129 perros y 54 gatos seguirán esperando a que alguien les cambie la vida, para bien. La de ellos y la de sus nuevos dueños, como a mí me cambió hace seis años.
Llenos de energía
Lugar de cuarentena: En un piso del Clot de Barcelona.
Habitantes y edad: Tres adultos; una persona y dos perros (seis años caninos equivalen a 45 humanos).
Carencias: Más metros para correr y agotar energías.
Libro y serie: Lluvia fina, de Luis Landero, que habla de reencuentros. Peaky Blinders, en Netflix.
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