Francisco Fernández Marugán, el hombre de Estado que siempre estuvo allí
El político socialista siempre trabajaba sin alardes, sin protagonismo, con una vocación inequívoca de consenso
Ha fallecido Francisco Fernández Marugán y, con él, se va una forma de hacer política que hoy se echa profundamente de menos. Una política silenciosa, paciente, basada en la palabra dada, en la negociación discreta y en la convicción de que los acuerdos amplios no son una concesión, sino una obligación moral con el interés general. Hacer política para la sociedad, en definitiva.
Conocí a Paco a principios de los años noventa, en el Congreso de los Diputados, en aquellos tiempos en los que la política española se construía muchas veces lejos de los focos, entre conversaciones largas, papeles subrayados y cafés que se alargaban hasta la madrugada. Formaba parte de ese PSOE de Alfonso Guerra, Txiki Benegas o Salvador Clotas, entre otros. Entonces ya destacaba por algo que nunca perdió: su capacidad para escuchar, para entender la posición del otro y para tejer complicidades incluso entre quienes parecían condenados al desacuerdo. Siempre estaba allí cuando hacía falta. Siempre.
Tuve una relación personal excelente con Paco. Noble, afable, con sentido del humor. Hicimos buenas migas y mucho trabajo juntamente con Teresa Cunillera, Vicente Martínez Pujalte, Josep Antoni Duran i Lleida y yo mismo. Personas y planteamientos a menudo diametralmente opuestos, pero jamás hubo un no a dialogar o a intercambiar propuestas.
Valga como ejemplo que, ya se puede decir hoy, hubo negociaciones presupuestarias de las que nunca se habló públicamente y que, sin embargo, fueron decisivas para la estabilidad del país. Cuando nadie sabía cómo avanzar, aparecía una cena discreta en Casa Ciriaco, con Teresa Cunillera, qué gran diputada, y allí empezábamos a escribir acuerdos que luego sostendrían presupuestos y leyes. Hacíamos política, entre personas, para fabricar pactos. No era alquimia, era buena voluntad. Así trabajaba Francisco Fernández Marugán: sin alardes, sin protagonismo, con una vocación inequívoca de consenso.
Participé con él en la negociación de los Presupuestos Generales del Estado en etapas políticas muy distintas: con Felipe González, con José María Aznar y también con José Luis Rodríguez Zapatero. En todas ellas mantuvo la misma actitud: firme en sus convicciones, pero abierto al acuerdo. Un ejemplo paradigmático de esa forma de entender la política fue la Ley del Estatuto del Contribuyente, negociada desde la oposición, con el Partido Popular en el Gobierno, junto a interlocutores como Vicente Martínez Pujalte, y con el concurso de CiU. Un consenso amplio que hoy parecería casi imposible, pero que entonces fue realidad gracias a personas como él.
Marugán fue, ante todo, un hombre de Estado, de los que siempre estuvo allí. No se escondió y acudía cuando el deber le llamaba. Lo demostró también en su etapa como Defensor del Pueblo, cargo que ejerció con independencia, rigor institucional y un profundo respeto por el equilibrio entre derechos y deberes. Lo recuerdo en esa responsabilidad cuando, junto al presidente de CEOE, Antonio Garamendi, acudimos a verle para plantear el recurso de inconstitucionalidad contra el Impuesto sobre el Patrimonio en 2019. Nos recibió con la misma actitud de siempre: escucha atenta, análisis jurídico serio y una voluntad sincera de entender todas las posiciones.
Fue un gran negociador, pero sobre todo una gran persona en el trato: educado, leal, discreto y profundamente respetuoso con las instituciones. Representó una cultura política del acuerdo que no renunciaba a las ideas, pero que entendía que el progreso colectivo solo es posible desde el entendimiento.
Hoy despedimos a un político ejemplar, a un socialista convencido, a un servidor público íntegro y a un interlocutor imprescindible en muchos de los grandes acuerdos de nuestra democracia. Francisco Fernández Marugán siempre estuvo allí cuando España lo necesitó. Y por eso su ausencia se nota, y se notará, durante mucho tiempo.