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De las merinas de los tres pastores Pérez a 400 mantas tradicionales: el homenaje a los últimos trashumantes sorianos

Dos emprendedores intentan apoyar la ganadería y los tejidos de siempre con la olvidada lana española

Las facciones del pastor Ricardo Pérez, de 69 años, curtidas por décadas de pastoreo bajo soles, fríos, lluvias y vientos inclementes, adquieren una ternura infantil cuando sus ajadas manos acarician una manta de lana merina de nombre Generosa, como su madre. Los ojos azules brillan en un viaje a esa infancia entre ovejas en las duras ...

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Las facciones del pastor Ricardo Pérez, de 69 años, curtidas por décadas de pastoreo bajo soles, fríos, lluvias y vientos inclementes, adquieren una ternura infantil cuando sus ajadas manos acarician una manta de lana merina de nombre Generosa, como su madre. Los ojos azules brillan en un viaje a esa infancia entre ovejas en las duras Tierras Altas de Soria, los dedos palpan la suavidad no exenta de robustez de la fibra, la boca esboza una sonrisa, la mirada denota agradecimiento y orgullo. Las proveedoras pacen y balan como sus ancestras durante siglos; hoy las últimas: la trashumancia que pronto las llevará hasta Extremadura ha perdido fieles pero no romanticismo. David Ortega, soriano de 28 años, y Francisco Ayuso, cordobés de 35, siguen creyendo y sintiendo: han creado Mestas, una marca de mantas y prendas con vellón merino de los últimos trashumantes de Soria. “Hemos hecho esto por ellos”, repite el dúo, sobre el sentido terceto de pastores Pérez que aún cambia al ovino de pastos cada seis meses.

Las 1.600 ovejas se desperdigan por Navabellida, una aldea que solo late en verano. Algunas aguardan tras una cancela; otras catan monte con el mayor, José María, de 75. Aquellas siguen los silbidos y ruidos de Basilio, de 72; Ricardo y su perro guían un hatajo hacia sabrosas praderas. Allí toca y observa por primera vez el fruto de los desvelos de Ortega y Ayuso, obsesionados desde 2023 con homenajear a los pastores y al vellón. El soriano, doble grado en Derecho y Administración de Empresas, documenta la compleja provincia soriana y sus gentes en sus redes sociales y conoció a los hermanos en una de sus aventuras y fue glosando sus desventuras.

El cordobés, licenciado en Derecho y amante del campo, los descubrió virtualmente y juntos acompañaron a los Pérez en la trashumancia de 2023, dirección Trujillo (Cáceres). Así decidieron forjar Mestas, un proyecto de reivindicación tradicional bajo tesis modernas pero en el fondo añejas: la sostenibilidad y anticonsumismo de una manta para toda la vida, el bienestar animal de merinas en libertad, el pulso contra el cambio climático de desbrozadoras naturales cuidando del terreno, el afán por reactivar las tierras de los desheredados frente a las colmenas urbanas.

Todo, vía mantas. “Cuando llovía, las doblábamos… Era el primer impermeable que había”, desglosa Ricardo, envuelto en ella, rostro descubierto, cual virgen ante el milagro de que unos jovencitos aún confíen en la tradición. “Cuando éramos chavalitos y llovía, la manta pesaba más que nosotros, servía para el frío y el agua y para tumbarse a la sombra a descansar. Es fenomenal que recuperen lo que se ha hecho siempre”, valora el ganadero, acariciando las cuatro mantas disponibles, 100 de cada modelo. Tres para sofá, para arrebujarse viendo Netflix como los viejos sorianos se guardaban del frío estufa mediante: la blanca fina, Generosa, en honor a las duras mujeres rurales y matriarca de los Pérez; la de franjas marrones, Vereda, por aquellos capilares pecuarios peinando las mesetas; la marrón, Babia, por la comarca leonesa de linaje ovino. Navabellida bautiza a la de pastor, la más robusta, como la usada durante siglos. Todas del material original, sin tintes.

Ortega disecciona los precios: 220 euros las de pastor, 250 las de sofá ―IVA y envío incluido―. “En las mantas se nos va mucho tejido, saldría mejor hacer calcetines o bufandas. Es caro, pero de calidad y de lujo sostenible”, explica el soriano, que insiste en “un producto para toda la vida” con compromiso local: se lava en Paredes de Nava (Palencia) y el artesano es de Val de San Lorenzo (León). “Todo hecho en pueblos de España. Es un sector que necesita relevo”, detalla. Y apunta que en impuestos se va casi lo mismo que para el artesano. Ortega defiende pagar tributos, pero quizá se deba impulsar al medio rural con ventajas para quienes lo trabajan. Su socio, de ascendencia soriana, ensalza la “primavera constante” donde vive el ovino trashumante, siempre con los mejores brotes al alcance de sus belfos: “En la propia lana se nota las épocas donde han comido en dehesa o en pico”. Estos amigos han tenido ofrecimientos de quedarse con las cabañas de históricos pastores como Suso Garzón, responsable de que las centenarias cañadas, como la que atraviesa Madrid entre Soria y Cádiz, tengan año a año rebaños y rebaños mordisqueando arbustos en la Puerta de Alcalá.

No pueden adoptarlas, pero sí revalorizar al merino, envidia de Europa hace siglos. “La lana está de moda, Inditex o las grandes marcas intentan imprimir un marchamo de calidad a sus prendas diciendo que es lana de Australia, ¡cuando aquí tenemos la mejor!”, protesta Ayuso, esperando lanzarse pronto a jerséis, gorros, bufandas, calcetines, chaquetones, sobrecamisas… pero siempre conforme a unos tiempos más lentos que las fábricas de Asia: aquí dependen de las ovejas y su época de esquileo, de los tiempos del artesano y del margen que les dejan a ambos sus empleos. También de sueldos dignos. No lo hacen por dinero sino por el cariño hacia esos hermanos que esperan jubilarse en 2026 y pondrán fin, sin herederos, a un ritual que su familia mantiene, calculan, desde el año 1700.

El menor de los Pérez hace memoria en una conversación donde se alude a la Reconquista y los fueros sobre los nuevos núcleos de repobladores, a Alfonso X El Sabio, creando el Real Concejo de la Mesta sobre la herencia de los viejos grupos organizados que bajaban al sur y dieron paso a las mestas, mezclas de ganado perdido, ejerciendo de coche escoba de las descarriadas. “Mi bisabuelo Anselmo pidió en su lecho de muerte que le subieran a la cama, en un segundo piso, unos mansos de su ganadería. Fue su última petición. Les dijo que gracias por tanto”, recuerda el sexagenario, quien vivió las trashumancias clásicas, caminando, para luego pasar al ferrocarril y por último recurrir a camiones que en unas horas mueven a sus ovejas desde la estepa soriana al más cálido Trujillo para pasar el invierno. Sin semanas de caminatas, sin dormir al raso, sin mastines, sin hablarle al rebaño en castellano y en el complejo lenguaje de los pastores, medio humano medio animal, sin cortar embutido y queso bajo una encina envuelto en su manta añeja. Ya no caen las nevadas que cubrían hasta el techo de las casas y aislaban a Navabellida durante semanas. Tampoco queda nadie a quien sepultar más que al silencio y el eco de esos cencerros que encaran su último viaje.

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