Rajoy se lanza a la literatura aforística
El expresidente publica un libro de reflexiones políticas en el que aboga por “hablar poco de inmigración”
“Los secretos y fundamentos humanos de la sabiduría política”, anuncia la portada del libro, entre el nombre de su autor —Mariano Rajoy— y el título: El arte de gobernar. Dice el expresidente que ese título fue elegido por el editor, el exministro del PP ...
“Los secretos y fundamentos humanos de la sabiduría política”, anuncia la portada del libro, entre el nombre de su autor —Mariano Rajoy— y el título: El arte de gobernar. Dice el expresidente que ese título fue elegido por el editor, el exministro del PP Manuel Pimentel. Y lo que a primera vista parece parafrasear al clásico El arte de la guerra se confirma plenamente en las páginas interiores: Rajoy, al estilo de Sun Tzu, desgrana aforismos y breves reflexiones sobre ese arte del buen gobierno que, según Pimentel, “comprende las sutilezas del alma humana”. Un Rajoy menos irónico y más filosófico que de costumbre, sin abandonar ese sentencioso estilo suyo, entre lo profundo y lo perogrullesco, para meditar sobre la profesión a la que ha dedicado su vida.
El libro que acaba de publicar Almuzara, apenas 120 páginas de concisos fragmentos, puede entenderse como una reivindicación de la política frente a los que trabajan en su descrédito. De la política tradicional, para ser más específicos. En un momento de clara contaminación de los discursos ultras, Rajoy se aferra al modelo de la derecha de toda la vida. Ensalza el valor del Parlamento y de los grandes consensos políticos, combate el populismo y el barullo irreflexivo de las redes sociales, reitera la profesión de fe europeísta, proclama la vigencia de los partidos, dice que se ha ido demasiado lejos en el combate a las puertas giratorias, advierte de que la política consiste a menudo en “escoger lo menos malo”…
El expresidente se muestra como el conservador que conocimos siempre, ese hombre que se vanagloria de ser previsible. Su tradicionalismo lo expone con orgullo. “Sí, yo soy un declarado defensor del bipartidismo”, proclama. “Conviene que los partidos políticos no sean muchos más de dos, no muy alejados en sus postulados el uno del otro. Eso da estabilidad y confianza. El pluripartidismo es generador de incertidumbre”. Del mismo modo que repudia el lenguaje inclusivo, se deshace en alabanzas a la Monarquía y todavía no ve llegado el momento de tocar la Constitución, pese a que “puede que no sea perfecta ni contemple los remedios a todos nuestros males”.
Con esa cierta aura de sabio oriental con que es presentado, Rajoy se prodiga poco en la ironía, fuera de algún destello: “No te alabes a ti mismo. Deja que los demás lo hagan”. Otras veces el humor se pone al servicio de un hombre al que parece agradarle que le vean como chapado a la antigua: “Son preocupantes los problemas de guardarropía que se ven en algún Parlamento”.
El marianismo más empedernido se desborda en un apartado de consejos a los jóvenes políticos. Ahí se hermanan el nuevo toque oriental y el viejo catecismo en un festín de apologías de la pasividad: “A veces no tomar una decisión es una manera de tomarla”, “cuidado con los presurosos, a veces es urgente esperar”, “si no sabes a donde ir, quédate donde estás”… Los apotegmas abarcan desde ingeniosos juegos de palabras (“La política necesita gente que no necesite de la política”) hasta obviedades presentadas como revelaciones (“Sin buenas políticas no puede haber buenas consecuencias”)
El libro no contiene alusiones muy directas a la actualidad. Sí desliza reflexiones que indudablemente se aplican a ella, como cuando postula que un Gobierno al que le rechazan los Presupuestos debe convocar elecciones. La alergia de Rajoy a las políticas de memoria histórica, que hibernó durante su paso por el poder, no admite dudas: “Revisar la historia como se está haciendo en los últimos años va contra el espíritu de la Constitución y contra la convivencia entre españoles”.
Otros apuntes, menos explícitos en sus referencias, chocan con actuaciones actuales de su partido. Mientras el PP ha tomado la bandera de la inmigración como una parte esencial de su discurso, el expresidente afirma: “Los políticos debemos hablar poco de inmigración”. Las estridencias diarias de los populares también se compadecen poco con los lamentos de Rajoy contra “la bronca, la suciedad, la exageración”. Lo mismo ocurre al hablar de corrupción, algo que le tocó muy de cerca. “Quien acusa tiene que demostrar”, sentencia el expresidente. Y abunda: “Nadie puede presumir de incorruptible y convertir al rival en un corrupto integral”.
Entre consejos y reflexiones, la autocrítica se escapa por la ventana. Solo encontramos amagos de rectificación. Reconoce que en el Gobierno incumplió su programa electoral al subir los impuestos o aplicar recortes. Y lo justifica: “Muchas veces me he tenido que comer mis propias palabras, no por conveniencia política, sino porque la realidad lo demandaba”.
A diferencia de Felipe González y José María Aznar, que nunca han abandonado del todo la escena pública, Rajoy se prodiga muy poco desde su retirada. “En política es muy importante darse cuenta de cuando sobras y actuar en consecuencia”, escribe. “Conviene, cuando toca, resignarse a la jubilación”.