El cura jubilado de Cuenca que sueña con un museo para su colección de arte restaurado
Mariano Vélez, aficionado a la restauración, remoza un centenar de obras adquiridas en sus visitas al Rastro de Madrid
En un sótano del Ayuntamiento de Lagunaseca, un pequeño municipio de la Serranía Alta de Cuenca con apenas medio centenar de censados, reposan un centenar de obras restauradas por Mariano Vélez, un sacerdote jubilado que pasa sus años de retiro entre los misales y calices de la parroquia de Vallec...
En un sótano del Ayuntamiento de Lagunaseca, un pequeño municipio de la Serranía Alta de Cuenca con apenas medio centenar de censados, reposan un centenar de obras restauradas por Mariano Vélez, un sacerdote jubilado que pasa sus años de retiro entre los misales y calices de la parroquia de Vallecas a la que acude como voluntario y las visitas que realiza a los anticuarios del Rastro de Madrid. De allí han salido la mayoría de las obras que ha restaurado desde que su vocación religiosa se entremezclara, casi al mismo tiempo, con la artística. Cristos, vírgenes, escenas evangélicas, pero también bodegones, marinas, cobres pintados y hasta muebles conforman una nutrida e insólita colección de arte que Vélez desea ver expuesta antes de morir en su pueblo natal: “Tengo 80 años, no puedo esperar mucho más. Cualquier día me puede dar algo, y no quiero que todo esto se quede encerrado”, cuenta.
Vélez descubrió su afición por los pinceles cuando ejercía de cura en el municipio madrileño de Valdilecha. Obnubilado por los trabajos que devolvieron el esplendor al ábside románico de su parroquia, se apuntó al taller del Arzobispado de Madrid, donde se formó durante dos años. Ahí empezaron sus visitas al Rastro. “Atendía al pueblo y por las tardes iba al taller”, recuerda. Debutó con el Ecce Homo que compró a un anticuario de Ocaña (Toledo). Al principio eran obras de pequeño formato, “pero poco a poco fui encontrando obras que podían tener más valor”, explica. Siempre ha pesado más su gusto por la temática o por la emoción que le suscitaba el cuadro que adquiría que por la firma o el anónimo que pudiera esconderse tras él. Y en sus manos también caían las obras que algunos de sus amigos se encontraban abandonadas junto a un contenedor. “Sobre todo me gusta la pintura clásica, realista. No entro en la abstracta por los soportes y las telas que utilizan”.
En la iglesia de Lagunaseca cuelgan tres cuadros de gran formato restaurados por él. “Uno de ellos viene del Palacio de Caserta, en Italia”, destaca orgulloso. Otro, “un cristo en el sepulcro”, tiene el estilo de Caravaggio, comenta, por lo que no descarta que fuese de algún discípulo suyo o incluso de algún predecesor. Vélez se encariña con todos, “los buenos y los menos importantes”, y aunque afirma no guiarse por criterios “crematísticos”, flirtea con tener alguna joya aún por descubrir. “No sé si nos dará una sorpresa algún día, pero lo importante es que está aquí, y es hermoso”, señala sobre otro lienzo que muestra una escena de Jesús curando a un ciego. El mayor gasto lo hizo para adquirir por 1.000 euros una tabla del siglo XVI que aún no ha restaurado y que representa a Santa Inés mártir. Regatear con los anticuarios, explica, “es un rito, un protocolo”. “Si me piden caro, me voy y muchas veces cuando ya he salido me llaman para que vuelva”, ríe.
Vélez quiere que su colección de arte restaurado sea un reclamo más para atraer turistas a su pueblo, como ya lo son sus famosas torcas —hundimientos en el terreno de hasta 500 metros de diámetro— o el artesonado mudéjar de su iglesia. “Una cosilla más al pueblo le podría dar una vida que actualmente no tiene”, asegura. Vélez cuenta ya con un proyecto de 200.000 euros, realizado por un arquitecto de la zona, para equipar alguna sala con la seguridad y la iluminación que requeriría exponer las obras que ha ido atesorando a lo largo de su vida y que permanecen apiladas en un pequeño sótano del Ayuntamiento. Pero su pueblo, recuerda, “es pobre de solemnidad”, con apenas 20 vecinos viviendo en invierno, y aunque su ayuntamiento “está por la labor” no cuenta con los recursos suficientes para afrontar una inversión de este tipo y necesitaría de la ayuda de otras administraciones o de alguna empresa dispuesta a hacer de mecenas.
“Cuando se montan exposiciones como las Edades del Hombre, ahí colaboran ayuntamientos, diputaciones, comunidades autónomas, el obispado, etcétera... y aquí no se mueve nada desde hace cuatro años”, lamenta. Y añade: “Yo no traje los cuadros para almacenarlos, sino para que la gente los disfrute”. Mientras tanto, Mariano mantiene su doble vocación intacta: la de sacerdote y la de restaurador, afición a la que sigue entregado y que cultiva en su taller, repartido entre su casa del Puente de Vallecas y la que tiene en Lagunaseca. “Entre la restauración y ayudar a la parroquia a la que voy me siento a gusto. Lo que sé es por mi curiosidad e interés porque al final del Concilio Vaticano II se reestructuraron los cursos y tuve la desgracia de no tener una asignatura de arte en mi vida cuando estudiaba. Pero lo he ido supliendo como he podido”, rememora. “A ver si hay suerte y sacamos adelante este museo”, suspira.