El ‘Isaac Peral’ posiciona a España como gran fuerza submarina con diez años de retraso
El S-81 que ha diseñado Navantia para la Armada empezará a operar esta primavera y es el primero de una serie de cuatro que se entregarán en 2026, 2028 y 2030
—Rumbo norte.
—Enterado.
—Bajando cota 100.
—Enterado cota 100.
Tras unos segundos a oscuras y haciendo equilibrios para no caer, una alarma empieza a pitar fuerte rompiendo el silencio del fondo del mar: “¡Vía de agua! Cierro cierre de emergencia”, grita un teniente de navío.
Lo anterior es uno de los muchos ejercicios que ensaya en el simulador del Arsenal de Cartagena (Murcia) la dotación del Isaac Peral, el primer submarino de la serie S-80 y que, tras una década de retraso y...
—Rumbo norte.
—Enterado.
—Bajando cota 100.
—Enterado cota 100.
Tras unos segundos a oscuras y haciendo equilibrios para no caer, una alarma empieza a pitar fuerte rompiendo el silencio del fondo del mar: “¡Vía de agua! Cierro cierre de emergencia”, grita un teniente de navío.
Lo anterior es uno de los muchos ejercicios que ensaya en el simulador del Arsenal de Cartagena (Murcia) la dotación del Isaac Peral, el primer submarino de la serie S-80 y que, tras una década de retraso y un sobrecoste millonario, Navantia entregó a la Armada en noviembre de 2023.
“Estamos ya con los timones a subir”, repite metafóricamente el capitán de navío Pedro Márquez de la Calleja, comandante de la flotilla, en referencia a que, tras años de retrasos, imprevistos y sobrecostes, España ya tiene en marcha su submarino de última generación, el primero de una serie de cuatro que se entregarán, previsiblemente, en 2026, 2028 y 2030. En unas semanas, el sumergible ―el 42º de la historia de la Armada― pondrá rumbo a Ferrol para dirigirse luego a Cádiz y realizar sus primeras maniobras. La Armada, pues, sube un escalón en el uso del arma submarina en un momento en el que el rearme a todos los niveles forma parte de las estrategias de seguridad nacional de todo el mundo. “Ad utrumque paratus” (preparados para todo), como dice el lema del arma submarina.
El tubo, como lo llaman de manera coloquial, de casi 3.000 toneladas descansa cual colchoneta sobre las aguas del Mediterráneo. El sol refleja en la cubierta negra de unos 80 metros de eslora que envuelve 180 sistemas diferentes, más de 6.000 cables y unas 10.000 tuberías. Un laberinto de tubos que serpentea por los recovecos del sumergible y que solo esquiva las pantallas de los ordenadores, de los sónares y los torpedos. Una de las particularidades de este submarino es que tiene capacidad de lanzar misiles, minas y torpedos (con un alcance de hasta 40 kilómetros) y bajar a una profundidad de hasta 300 metros. Canarias será en mayo el escenario del primer lanzamiento de un torpedo con munición real contra un buque en el Sinkex, un juego de palabras en inglés que significa ejercicio de hundir. “Desde que se da la orden hasta que se lanza [el torpedo] pasan segundos”, explica el sargento primero Pablo Movilla, encargado junto a otras 4 o 5 personas ―de una dotación de 53― de la cámara donde se almacena esta arma en el Isaac Peral.
Y es que el tiempo es fundamental bajo el agua. Como dice el teniente de navío Francisco Javier Barrios, la vida en el submarino “no da segundas oportunidades” y cualquier complicación a cientos de metros de profundidad puede pasar de ser una “anécdota de café a una necrológica”, advierte tras una visita organizada por la Armada de varios medios de comunicación, entre ellos EL PAÍS, al Arsenal de Cartagena y al interior del Isaac Peral. Todo es nuevo en el submarino, que se ha diseñado y fabricado por la industria española ―Navantia e Indra, fundamentalmente, aunque contiene componentes de otros países como EE UU―, a diferencia de la serie anterior (S70), que era de diseño principalmente francés. Y eso es importante, continúa Márquez de la Calleja, por la “independencia estratégica” del país. Es decir, la no dependencia de terceros países, una necesidad que se ha puesto de manifiesto en Europa, sobre todo desde la pandemia de covid en 2020. El capitán de navío reconoce, sin embargo, que la construcción del S-81 ha sido un reto “muy grande” y que el camino no ha sido fácil “para nadie” porque el proyecto era “ambicioso y complejo”.
De hecho, estaba previsto que el sumergible, encargado por el Gobierno de José María Aznar, estuviera listo ya en 2014. Pero un error en el diseño ―porque se identificó un sobrepeso de 125 toneladas que amenazaba su flotabilidad― y la ruptura inicial de Navantia con la constructora de submarinos francesa DCNS, que aportaba experiencia al proyecto, evidenciaron retrasos y provocaron sobrecostes milmillonarios a un programa que ha costado cerca de 4.000 millones de euros en su totalidad.
Hoy, sin embargo, el S-81, que se prevé tenga una vida útil de 40 años, representa ya un hito en las Fuerzas Armadas y mete a España de lleno en el club de los 10 países (11, si se cuenta a Taiwán) que disponen de buque de guerra bajo el agua. Aunque ya lo era desde hace justo ahora 110 años, con el primer arma submarina. De hecho, en los años 30 del siglo pasado, España llegó a tener 16 sumergibles. Hoy en día tiene dos, el Galerna (el S-71, de la serie anterior, al cual han estirado su vida útil mediante sucesivas modernizaciones) y el Isaac Peral, de la serie actual S-80. El Cosme García (S-83), y el Mateo García de los Reyes (S-84), mejorarán la serie al incorporarles el sistema de propulsión independiente del aire, llamado AIP, que permitirá al sumergible estar más tiempo en profundidad ya que se podrán recargar las baterías en inmersión. Es decir, sin necesidad de salir a superficie poniendo así en riesgo la discreción que deben tener estos aparatos. Aunque el sistema AIP lo llevarán de fábrica el S-83 y S-84, posteriormente se incorporará también al S-81 y S-82 (el Narciso Monturiol).
“Tener un submarino en la mar, sin que nadie lo sepa, impide que otro país tenga el control del mar donde está ese submarino”, explica Marquez de la Calleja. “En la discreción es donde reside nuestra fuerza”, añade, y el S-81 tiene una enorme capacidad de pasar desapercibido y en silencio. “Con eso, aportamos a la defensa nacional. Es decir, a la disuasión”. Una característica alineada con las nuevas prioridades que la guerra en Ucrania y la tensión en el Indo-Pacífico obligaron a considerar a la OTAN en su cumbre de Madrid de 2022.
Silencio y discreción
Ese silencio, esa discreción y esa “austeridad”, según el capitán de navío, se respira en los angostos pasillos del tubo. “No hay intimidad”, avanza. Algo que se ve en el interior de los diminutos camarotes. 53 personas comparten allí durante días (hasta 40) tres duchas y tres retretes. Los camarotes son de seis personas, repartidas en literas de tres, con colchones que no llegan a los 70 centímetros de ancho. “Para entrar en un submarino, tienes que dejar cosas fueras. El ‘yo mi me conmigo’ no vale”, resume Márquez de la Calleja, con experiencia en las profundidades marinas.
Cada militar a bordo —excepto el comandante Manuel Corral (44 años), que disfruta de un camarote individual― dispone de una pequeña taquilla a los pies de su colchón para guardar los objetos personales que a veces se reducen a una fotografía o a un dispositivo con películas y series y nada más, revela la sargento de 35 años María Aguilar, una de las siete mujeres a bordo del Isaac Peral, que en pocas semanas abandonará las tranquilas aguas del mar Mediterráneo para bucear en las profundidades del océano Atlántico.