Los disfraces de Aliança Catalana, el partido ultra que imita a la izquierda
La formación de Sílvia Orriols practica un “parasitismo ideológico” que ha probado ya su éxito en Francia e Italia
Cuatro palabras encabezan la autobiografía de Matteo Salvini: “Odio a los indiferentes”. A priori, el autor de la frase no parece el idóneo para ilustrar las vivencias de un líder nacionalista de extrema derecha. Porque Antonio Gramsci no fue solo fundador del Partido Comunista Italiano en 1921, sino también un teórico marxista hoy erigido en tótem del antifascismo. Por supuesto, la elección no es casual, como tampoco que el jefe de la Liga cite al cantautor Fabrizio de André o al ...
Cuatro palabras encabezan la autobiografía de Matteo Salvini: “Odio a los indiferentes”. A priori, el autor de la frase no parece el idóneo para ilustrar las vivencias de un líder nacionalista de extrema derecha. Porque Antonio Gramsci no fue solo fundador del Partido Comunista Italiano en 1921, sino también un teórico marxista hoy erigido en tótem del antifascismo. Por supuesto, la elección no es casual, como tampoco que el jefe de la Liga cite al cantautor Fabrizio de André o al cura Lorenzo Milani. “Es como si Santiago Abascal citase en sus memorias a Pasionaria, a Paco Ibáñez y a un cura obrero del Pozo del Tío Raimundo”, compara el historiador Steven Forti, que investiga la creciente inclinación de los partidos de la familia ultra a apropiarse de discursos y símbolos de la izquierda, una tendencia sobresaliente en Francia e Italia pero que también se observa en España. Sobre todo en Cataluña, ahora epicentro de la política española.
La noche del 12-M, Sílvia Orriols, alcaldesa de Ripoll y líder de Aliança Catalana, el partido independentista y anti-inmigración que acaba de irrumpir en el Parlament, contestó así sobre una posible enhorabuena a Salvador Illa: “Yo no felicito a imperialistas”. Entre los correligionarios que la arropaban ante las cámaras cundieron sonrisas, gestos de aprobación y hasta algún gritito entusiasmado. La respuesta se aupó con rapidez a los titulares. Era previsible. No es frecuente que un dirigente político llame a otro “imperialista” dentro de España. Ni tampoco lo es oír ese término en boca de la extrema derecha.
“El término ‘imperialismo’ suena a PCE, a IU. E incluso ahí se usa poco ya, está un poco apolillado”, afirma Guillermo Fernández, profesor de Ciencia Política de la Universidad Carlos III y autor de Qué hacer con la extrema derecha en Europa. A su juicio, el uso del término por Orriols está cargado de significado político y es uno de los indicios de que la líder de Aliança “se parece más a la nueva extrema derecha europea que Abascal”, lo cual “la convierte en un perfil más potente”. Entre estos parecidos, destaca un variado despliegue de recursos discursivos y estéticos para ensancharse por la izquierda, incluyendo gestos como colgar la bandera Lgtbi en la fachada del Ayuntamiento de Ripoll, una maniobra impensable en Vox y que en Orriols se ha entendido como un aderezo de su acusación de homofobia contra los musulmanes.
Fernández se ha fijado también en el aire informal de la vestimenta de Orriols, alejado del canon de Vox, y en su uso de camisetas reivindicativas. La que vistió el domingo para votar lleva escrito en blanco sobre negro el nombre del movimiento asambleario campesino “Revolta Pagesa”, un guiño para buscar apoyo rural muy alejado de las fotos ecuestres de Vox, saturadas de verde cacería. Hay una cierta parafernalia de Aliança que se aproxima más a la CUP que a Abascal y los suyos. Incluso el vídeo que se activa al abrir su web, con imágenes de la policía antidisturbios golpeando a ciudadanos, parece el típico material para la agitación editado por la izquierda antisistema. Nada de esto cambia lo esencial del fondo: Aliança es un partido de extrema derecha identitaria. Pero en política no todo es fondo, las formas cuentan.
Anna López, doctora en Ciencia Política y una de las mayores especialistas en este campo, anima a prestar especial atención a Orriols por ser su hábitat Cataluña, “laboratorio” de experimentos extremistas desde el auge de PxC a principios de siglo hasta Aliança. Lo que pasa en Cataluña, apunta López, ofrece pistas sobre el futuro de todo este espectro político. Y lo que pasa es que Orriols lleva desde sus tiempos en Front Nacional de Catalunya disputándole la etiqueta de “revolucionaria” a la CUP. Al mismo tiempo, la líder de Aliança carga contra las “élites capitalistas” y la “patronal”, a las que culpa de la inmigración y la desindustrialización.
El dedo en el ojo
Otro enemigo a batir por Aliança es la “globalización”, causante a su juicio del “multiculturalismo”, bestia negra tanto de Orriols como de Abascal. Si el discurso anti-globalización antes asociado a la izquierda es hoy moneda corriente en la extrema derecha europea, es resultado de décadas de una “batalla cultural” con origen en Francia, como detalla Steven Forti en su artículo El parasitismo ideológico de las nuevas extremas derechas. Gramscistas de derechas y rojipardos en Francia, Italia y España (1968-2022). La figura clave es Alain de Benoist, filósofo nacido en 1943, padre de la nouvelle droite y del think tank GRECE, cuyo empeño es crucial para entender la evolución ideológica hacia un relativo obrerismo del Frente Nacional (FN) y su partido sucesor, Agrupación Nacional (AN). El afán del lepenismo por pescar en la izquierda ha sido tal que ha abarcado incluso destacados nombres propios. Florian Philippot, proveniente del campo progresista, fue vicepresidente del FN hasta 2017; Fabien Engelmann, exmilitante trotskista, es alcalde por AN de Hayange, un histórico feudo rojo.
El GRECE ejerció a su vez una poderosa influencia en el posfascista Movimiento Social Italiano, en cuyas juventudes militó Giorgia Meloni. La hoy primera ministra también sabe lo que es tirar del repertorio de la izquierda y jugar con las citas: de Fabrizio de André a Pier Paolo Pasolini, pasando por Bertolt Brecht. En cuanto a Salvini, un detalle deja pocas dudas sobre su voluntad de meter el dedo en el ojo al rival: para la sede romana de la Liga eligió la Via delle Botteghe Oscure, donde el PCI había tenido su cuartel general. Pero no se queda en lo simbólico. Salvini, que de joven frecuentaba Leoncavallo, un centro social autogestionado que era un hervidero de la izquierda milanesa, ha contado como líder liguista con un controvertido economista de izquierdas, Alberto Bagnai, y hasta con Sergio Landi, exmilitante del PCI en otro histórico bastión izquierdista, Livorno.
Guillermo Fernández recalca cómo la incorporación de antiguos izquierdistas sirve para aportar un plus de crédito al diagnóstico contra la izquierda actual que hace la extrema derecha, al tiempo que “legitima sus posiciones, genera confusión y facilita las pasarelas de voto”. Así que el pasado rojo no se oculta, se luce. Umberto Bossi, antiguo jefe de la Liga, y el que era su número dos, Roberto Maroni, no tenían empacho en recordar sus orígenes en la izquierda. En Vox la Fundación Disenso, el think tank de Vox, presenta a Herman Tertsch como antiguo miembro del Partido Comunista de Euskadi. Y Abascal eligió a un viejo excomunista, Ramón Tamames, para su moción de censura en 2023. El cambio de orilla ideológica se presenta siempre como un resultado de una degeneración de la izquierda, no del individuo.
La bandera de la transgresión
Aunque Forti pone el foco en la Europa mediterránea, el rojipardismo llega más lejos. Sahra Wagenknecht, una entusiasta de la guerra cultural salida del izquierdista Die Linke y casada con el veterano socialdemócrata Oskar Lafontaine, ha montado en Alemania un partido, el BSW, que despunta en las encuestas mezclando postulados propios de los ultras de AfD, sobre todo contra la inmigración y la cultura woke, con un discurso en defensa de los derechos de los trabajadores. El BSW se cuenta entre los beneficiarios de un clima de confusión que permite lanzar continuas “opas semánticas” contra la izquierda, tomando una expresión de Forti. El propio Steve Bannon, gurú de la nueva extrema derecha, ha defendido que hay que disputar a los progresistas cada concepto, cada bandera, cada mito. Él mismo da ejemplo y se define como “leninista”.
¿Hasta dónde está siguiendo la ultraderecha española la invitación al “parasitismo”? En Aliança el empeño es obvio, señala Guillermo Fernández, que afirma que para ello no es necesario que sus dirigentes hayan leído a los teóricos franceses porque “la extrema derecha viraliza ideas y comparte experiencias eficazmente a través de muchos canales, sobre todo las redes sociales, imitándose unos a otros”. En cuanto a Vox, ve una voluntad de “aproximación” a dominios de la izquierda, sobre todo como “provocación”. Ahí se puede inscribir desde su sindicato, Solidaridad, hasta sus festivales Viva, con un formato que recuerda a las fiestas anuales del PCE. Pero también cabe ahí Macarena Olona citando a Julio Anguita o distintos portavoces usando a Lorca, Alberti y hasta al Che Guevara para defender la tauromaquia.
Para Anna López, el recurso a emblemas de la izquierda es “una forma fácil de ganar minutos de televisión”, sobre todo porque los destinatarios del dardo suelen entrar al trapo. Pero no es esta la vía –añade– que está deparando más réditos a Vox, sino la apropiación del concepto de “rebeldía” en contraste con el supuesto puritanismo de la izquierda. Coincide Steven Forti. Aunque Vox es un partido menos moderno que sus pares europeos, también ha sabido presentarse como “transgresor”, a juicio del autor de Extrema derecha 2.0. Desde Argentina, Pablo Stefanoni concluye también que la principal bandera progresista de la que ha logrado apropiarse la derecha es la de la “indignación”. Autor del ensayo ¿La rebeldía se volvió de derechas?, Stefanoni cree que vivimos una época en la que las “grandes narrativas políticas” del siglo XX han dejado paso al “troleo en internet”, terreno óptimo para que la derecha radical pose de rebelde contra el supuesto “totalitarismo progre”.
Con un bagaje de dos décadas estudiando este espacio político, Anna López alerta del error de minusvalorar por incoherentes estas incursiones de la extrema derecha en campo ajeno. Si existe “descontento” del electorado de izquierdas con sus partidos, señala, es perfectamente posible un avance ultra en terrenos clásicos de la izquierda, a pesar de las obvias contradicciones. Un ejemplo lo aporta Le Pen, que no solo se presenta como adalid de la incorrección política, sino que reivindica el papel de guardiana de la laicidad republicana. Se trata de un valor ajeno a la matriz histórica de un partido en cuya gestación tuvieron mucho que decir los tradicionalistas católicos. Sin embargo, Le Pen ha sabido resignificar la laicidad para ponerla al servicio de su cruzada contra la “islamización”. ¿Y quién más ha defendido por la misma razón un Estado laico? Sílvia Orriols, en su caso para una soñada Cataluña independiente en la que, al mismo tiempo, regiría un “orden natural” basado en las “tradiciones”.