‘¿To pa na?’
Lo bueno, y lo malo, es que, desde que decidió hacerle ‘ghosting’ a España, al presidente se le ha visto todo. Los rivales, su flanco débil. Los suyos, que no pueden depender del César hasta para levantarse por las mañanas
El pasado miércoles, a las siete de la tarde, la hora en que la gente vuelve a casa del curro y se dispone a desconectar la neurona hasta el día siguiente, Pedro Sánchez, cabreado y/o deprimido por el acoso a su esposa por parte de las derechas, decidió plantarse, hacerle ghosting a la ciudad, al país y al mundo y desaparecer del mapa hasta nueva orden. Escribió una carta de su puño y tripas con laísmos, redundancias y gramática de cinco pelado en un examen de Lengua de la E...
El pasado miércoles, a las siete de la tarde, la hora en que la gente vuelve a casa del curro y se dispone a desconectar la neurona hasta el día siguiente, Pedro Sánchez, cabreado y/o deprimido por el acoso a su esposa por parte de las derechas, decidió plantarse, hacerle ghosting a la ciudad, al país y al mundo y desaparecer del mapa hasta nueva orden. Escribió una carta de su puño y tripas con laísmos, redundancias y gramática de cinco pelado en un examen de Lengua de la ESO. La escaneó. La adjuntó a un tuit de su cuenta de presidente del Gobierno en la red social X. Le dio a publicar. Y se retiró a reflexionar sobre su futuro, y el de España, hasta el lunes dejando con tres palmos de narices a su partido, a sus socios de Gobierno, a la oposición y a todos sus compatriotas sin excepción, sin encomendarse a Dios ni al diablo. Vinieron entonces cinco días de vértigo, infinitas cábalas de los pedrólogos, esa ciencia imposible, intentando meterse en la cabeza de Sánchez, y cierta vergüencita ajena hasta de los más partidarios viendo a ministros y ministras llorando cual groupies suplicándole al líder que no les dejara solos e inermes ante el enemigo al grito del Pedropedropedropedropedropé de Raffaella Carrà y el Quédate de Quevedo.
Hasta las 11 en punto de la mañana de este lunes, en que el fantasma volvió a aparecerse por la puerta grande. “Buenas tardes”, dijo Sánchez a España en pleno, en un lapsus que denota que él marca sus propios tiempos hasta en los relojes ajenos. Desde los días de la pandemia, en los que comparecía cada sábado y concitaba al 100% de la audiencia para saber si podíamos salir a por el pan solos o en compañía de otros, no se veía tanta expectación en ese púlpito. E hizo lo que sabe hacer mejor que nadie: mantener la tensión narrativa, como un Jorge Javier de La Moncloa, sin aclarar si abandonaba o no la casa hasta el último segundo para mantener en vilo a la parroquia y que aquí no cambie de canal, ni de voto, ni el Tato. Que sigue, dijo, porque, si no, ganan los malos. Que sigue, dijo, porque sin él los suyos no pueden vivir solos. Que sigue, dijo, porque si se va, el caos. Lo malo, y lo bueno, es que todo eso es cierto, según para quien lo escuche. Lo bueno, y lo malo, es que al presidente se le ha visto todo estos días. Los rivales, han identificado su flanco débil, el sitio donde darle más fuerte. Los suyos, han constatado la amarga certeza de que no pueden depender del César hasta para levantarse por las mañanas, no sea que los deje a su suerte sin avisarles.
Y sí. Todo eso es compatible con que el presidente sea un hombre sensible y enamorado que las esté pasando canutas con el acoso a su esposa. Con que un político pueda quebrarse y contarlo, pararse a pensar, caer y levantarse una y cien veces por el camino sin pudor por mostrar sus heridas. Pero, si de verdad estaba hundido, si de verdad no podía con la vida, podía haberlo mandado todo al carajo y decir ahí os quedáis que yo me piro con mi señora y mis niñas, o rumiar en privado su dilema hasta haberlo resuelto sin necesidad de tenernos a todos con el alma en vilo. Pedro se queda. Y yo que me alegro. Pero de imprescindibles están los camposantos llenos. Los políticos y los otros. Hay un refrán manchego, como hay un tuit de Sánchez, como hay un diálogo de los Simpson, para cada ocasión de la vida. Desde el miércoles al lunes, ese dicho fue: ‘Ni se muere padre, ni cenamos’. Desde hoy, día en que muchos cenaremos a gusto porque padre no se ha muerto, es “To pa na”. Porque sí, hoy rugirá la marabunta de reacciones entre la euforia y la rabia de partidarios y detractores. Pero mañana, a las siete de la tarde, la misma hora en que empezó todo, arranca el macropuente de mayo en Madrid, o sea en la España que manda en los medios, y el lunes, ya de vuelta, comidos, bebidos y descansados, cada cual volverá a su respectiva carga. Ojalá me equivoque.