Mieres extraña a su alcalde

La localidad asturiana se echa a la calle para despedir a Aníbal Vázquez, el minero querido por todos que empalmaba mayorías absolutas y se convirtió en un símbolo de la izquierda

La despedida de Aníbal Vázquez desborda MieresPACO PAREDES

La vicepresidenta Yolanda Díaz llevaba seis minutos hablando el pasado miércoles desde la tribuna del Congreso cuando levantó la cabeza de los papeles y mirando a Feijóo le dijo “la democracia no es suya”. “Es obra de la gente trabajadora, de su lucha, de su sacrificio y de su inmenso amor por la libertad. Fue obra de hombres como Marcelino Camacho, Nicolás Redondo y de un gran alcalde fallecido en Asturias que se llama Aníbal Vázquez. Más que nunca necesitamos políticos co...

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La vicepresidenta Yolanda Díaz llevaba seis minutos hablando el pasado miércoles desde la tribuna del Congreso cuando levantó la cabeza de los papeles y mirando a Feijóo le dijo “la democracia no es suya”. “Es obra de la gente trabajadora, de su lucha, de su sacrificio y de su inmenso amor por la libertad. Fue obra de hombres como Marcelino Camacho, Nicolás Redondo y de un gran alcalde fallecido en Asturias que se llama Aníbal Vázquez. Más que nunca necesitamos políticos con su espíritu”. Los paisanos que seguían la retransmisión en la televisión levantaron la vista del café. Entre tanto grito agrio, alguien había pronunciado el nombre de su alcalde.

A 421 kilómetros de ahí, Mieres, un municipio asturiano clavado en las montañas, acaba de enterrar a su alcalde. El día anterior miles de personas se echaron a la calle y la plaza del ayuntamiento se llenó como pocas veces antes para escoltar el ataúd. Ni en las fiestas de San Xoan, ni en los masivos entierros tras los accidentes del pozo María Luisa se veía tanta gente junta y en silencio. Amigos, vecinos, comerciantes y viejos mineros se echaron a la calle para despedir a Aníbal Vázquez, fallecido el pasado sábado de un cáncer a los 68 años.

Desde que el domingo pasado se conoció la noticia de su fallecimiento y se instaló la capilla ardiente, vecinos, amigos o espontáneos llegados de toda la cuenca minera han pasado frente al ataúd y todos ellos repetían siempre las mismas palabras: “un hombre bueno”. El martes, el cuerpo del viejo alcalde salió del ayuntamiento mientras sonaba Asturias, Patria querida y el turullu, la angustiante sirena de la mina. Formando el pasillo por el que el ataúd se abrió paso entre la multitud estaban sus amigos, reconocibles por las camisas de cuadros, las manos anchas, los dedos gruesos y las lágrimas sobre el rostro duro.

Hijo y padre de minero, la vida de Aníbal Vázquez es la biografía compartida de los hombres del carbón. Nacido en 1954 en Uxo, una pequeña aldea cercana a Mieres, su madre murió siendo él un niño. Pocos años después falleció su padre de silicosis. Comenzó a trabajar con 18 años en el pozo de Ablaña cuando las huelgas y los accidentes eran rutina habitual. Años en los que el turullu solo significaba dos cosas: hora de entrar a trabajar o el accidente de algún compañero.

“Eran años duros donde aprendimos la solidaridad, el compañerismo y la necesidad de estar unidos”, dice, Felipe Burón, compañero de taquilla de Aníbal, como su pueblo lo conoce. “Eran años en los que había que ahorrar para afrontar los paros de enero durante la negociación con la patronal o ayudar a los compañeros que estaban en huelga. En la mina, como en el Ejército, no se avanza sin ayudar a los heridos”, recuerda Burón sentado en la Asociación Cultural Santa Bárbara. De las luchas posteriores contra los cierres de los pozos, Burón recuerda cuando una bola de goma de la policía casi le saca un ojo a su amigo durante el encierro de Barredo de 1984. “Me convenció de que había que entrar en Comisiones Obreras y que teníamos que pelear por nuestros derechos”, recuerda emocionado. Pronto empezó a encargarse del tema de la seguridad en las minas por toda España hasta su prejubilación. “Nuestra salida de la mina supuso la desaparición de un mundo sobre el que se había construido Mieres. Fue también la destrucción de los lazos afectivos que unían a trabajadores y vecinos”, recuerda Burón, “de ahí que se esforzara mucho en levantar una cultura de Santa Bárbara”.

Manuel Alvarez, el alcalde actual, abraza Anibal en una foto de archivo.PACO PAREDES

En 2011 Izquierda Unida lo llamó entonces para que fuera su candidato a alcalde, un encargo que aceptó sin muchas ganas, pero para el que convenció a un muchacho de 33 años, Manuel Ángel Álvarez, que lo acompañara en la aventura. Por aquel entonces Izquierda Unida era la última fuerza política de Mieres, pero Aníbal y Álvarez patearon calles, dieron mítines y lograron ganar las elecciones. Había llegado a un consistorio quebrado y de aquella época es su famosa frase “No tenemos un putu duru”. La primera decisión que tomó como alcalde fue quitarse el sueldo. Fue el primer gesto de una forma directa, cercana y distinta de hacer política aprendida en los pozos de carbón. Hablaba de frente y con un tono cercano y cariñoso que sus vecinos le reconocieron una y otra vez en las urnas. Elección tras elección era revalidado en el cargo con mayoría absoluta. “Se podía equivocar, pero no te iba a engañar”, dice Avelino Iglesias, vecino y gerente de un hotel de Mieres.

“Sabías que ir con él era llegar a tarde porque era imposible caminar por Mieres sin que se le acercara la gente a contarle problemas, a saludar a la familia. Era muy habitual que se acercara alguna señora y dijera soy de derechas de toda la vida pero en Mieres yo solo le voto a usted. Podía contestar cualquier burrada que siempre terminaba con un abrazo”, recuerda.

Pero el viejo comunista era además un buen gestor. “Con cariño no se ganan elecciones”, decía. Fue la cara visible de un ayuntamiento al que accedió casi en la quiebra y que deja saneado. Que tenía un 26% de paro cuando llegó al poder y hoy ronda el 18% dice Álvarez, aquel muchacho que acompañó en la aventura y que hoy es el nuevo alcalde de Mieres. “Fue muy crítico con cómo se abandonó la minería sin ningún plan. El alcalde recuerda una anécdota frente al exministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, en plena austeridad: “Explíqueme cómo le digo a los vecinos que hay dinero, pero que no lo podemos gastar”. Cuando años después inauguró el campus universitario dijo feliz a sus colaboradores: “Ya me tocaba inaugurar algo”.

En las montañas de Mieres ya no suena la dinamita, ni el martillo hidráulico, ni los carros de carbón. Los montes ya no vibran con las explosiones y muchos mineros creen que hay vergüenza al recodar la mina y Aníbal puso en marcha la asociación Santa Bárbara que ha recuperado bocaminas, fósiles hallados en el carbón o castilletes. “De una generación a otra había que olvidarse de la puta mina”, dice su amigo Burón. Pero Aníbal era el orgullo de un mundo que se extinguió.

“No coincidíamos ideológicamente en nada pero era un tipo honesto y muy querido por su pueblo. Él representaba una forma de entender la política que se esfumó”, dice su amigo el abogado Ricardo Vázquez Montoro. Una hora después de que se abriera la capilla ardiente, la fila que rodeaba el ayuntamiento ya tenía 300 metros. Una semana después, muchas tiendas siguen con un lazo negro colgado en el escaparate. Todas las voces lo describen con palabras aprendidas en la mina

Lazo negro en la entrada de la sede del PP en Mieres.PACO PAREDES

Austeridad, trabajo, compañerismo, honradez y me cago en mi mantu seguido de un abrazo, santo y seña de una religión laica que un marciano jamás entendería. El día que murió pidió para su entierro unas pocas flores y una bandera republicana. Nada de crucifijos ni misas, pero durante años asistió cientos de veces a la iglesia en su papel como alcalde. Se encargó de organizar la mejor cabalgata de Reyes de la región y trabajó para rescatar la fiesta de Santa Bárbara. A la hora de escribir estas líneas en el restaurante de un hotel, el telediario sigue emitiendo imágenes de la toma de posesión, pero dos hombres levantan la cabeza de la sopa cuando hablan de su alcalde.

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