La princesa de Asturias y el peso de la Corona

Su formación académica y militar ha sido diseñada para reinar, pero su vida social se aleja de la alta sociedad

Los Reyes, con Leonor, su primer día en la escuela infantil, en 2007.ULY MARTÍN

Una joven de ojos claros y cabello pajizo ataviada con un uniforme de 1882, abandona su puesto en la formación militar braceando con un viejo máuser con la bayoneta calada suspendido del brazo derecho (ella, que es zurda); atraviesa el patio de armas de la Academia General Militar, en Zaragoza, con la frente erguida. Los ojos de los asistentes, casi 3.000 personas y 409 cadetes, están fijos en ella. España la escruta. 2.507.000 televidentes van a presenciar en algún momento la transmisión de esta escena por la cadena pública, que será rebotada hasta la saciedad por las redes sociales. Al día s...

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Una joven de ojos claros y cabello pajizo ataviada con un uniforme de 1882, abandona su puesto en la formación militar braceando con un viejo máuser con la bayoneta calada suspendido del brazo derecho (ella, que es zurda); atraviesa el patio de armas de la Academia General Militar, en Zaragoza, con la frente erguida. Los ojos de los asistentes, casi 3.000 personas y 409 cadetes, están fijos en ella. España la escruta. 2.507.000 televidentes van a presenciar en algún momento la transmisión de esta escena por la cadena pública, que será rebotada hasta la saciedad por las redes sociales. Al día siguiente, será portada de todos los diarios y revistas. Y protagonista de los editoriales y columnas de opinión.

Tiene 17 años y no es una celebrity, influencer ni instagrammer. Es Leonor de Borbón Ortiz, la heredera de un trono de la vieja Europa, que terminó hace cinco meses el bachillerato internacional cerca de Cardiff, en Gales, y ya da su opinión y garabatea sus ideas para los escasos discursos que ha pronunciado, como en los últimos Premios Princesa de Asturias, este mes en Oviedo.

Hoy, en la General, la Princesa —sosegada, reflexiva, pero también decidida, según quienes la conocen— es consciente de que no puede cometer ningún error. Es un momento institucional clave en su andadura como heredera constitucional al trono de España. Ha ingresado en este centro castrense y va a ser militar porque su padre, el Rey, y, sobre todo, el Gobierno, a través del Real Decreto 173/2023, del 14 de marzo, así lo han decidido. También se ha decidido en Consejo de Ministros cómo serán sus tres próximos años. Singladura de seis meses a bordo del bergantín Elcano de la Armada, y aprender a volar en las Pilatus de entrenamiento del Ejército del Aire. Estudio de materias de ingeniería industrial trufadas con orden cerrado, adiestramiento y formación física.

La princesa Leonor, en su instituto de Gales, en agosto de 2021.Handout (Getty Images)

En Zaragoza, en pie a las 6.30 a toque de corneta; a las 23.00 se apagan las luces. Flexiones, fondos y carrera para desayunar. Mínimo margen de maniobra; hasta el pijama debe ser reglamentario. Y su habitación, desnuda y espartana, compartida con siete compañeras cadetes repartidas de dos en dos. Dentro de una institución, la militar, en la que aún un escaso 13% son mujeres. Tras las academias, los poderes del Estado guiarán su formación universitaria. Será jurídica y económica, poniendo el acento en el derecho Administrativo, Constitucional y Público, para que conozca la dimensión institucional del Estado.

Aunque no hay nada escrito, todo está previsto. Nada se deja al azar. La comunicación entre el jefe de la Casa, Jaime Alfonsín, y el ministro de la Presidencia, Félix Bolaños (ya antes como secretario general de la Presidencia a la vera de Pedro Sánchez), ha sido continua durante los últimos cinco años. No hay que olvidar que todas las palabras de Zarzuela se visan en Moncloa. Y el Gobierno refrenda todos los actos del Rey. Su educación es una cuestión de Estado. La Constitución dice que algún día será el mando supremo de las Fuerzas Armadas como capitana general y también la más alta representante del Reino de España en las relaciones internacionales. Y está llamada a ser el símbolo de la unidad y permanencia del Estado. No es ninguna broma, pero ella no se agobia más de lo necesario, dicen sus allegados. “No mira lejos, vive sin angustias ni miedo; se fija metas pequeñas y, sobre todo, cercanas”. Para empezar, la jura de la Constitución este martes ante los poderes del Estado. Un momento de máximo simbolismo para su padre.

En la tribuna presidencial, sus padres, los Reyes, presiden visiblemente emocionados el acto entre un enjambre de uniformes y rodeados por su staff. La emoción no procede solo del significado institucional del acto, sino también por ver a Leonor, que tantas semanas de tensión ha pasado desde su ingreso en la Academia el 17 de agosto, hacerlo de forma impecable, cuentan fuentes cercanas. “Estaban orgullosos de que lograra ser tan pulcra y estricta en la ceremonia, siendo al mismo tiempo el centro de atención: sola y a capela. Y, lo que es igual de importante, se emocionaron por verla disfrutando de ese momento que le había tocado vivir”.

Y ese es el fondo de la cuestión sobre la princesa de Asturias. Según dicen en su entorno, ha sido educada para aceptar un destino insoslayable, pero también con el objetivo de ser feliz. Tiene la responsabilidad de llegar a personificar una especie de servicio público 24/7, de ser útil —continúan las mismas fuentes— e intentar que a los 48 millones de personas en España les vaya mejor. Dice una persona próxima: “Está haciendo lo que debe hacer, pero no como un sacrificio, sino con normalidad y estabilidad mental. Si no, se volvería loca. Es curioso que una chica de 17 años que viene de un ambiente liberal, y que no es una superatleta (aunque es buena en vóleibol), confiese unos meses después a su familia que disfruta enfrentándose a las maniobras en San Gregorio. Y que, además, le interese ese conglomerado de asignaturas de ingeniería que debe estudiar combinadas en tres años… supone una capacidad importante para afrontar cambios radicales. Leonor acepta, entiende y va a sacar partido a su destino, porque es su única manera de ser feliz”.

Jura de bandera de la princesa Leonor, en la Academia Militar de Zaragoza, con la presencia de sus padres, los reyes Felipe VI y Letizia, el 7 de octubre. Samuel Sánchez

En abril de 2022, asistió en un instituto de Leganés (Madrid), el Julio Verne, a unas jornadas sobre juventud y ciberseguridad junto a 400 estudiantes de su edad. Su vecino de mesa le preguntó cómo la debía llamar. Contestó con un escueto, “Leonor”. Quienes la conocen bien dicen que la princesa de Asturias no va con miedo por la vida, aunque sí con calma, observando y analizando desde muy niña quién y por qué se acerca a ella. No quiere —dicen— que la traten mejor ni peor que a nadie; ni cortesanos ni haters. “Pero no baja la guardia; es consciente de que una foto en un garito cualquiera haciendo el gañán, a ella y a su hermana, Sofía, de 16 años, les pasaría factura, así que han tenido que apañárselas y desarrollar estrategias para vivir”, explica una fuente de su entorno. “Pero no es la princesita del guisante, no está en un guindo, le importa el cambio climático y el medio ambiente; el feminismo, el impacto social del trabajo, lo diferente, la diversidad, la salud mental; lo consulta todo en las redes, y de televisión ve los informativos. Como su generación. Conecta con su tiempo”, concluye.

En ese sentido, se la ha visto cómoda en situaciones más complejas, ya sea con los refugiados ucranios, los chavales de un proyecto de integración en un barrio machacado por el paro y la droga, o con niños con discapacidad en una granja escuela. Y relajada en un perfecto catalán en Girona (también se maneja en gallego y euskera) o en la Eurocopa femenina de fútbol en Londres. O en conciertos de Rosalía o Harry Styles. Mucho más discretas son las escapadas junto a su madre y su hermana por Europa, o las andanzas de las tres por los barrios más olvidados de Madrid. Las decenas de tardes de teatro, desde el Real al más alternativo de la capital, con la Reina. Y el cine, desde siempre. La obsesión de sus padres era que no crecieran aisladas.

“Leonor no es Teresa de Calcuta, pero es sensible, empatiza y siente y entiende enseguida el dolor ajeno”, explica una fuente de su entorno. Pregunta: ¿Y también sale de fiesta? Respuesta: “Se ha ido de farra mil veces y le gusta, pero no es una loca de la vida”. Pregunta: ¿Les preocupa a sus padres el tema de las parejas? Respuesta: “Claro, a ellos les quita el sueño y lo hablan los cuatro, como de la droga, el sexo y el rock and roll. Les preocupa su futuro emocional. Qué personas se van a acercar afectivamente a ellas cuando los medios y las redes no los van a dejar tranquilos ni un minuto”.

Las hijas de los Reyes no han estudiado en colegios religiosos; no van a puestas de largo ni a monterías; tampoco a las regatas, el golf ni las estaciones de esquí de moda; no pisan Sotogrande ni el club Puerta de Hierro. “Son feministas, consideran indiscutible el principio de igualdad de derechos entre la mujer y el hombre, y no contemplan la perpetuación de los roles tradicionales en la sociedad y la familia”, afirma una fuente cercana. “No viven desocupadas, en entornos endogámicos y con un aire superficial por tener la vida resuelta”, subraya.

Una de las consecuencias más palpables de que su padre se casara con una periodista asturiana, divorciada; ni creyente ni no creyente (más bien aconfesional, como la Constitución) y de clase media raspada, producto de las becas y el ascensor social, es que la vida de los Borbón Ortiz se haya mantenido durante estos 20 años más distante del universo de la muy conservadora alta sociedad madrileña, que sí frecuentó el príncipe Felipe. Y, sobre todo, sus tías y primos hermanos más mediáticos. Han vivido pegadas al terreno, a la realidad, a través de su familia materna y las variopintas amistades de sus padres, de las que muchas proceden del lado Ortiz y bastantes son padres de su colegio de Madrid, aseguran en su entorno: “Han crecido viendo a gente que madruga, que llega regular a fin de mes, que tiene que pedir ayudas para sus hijos; son lesbianas o gais o de género fluido, y se mudan porque les han subido el alquiler. Y el colegio de las hijas en Gales son 400 alumnos de 60 nacionalidades, de los que tres cuartas partes disfrutan de algún tipo de beca”.

Siendo conscientes de que su situación es excepcional, de que viven en la sede de la jefatura del Estado y de que son permanentemente observados y juzgados, la pareja Borbón-Ortiz ha luchado —explican— por crear un ambiente de normalidad en el interior de esa excepcionalidad. Su hogar (lejos de la parte más representativa del palacio de la Zarzuela) es un refugio que nadie pisa de manera oficial y en el que viven como una familia. Aunque con más metros cuadrados. La Reina ha criado a sus hijas sin nannies ni preceptores; despertándolas cada mañana a las 7.15, llevándolas (con o sin el Rey) al colegio y levantándose por la noche si estaban malas.

El Rey y Leonor, en el Instituto Cervantes de Madrid, el día en que la Princesa cumplía 13 años.Luis Sevillano

Ambos han hecho con ellas los deberes, les han leído libros en la cama y han hecho deporte y cocinado juntos. Dicen quienes los conocen que son una piña. Más bien, un equipo. Y así lo vivieron, por ejemplo, durante el confinamiento de la covid, nueve semanas; los cuatro solos en casa. Con el padre en alerta como jefe de Estado por la tragedia de la pandemia, y las niñas dándole masajes en las cervicales (ha tenido desde la adolescencia dolores de espalda), o mucho calor en los peores momentos del conflicto de Felipe VI con su padre, el rey Juan Carlos. Un abuelo al que no ven desde que se marchó a Abu Dabi hace tres años. A la abuela Sofía la visitan con regularidad en Zarzuela cuando las tres están en Madrid.

Hermanas y cómplices

Leonor y Sofía son uña y carne. El apoyo de la pequeña a la mayor es total, destacan fuentes cercanas. Hasta el punto de saberse sus discursos. Sofía —señalan— es el complemento de Leonor y viceversa. Son cómplices. Frente al tono diplomático, reflexivo, sereno y estratégico de Leonor, Sofía es más directa, rápida e impaciente; cuestiona más las órdenes y se entera de todo. Tras su paso por el colegio de Gales, puede que se plantee un gap year (un año sabático entre el Bachillerato y la Universidad), para acometer algún tipo de voluntariado. ¿Irá a las academias militares? Será lo que ella decida, aseguran en su entorno.

Leonor de Borbón no está tutelada ni monitorizada por nadie. Los Reyes han colocado como enlace entre Zarzuela y las academias a Margarita Pardo de Santayana, de 48 años, teniente coronel de Artillería, diplomada de Estado Mayor y avezada piloto de helicópteros (estuvo destinada en Afganistán), que va y viene entre Madrid y Zaragoza. “Pero Marga está para ayudar”, según un allegado, “está para transmitir, enlazar y, sobre todo, para comunicarse con Leonor: saber cómo se siente, [contar] cómo la ve. Pero Leonor es la que decide”.

Quizá uno de los momentos que con más emoción recuerdan la princesa Leonor y la infanta Sofía de la cara B de su vida —cuentan en su entorno— fue cuando en 2018 su madre invitó discretamente a la Premio Nobel de la Paz Nadia Murad, que tenía 25 años, a visitarlas en su casa. Murad, de origen yazidí, fue una de las 7.000 mujeres que el Estado Islámico violó, secuestró y esclavizó en el norte de Irak en el verano de 2014. Murad logró escapar de sus captores y gritó al mundo las atrocidades del ISIS. Esa tarde, en la Zarzuela, las cuatro merendaron unas galletas horneadas por Leonor y Sofía y escucharon el terrible relato de la Nobel. Hasta llegar a las lágrimas. Para calmar la escena, la madre animó a las hijas a cantar con Murad canciones en árabe (idioma que estudian, en el que se manejan y una cultura en la que están muy interesadas). Se pasó del llanto a las risas. Las cuatro vieron que había esperanza.

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