La vida es una tómbola Antojitos
El histórico puesto de rifas feriales llega a nuevas generaciones tras viralizarse en TikTok
-Y cuando te pregunten… ¿Y dónde te ha tocadooooo? Tú tienes que deciiiiir…
-¡¡En la tómbola Antojitos!!, corea una multitud que aglutina a angelicales voces infantiles con graznidos cazalleros. El gentío abarca desde familias con nenes deseosos de un peluche a chavales, calimocho en mano, que darían el otro brazo por la minimoto o el patinete eléctrico. Los presentes pisotean nerviosos un suelo cubierto por cientos de boletos rotos, pasaportes efímeros al sueño de la fortuna. Los afortunados suben por una escalera hasta encaramarse al mostrador del puesto y giran una ruleta con galardo...
-Y cuando te pregunten… ¿Y dónde te ha tocadooooo? Tú tienes que deciiiiir…
-¡¡En la tómbola Antojitos!!, corea una multitud que aglutina a angelicales voces infantiles con graznidos cazalleros. El gentío abarca desde familias con nenes deseosos de un peluche a chavales, calimocho en mano, que darían el otro brazo por la minimoto o el patinete eléctrico. Los presentes pisotean nerviosos un suelo cubierto por cientos de boletos rotos, pasaportes efímeros al sueño de la fortuna. Los afortunados suben por una escalera hasta encaramarse al mostrador del puesto y giran una ruleta con galardones dispares: desde el Satisfyer a hasta aparatos informáticos o juguetes. Los premios gordos se reservan para rifas especiales en esta barraca tradicional que ha conquistado TikTok al viralizarse el ritual de Juan Manuel Ortega, dueño del tinglado, con los compradores de las papeletas. Desde entonces, un no parar. “Vienen chavales de otras ciudades solo por hacerse una foto o un vídeo con nosotros”, celebra el veterano feriante, de 67 años.
Las luces y los estantes llenos de artículos de todo tipo sirven de atractivo para espectadores de todos los perfiles. La zona de la feria de Valladolid donde este septiembre se han instalado los puestos se ha convertido en escenario para Ortega, con 53 de sus 67 años en el gremio. La devoción física por su canto resulta ínfima al lado del frenesí virtual en la red social TikTok: un vídeo precisamente en Pucela hace dos años consiguió 25 millones de visualizaciones y la etiqueta “Antojitos” supera los 300 millones de reproducciones desde ese pelotazo. El protagonista del asunto, nacido en Logroño pero conocedor de toda España en sus años de caravana, se siente como Chiquito de la Calzada: “A los dos nos ha llegado el éxito de mayores cuando llevábamos toda la vida haciendo lo mismo”. Incluso el altavoz inteligente Alexa, cuando se le pregunta canturreando “¿Y dónde te ha tocadoooo?”, responde, incluso animada, con ganas de feria: “En la tómbola Antojitos… Ya está la rueda girando… y los corazones palpitando. ¡Me encanta!”.
La irrupción digital ha permitido aliviar varios “años difíciles” por la pandemia, fatal para los feriantes. La culpa la tienen esos chavales de entre 13 y 16 años, capaces incluso de desplazarse de ciudad para ir a aquella donde se ha instalado la familia logroñesa, anhelantes de comprar papeletas, probar suerte y, ganen o no, subirse a la escalera para hacer girar la ruleta y cantar el soniquete. Cómo no, para colgarlo en sus perfiles y presumir con sus seguidores. “Es un público que antes no teníamos, traen a sus padres”, celebra el propietario. Alguna trampilla hace de vez en cuando, admite, cuando sube algún peque a este particular trono y le toca algún premio poco goloso para un menor: “Entonces hago algún cambio y le doy un peluche, los padres se dan cuenta y lo agradecen porque ven la cara de felicidad de sus hijos, así que luego acaban volviendo”. Ferias como las de la Virgen de San Lorenzo en Valladolid, donde se instalan durante unas tres semanas, se traducen en preparar unos 300.000 boletos que luego se venderán a dos por un euro o distintas promociones.
Los tiempos cambian también en el sector y ahora el antojo estrella es “el rollo del Satisfyer, la gente lo jalea y aplaude cuando sale. A quien le toca le da algo de vergüenza pero la gente acaba encantada”. Este triunfo ni siquiera llega a cuando, hace ya varias generaciones, imperaba la “muñeca chochona”, trofeo indispensable entonces y ahora olvidado por el sino de los tiempos: “Fue brutal, un fenómeno social irrepetible, todo el mundo lo quería. Hace poco se intentó volver a poner de moda pero ha fracasado, hay que renovarse porque cambian los gustos”. La tecnología reina hoy con los altavoces, relojes inteligentes o auriculares inalámbricos como pieza cotizada siempre por detrás de las minimotos o las Play Station, mucho más avanzadas que las rifadas hace unos cuantos años. Los peluches, admite el propietario, se quedan un poco cortos en las aspiraciones populares salvo para los más pequeños.
La reconocible voz de Ortega, audible desde muchos metros de distancia respecto a su hábitat, requiere ciertos cuidados que la edad ha ido incorporando. Algunos, relata admirado su dueño, los ha añadido instintivamente su cuerpo, pues “canta con el estómago” para proteger la garganta. Su médico solo le pide vigilar la tensión y la glucosa, mal negocio en el paraíso del algodón de azúcar. La estacionalidad del oficio le permite parar desde las ferias de El Pilar en Zaragoza, últimas de la campaña, hasta volver al ruedo en Carnavales. Su hijo ha heredado el timbre y el gusto por la tómbola y le permite reposar entre jornadas de ocho y 10 horas. Los fantasmas de la casa del terror llegan a su barraca cuando piensa en jubilarse tras medio siglo en una profesión dura, encargándose de comprar productos, mover los camiones, las mercancías o la vivienda: “Es mucho estrés”.
La figura de este feriante se suma a los diversos artículos expuestos entre seductoras luces para atraer a aquellos con ganas de apostar unos dineros. Un grupo ya treintañero se asoma y adquiere ansiados boletos con forma de billetes, pero dentro no hay fortuna y los números no encajan con los galardonados.
-¡Vaya forma de tirar un euro!, protesta uno de ellos, cegado por la derrota.
Los amigos tenían dos objetivos: o una freidora de aire, que hay que cuidarse, o un rizador de pelo para otro colega. Es calvo.