La Guerra Civil por los gatos de Piedrahíta de Castro

Unos vecinos en un pueblo de Zamora denuncian muertes felinas por disparos de carabinas y venganzas

Un gato descansa en las calles del municipio Piedrahita de Castro (Zamora), donde un grupo de animalistas denuncia "una masacre"Emilio Fraile

Dos ojos azules miran con desconfianza y curiosidad desde una gatera en Piedrahíta de Castro (Zamora, 100 habitantes). El minino entra y sale del orificio junto a otros congéneres mientras otros sestean al sol sobre el hormigón de la plaza del pueblo. El grupo recela del visitante, pero disfruta de una tarde tranquila para ellos, pero tensa, de nuevo, para los humanos: las recientes muertes de varios ejemplares han dividido al pueblo. Un grupo de animalistas denuncia una “masacre” al aparecer varios ejemplares fallecidos, uno de ellos en el felpudo de uno de los críticos, mientras la mayoría s...

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Dos ojos azules miran con desconfianza y curiosidad desde una gatera en Piedrahíta de Castro (Zamora, 100 habitantes). El minino entra y sale del orificio junto a otros congéneres mientras otros sestean al sol sobre el hormigón de la plaza del pueblo. El grupo recela del visitante, pero disfruta de una tarde tranquila para ellos, pero tensa, de nuevo, para los humanos: las recientes muertes de varios ejemplares han dividido al pueblo. Un grupo de animalistas denuncia una “masacre” al aparecer varios ejemplares fallecidos, uno de ellos en el felpudo de uno de los críticos, mientras la mayoría social rechaza las acusaciones y señala a esos vecinos por traer “problemas”.

Todo comenzó en primavera. La valenciana y afincada hasta hace poco en Barcelona Mamen Castelló, de 50 años, lo relata en una terraza de un pueblo cercano. No quiere acercarse al lugar porque sabe “lo que pasaría”. Ella lleva unos meses en Zamora y un día pasó por Piedrahíta, vio gatos en mal estado y les dejó agua y pienso. Entonces llegaron los insultos. Ella asegura que un hombre la increpó y amenazó con “envenenar a todos los gatos”. Pese a sugerirle poner la comida en otro lado, persistieron los insultos. “Desde mayo han ido apareciendo gatos muertos por todos lados”, lamenta la mujer, apuntando a “cuadrillas con carabinas que pimpampum a todo lo que ven”. Otro vecino, rogando anonimato para evitar represalias, lamenta el “deporte nacional de disparar a los gatos” y afirma que llegan a apalearlos, además de dispararlos, y colocarlos en la carretera para fingir atropellos. Los enfrentamientos llegaron al culmen el ocho de agosto, cuando Castelló recibió el aviso de una felina embarazada y acudió a llevárselo al veterinario para analizarlo antes del parto. “Se echaron sobre mí 30 personas, dijeron que estaba robando el gato y me rompieron una luna del coche”, recuerda. Ahora lo tiene en casa. La Guardia Civil envió a los antidisturbios, cuatro patrullas y una ambulancia ante el tumulto y ella fue denunciada por supuesto robo, aunque insiste en que era “callejero” y los presuntos propietarios no tenían fotos o muestras de posesión del mamífero.

Un vecino de Piedrahita de Castro sentado en una calle rodeado de gatos, este miércoles. Emilio Fraile

Pocos en Piedrahita la apoyan. El antiguo alguacil, llamado Fidel, había alimentado a las colonias en los últimos años pero una noche grabó cómo una perra de caza mataba a un gato al que él intentó rescatar en vano. Los lugareños y el dueño lo achacan a que el animal, en celo, se escapó y atacó al minino; ellos sospechan que lo soltó intencionadamente. Esa secuencia y otras fotos de gatos muertos llegaron al partido animalista PACMA, a quien Castelló agradece el apoyo junto a Sacrificio Cero, y el tema cogió peso. También apareció la venganza: al poco Fidel encontró en su felpudo un gato muerto. Fuentes de la Guardia Civil atribuyen lo sucedido a la dificultad del animalismo para entender las costumbres rurales como la libertad callejera de los gatos y que los hábitos de los pueblos tampoco aceptan críticas forasteras. Por tanto, creen imposible poner chips y cuidar óptimamente de esos gatos que saltan de tapia en tapia y de cuadra en cuadra, sin pertenecer como tal a nadie, pero también asumen que “algún cafre seguro que ha pegado perdigonazos a algunos gatos y los demás le han reído la gracia”.

Las autoridades también apuntan al bar como eje de divergencias. El dueño ha interpuesto decenas de denuncias “por ver a perros sueltos por la calle” y gatos sueltos, además de visitar frecuentemente el cuartel para exponer supuestas amenazas o injurias. Tampoco se ha ganado amistades, como evoca indignado un anciano jugador de petanca, al avisar a los agentes “por llevar una nevera con refrescos a la pista de petanca”; los parroquianos, a quien los defensores de los gatos acusan de conductas inapropiadas en el local, dejaron de acudir y los felinos se han convertido en arma arrojadiza al ser el gerente expareja de Castelló. Fuentes del Seprona afirman que están investigando los hechos por si hubiera maltrato animal. El bar, de titularidad municipal y adjudicado a ese forastero llegado al lugar hace unos meses, permanece cerrado estos días. En los pueblos cercanos han aparecido pintadas de “Guardia Civil hijos de puta. Cerdos con pistola”.

En Piedrahita de Castro están enfrentados por los gatos callejeros. En la fotografía, un aviso que pide a los vecinos no dejar alimento para los felinos para, así, evitar que se acumulen en la calle.Emilio Fraile

Nadie en Piedrahíta accede a dar su nombre, pero los escasos jóvenes y todos los mayores coinciden: no hay “masacre de gatos” pero sí admiten perdigonazos “de chavales que cogen la carabina y salen a tirar a palomas, conejos o gatos”. “Me preocupa la imagen del pueblo, nos van a acusar de asesinos”, afirma un jugador de petanca y otra vecina tilda de “un poco locos” a los animalistas, aunque lamenta que se matara a un gato y se colocara ante la puerta de Fidel. La situación trae a las conversaciones las películas de Berlanga o El disputado voto del señor Cayo, de Miguel Delibes, con grandes conflictos en pueblos de pocas personas. Un puñado de esos habitantes echa la tarde en un banco mientras 10 gatos juguetean entre el corral de las gallinas y aceptan algún mimo. “Puede haber algún calentado”, admiten, pero reivindican la función de estos animales: “Sin ellos tendríamos invasión de ratas”.

Mamen Castelló y sus defensores insisten: por la noche se siguen oyendo disparos, aunque no han encontrado más cadáveres. Los vecinos, firmes: nadie mata a los felinos por gusto. La Guardia Civil advierte: seguirán pendientes y temen que no haya solución entre las partes. Los protagonistas, mientras, siguen en la plaza, ajenos al debate. El último en sumarse, un gato negro.

Dos gatos en una calle de Piedrahita de Castro, este miércoles. Emilio Fraile


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