Alfonso Gómez, el niño gallego que emigró a Suiza llega a alcalde de Ginebra

Se crio en la Costa da Morte y su abuelo republicano y el ‘Prestige’ marcaron su conciencia política. Militante de Los Verdes y admirador del modelo sin coches de Pontevedra, será investido al son de las gaitas

Alfonso Gómez, el gallego que será investido alcalde de Ginebra, en una imagen cedida por él.

Un político de 62 años llamado Alfonso Gómez Cruz será investido alcalde de Ginebra (Suiza) el próximo 7 de junio. La invitada más importante de la ceremonia es una vecina del pueblo marinero de Corme (A Coruña), en la gallega Costa da Morte. Se llama Emilia, tiene 81 años, fue migrante y es la madre del protagonista. A principios de la década de los sesenta del siglo pasado, ella y su marido Tuto ...

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Un político de 62 años llamado Alfonso Gómez Cruz será investido alcalde de Ginebra (Suiza) el próximo 7 de junio. La invitada más importante de la ceremonia es una vecina del pueblo marinero de Corme (A Coruña), en la gallega Costa da Morte. Se llama Emilia, tiene 81 años, fue migrante y es la madre del protagonista. A principios de la década de los sesenta del siglo pasado, ella y su marido Tuto fueron de los primeros gallegos en hacer las maletas para buscar una vida mejor en Suiza. Dejaron al niño Alfonso en Galicia al cuidado de sus abuelos. Con 14 años, el crío se instaló junto a sus padres en una urbe en la que el 40% de la población no tiene pasaporte suizo. Ahora este economista y militante de Los Verdes libra en Ginebra una batalla contra el daño que ya está haciendo el cambio climático y contra quienes se resisten a renunciar a su forma de vida para paliarlo. Tiene fama de combativo y él lo atribuye a su cuna guerrillera: “Corme siempre fue un pueblecito muy avanzado, de ideas progresistas, uno de los primeros que proclamó la República en 1931″.

Gómez Cruz fue elegido para formar parte del gobierno de Ginebra en 2020. El peculiar sistema político de esta ciudad de 200.000 habitantes establece que la ciudad debe ser regida por un equipo de cinco consejeros administrativos integrado por los cinco candidatos más votados, que rotan en el puesto de alcalde con un mandato de un año. Desde este mes de junio le toca a él. En el gabinete que encabezará convive con otro compañero de Los Verdes, dos socialistas y una demócrata cristiana. No les queda otra que negociar y consensuar. Tres de ellos son de origen inmigrante.

Las gaitas de la Irmandade Galega Na Suiza, epicentro de la diáspora gallega en la ciudad, amenizarán la ceremonia de investidura del niño emigrante que ha llegado a alcalde de Ginebra. Gómez es nieto de un maestro republicano perseguido por el franquismo. Las discusiones políticas fueron parte de su infancia y adolescencia. Empezó militando en el Partido Socialista pero acabó pasándose a Los Verdes en 2004 y atribuye su evolución a que “ya no sirve solo repartir los productos del crecimiento entre los diferentes sectores de la sociedad”. La emergencia climática exige una transformación “estructural”, no solo de “hábitos”, afirma: “Los Verdes somos hoy más rupturistas que la socialdemocracia y estamos enfrentados a lo que algunos llaman la realidad del poder”. Entre 1989 y 2004 fue miembro del Comité Internacional de la Cruz Roja y enviado en misiones en Irán, Sudán y la antigua Yugoslavia.

El alcalde gallego de Ginebra, con su abuelo Manuel en Corme a principios de los sesenta.

Gómez cree que su origen gallego tuvo algo que ver en su conciencia ambiental. Su abuelo Manuel, el maestro represaliado con el que se crio y estudió, le contaba cómo Corme disfrutaba antaño de una riqueza pesquera que fue desapareciendo por culpa de la sobreexplotación del mar. Aquel hombre que tanto le marcó fue uno de esos profesores avanzados que sacaban a los escolares al campo para aprender de la madre naturaleza. A Gómez la marea negra del Prestige en 2002 también le impresionó, “era el enésimo incidente de petroleros y los gobiernos no habían tomado medidas de protección”. La otra cara del desastre, la marea blanca de voluntarios llegados de todo el mundo, le tocó la fibra: “Mi abuelo se emocionaba cuando hablaba de las Brigadas Internacionales que vinieron a España a luchar por la democracia”.

Ginebra sufre ya temperaturas que superan los 40º en verano durante largos periodos de tiempo y estos extremos están provocando problemas de salud en niños y mayores. La nieve no deja de menguar en las montañas año tras año. Gómez explica que el Ayuntamiento están tomando medidas para reducir el tráfico (entran 100.000 coches al día), sustituir el asfalto por el verde, crear zonas de sombra, aumentar el acceso al agua… Pero no está siendo “un camino de rosas”: “Hay en las ciudades una toma de conciencia de los problemas ambientales, pero también cierta reacción de una parte de la población que no está dispuesta a hacer sacrificios”.

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Sus palabras resuenan tras los resultados del 28-M en España: “Cuando se cuestiona la manera de vivir y de consumir, llega un voto de reacción de ciertos sectores de la población que creen que las cosas no son tan graves, que no quieren perder sus ventajas, que dicen que no les toques su libertad de poder circular a 50 kilómetros por hora por donde quieran, de comer churrasco todos los días si les da la gana. Es una falsa libertad, pero hay que estar preparados para esa polarización”. Él está convencido de que esas resistencias “pasarán”, más que nada, porque el destrozo y la urgencia de actuar se harán cada vez más evidentes. En Ginebra son mayores entre el electorado masculino de más de 40 años y Gómez confía en el impulso progresista que aprecia entre mujeres y jóvenes.

Alfonso Gómez, con sus padres Tuto y Emilia y su hermana Alicia en Ginebra en los sesenta.

Durante su mandato, Gómez se propone pisar más el ágora de la calle en estos tiempos de redes sociales. Piensa encabezar en los barrios grandes reuniones vecinales para difundir la crisis climática, inspiradas en los banquetes que los liberales y radicales celebraban en los siglos XVIII y XIX para expandir su mensaje laico y democrático. Planea organizar en Ginebra una conferencia anual para que las ciudades y los científicos acuerden acciones concretas y rápidas: “Hay que salir de las grandes declaraciones de las grandes cumbres y hablar de las medidas reales”.

“El fin del mundo y el fin de mes son los mismos combates”

Pontevedra, la ciudad gallega que en los últimos 25 años ha conseguido derrocar la dictadura del coche, es la prueba de que el cambio es posible “con una acción decidida y a largo plazo”, aplaude. Hace un par de años llamó por teléfono a este Ayuntamiento pidiendo hablar con el alcalde del Bloque Nacionalista Galego (BNG) que lo hizo posible. Se identificó como miembro del gobierno local de Ginebra en un perfecto gallego, su lengua materna, y percibió el desconcierto de los funcionarios. ¿Un concejal suizo hablando gallego de Costa da Morte? Poco después, fue recibido por Miguel Anxo Fernández Lores. El veterano regidor pontevedrés le contó a Gómez las feroces protestas que tuvo que superar cuando empezó a peatonalizar calles y restringir el tráfico.

El alcalde gallego de Ginebra admite que las limitaciones necesarias para proteger las ciudades del cambio climático impactan en las clases trabajadoras y aboga por acompañarlas de medidas sociales: “El fin del mundo y el fin de mes son los mismos combates y no se pueden imponer reglas que perjudiquen a los más vulnerables. Pero no porque desplazarse en coche o comer carne signifiquen bienestar, se puede disfrutar con grandes comidas vegetarianas. Las medidas ecológicas no conllevan una disminución del bienestar y hacer entender eso es la dificultad que tenemos hoy”.

Pese a todas las dificultades, Gómez vislumbra un cambio de tendencia. Hace poco estuvo a punto de salir aprobada en referéndum en Ginebra la supresión total de la publicidad comercial en el espacio público, pese a que suponía una merma de ingresos para el Ayuntamiento al dejar de alquilar las vallas. Y su partido ganó además dos votaciones que pensó que perdería: los vecinos de esta ciudad suiza decidieron parar un nuevo parking para coches pese a que iba a ser financiado con fondos privados y una gran infraestructura cultural que iba a suponer la destrucción de un pequeño bosque.

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