Sobrevivir al fuego

Los habitantes de la sierra de la Culebra en Zamora, arrasada el año pasado, siguen a la espera de que la Junta de Castilla y León cumpla sus promesas mientras aguantan gracias a la solidaridad vecinal, las donaciones y su coraje

María Jesús Blanco Ratón, junto a la cruz que señala el lugar donde las llamas devoraron el coche de su primo Eugenio Ratón, fallecido.Foto: Emilio Fraile

Han pasado nueve meses desde que el fuego arrasó la sierra de la Culebra: dos incendios sucesivos, uno descontrolado y otro devastador, más de 70.000 hectáreas quemadas y cuatro muertos. La vida ha seguido a trompicones entre cenizas en estas tierras zamoranas protegidas (como LIC, Lugar de Importancia Comunitaria), donde Félix Rodríguez de la Fuente estudió al lobo. Una tierra trabajada por sus gentes recias, pocas (son 167.000 habitantes en toda la provinc...

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Han pasado nueve meses desde que el fuego arrasó la sierra de la Culebra: dos incendios sucesivos, uno descontrolado y otro devastador, más de 70.000 hectáreas quemadas y cuatro muertos. La vida ha seguido a trompicones entre cenizas en estas tierras zamoranas protegidas (como LIC, Lugar de Importancia Comunitaria), donde Félix Rodríguez de la Fuente estudió al lobo. Una tierra trabajada por sus gentes recias, pocas (son 167.000 habitantes en toda la provincia de Zamora y bajando), pero tan arraigadas como los castaños, los robles y los pinos que ardieron. Gentes directas en el trato y habituadas a que nunca nadie se acuerde de ellos: “Estamos acostumbrados a que no nos hagan caso”, se oye de pueblo en pueblo. Desde que el verano pasado los fuegos serpentearon caprichosamente por sus montes, al albur de los vientos y los rayos de las tormentas secas, todos viven inmersos en un mundo de carboncillo. Ganaderos, apicultores, pastores, bomberos e ingenieros forestales, alcaldes, panaderos, hoteleros o arquitectos, todos son supervivientes tiznados por el traumático recuerdo del espanto de las llamas. Hasta las vacas blancas y las ovejas se han vuelto grises en este lugar, de rozarse en sus paseos con los arbustos y los troncos quemados.

“No he vuelto a escuchar música, el otro día me compré el último disco de Luis Antonio Pedraza, pero no he sido capaz de ponerlo, no me encuentro en condiciones, no me apetece todavía la alegría”, dice María Jesús Blanco Ratón, tabaresa de 54 años y prima hermana de Eugenio Ratón, a quien el fuego sorprendió escapando con su padre centenario de Sesnández hacia Tábara, la población vecina, cabeza de comarca y uno de los epicentros de los incendios. “Se quemaron las torres de teléfono, se cayeron las comunicaciones, no pude avisarles de que ya no podrían salir por donde minutos antes lo habíamos hecho mi marido y yo”, se lamenta recordando aquella tarde del 17 de julio. Una mancha oscura en la carretera marca el punto donde el coche quedó envuelto en llamas y derritió el asfalto.

Ahora hay torres nuevas, de acero, pero algo se ha quebrado en el ánimo de estos paisanos que se quedaron para salvar sus casas, sus naves, sus animales, su entorno, sus montes, su leña, sus setas, sus abejas, sus plantaciones… y perdieron mucho. “Creo que aún estamos en shock, no hemos interiorizado que no volveremos a vivir donde vivíamos, ni a ver lo que veíamos, ni a tener lo que teníamos”, dice Antonio Juárez, ingeniero de montes, alcalde de Tábara (PSOE) y técnico en la Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Castilla y León (PP). Tampoco él —confiesa— ha sido capaz de volver a su finca de castaños, más de 2.000, arrasada.

A la espera de las ayudas de la Junta, Administración competente en materia de incendios y tremendamente cuestionada y criticada por la gestión que hizo (y ha hecho) del desastre, desde su Ayuntamiento de Tábara, Juárez ha hecho de intermediario para distribuir donaciones y ayudar a damnificados, han tenido que subastar la madera de los pinares e incluso hacer los lotes “para sacarla rápido y que no se formen plagas”. Y, en lo que se refiere a la restauración de la comarca, “de momento nos hemos quedado en reuniones entre alcaldes y algunas con la Junta, que nos ha dado 80.000 euros para el museo de códices, para callarnos la boca”, suelta, y asegura que en otros municipios han dado semejantes cantidades para “la restauración de corrales antiguos, por ejemplo”.

De momento no hay ni proyecto de repoblación forestal, “que ya debería estar porque se debe hacer antes de que salga el matorral, porque si no habrá que desbrozarlo después y luego plantar”, advierte. Y apostilla: “Aquí ha fallado una planificación política en toda regla desde el principio y, posteriormente, las ayudas que se han dado han sido insuficientes respecto a las pérdidas económicas, se debería iniciar un proceso de responsabilidad patrimonial de oficio, la propia Administración debería reconocer el error y realizar un informe económico de todos los daños que se han producido y proceder al abono a los perjudicados: la pérdida de la caza, de los aprovechamientos forestales, de la depreciación de la madera, el impacto paisajístico, el aprovechamiento micológico, el turismo y el uso recreativo del monte, la miel... todo eso es evaluable económicamente, aparte de las infraestructuras. Reconocer la culpa también es de valientes, y no querer cerrar las heridas con conciertos musicales [criticados y cancelados hace unos días por su coste], con buenas palabras o con mínimas ayudas”.

Un pastor observaba el verano pasado un incendio de un campo de trigo entre Tábara y Losacio.ISABEL INFANTES (Reuters)

Eugenio Ratón, de 65 años, murió con el 80% del cuerpo quemado el 16 de agosto en la Unidad de Quemados del hospital de Getafe (Madrid). Su padre, que milagrosamente no se quemó, falleció el pasado día de Reyes: “Creo que también yo tragué mucho humo, como Eugenio”, recuerda María Jesús que les decía quejándose de los pulmones. Han gestionado la ayuda para familiares de los fallecidos (”unos 18.000 euros”), pero no han recibido nada hasta el momento. Como tampoco lo ha hecho la esposa del bombero Daniel Gullón, el manguerista de 63 años alcanzado por las llamas cuando trataba de sofocar el fuego de Ferreruela de Tábara el 18 de julio. “No ha habido ninguna indemnización hasta ahora y la ayuda psicológica que recibe su esposa desde entonces es de familiares y de amigos”, cuenta un pariente.

En situaciones similares se encuentran la mujer y la hija de Ángel Martín, de 53 años, que se quemó tratando de hacer una zanja-cortafuegos con su retroexcavadora en Tábara. Su imagen luchando contra el fuego inundó las redes sociales. El hombre murió tres meses más tarde en el hospital de Valladolid. Su familia, sumida en el dolor, pidió la retirada de esos vídeos y se recupera en silencio en el pueblo. A seis kilómetros, en Escober de Tábara, murió Victoriano Antón, de 69 años, sorprendido por el fuego junto a sus ovejas. Cuatro muertos.

Trabajos de saca de la madera quemada en los incendios de verano de 2022 en la sierra de la Culebra.Emilio Fraile

Han sido la tenacidad de los oriundos, la solidaridad vecinal y las donaciones las que han suplido la lentitud, las escasas ayudas y la ineficiencia de la Administración, aseguran en los pueblos —más de 20— asediados por las llamas. La Caja Rural, con gran implantación en la zona, creó un fondo solidario y repartió cerca de 600.000 euros en ayudas directas a los afectados. Ha sido principalmente la Cooperativa Bajo Duero (COBADU), la que ha gestionado los repartos. Hasta McDonald’s hizo una “hamburguesa solidaria” que permitió distribuir 80.000 euros.

Contestan en la Junta de Castilla y León que han preparado 65 millones de euros para compensar las llamas de 2022, en su mayoría para Zamora. Ofrecen hasta 145.000 euros por vivienda “destruida y afectada” y hasta 35.000 por “edificación complementaria”, pero en los pueblos aseguran que nadie los va a recibir porque los criterios que piden son leoninos: “Nosotros defendimos nuestros pueblos, creo que son solo tres las casas que están en ese estado de destrucción que piden”, dice Lucas Ferrero, arquitecto técnico de 36 años asentado en Villanueva de Valrojo y portavoz de la Asociación La Culebra no se calla. Según la Junta, de momento cuentan con 11 órdenes dictadas para inmuebles perjudicados, por valor de un millón de euros.

Además, aseguran que han destinado dos millones para 37 damnificados en Ávila y Burgos. El sector primario, gravemente dañado, ha obtenido 3.500 toneladas de alimento para 172 explotaciones de Zamora junto a agua y bebederos, explican. Y los apicultores de la provincia, con 3.400 colmenas afectadas, también recibieron alimento específico.

Pedro Vega Alonso, que perdió parte de sus colmenas durante los incendios de 2022, trabaja en una nueva ubicación en la localidad de Faramontanos de Tábara.Emilio Fraile

“Hemos sobrevivido porque hemos emigrado a otros pueblos de la zona donde amablemente nos han acogido”, cuenta el apicultor Pedro Vega, de 60 años y guarda forestal de profesión. Él llegó a tener 900 colmenas desde que comenzó a hacer miel en 2000. “Aunque el fuego se produjo en julio, todavía no nos hacemos una idea clara de lo que se nos viene encima, harán falta decenios para que esto se recupere: el romero, siete-ocho años; el cantueso, cinco años; el brezo, otros cinco; hemos perdido el 80% de nuestros castaños, árboles altamente melífelos con más de 200 años, hemos perdido encinas de los tiempos del Cid... Millones en madera, en leña, nos hemos quedado sin setas hasta dentro de medio siglo, la caza no sé cuándo se podrá recuperar, las águilas, los azores, los cernícalos, gavilanes... Esto era una reserva integral de toda Europa”. Una colmena (cajas, cuadros, cera, miel y enjambre) sale por unos 320 euros. La Junta le ha dado 6.000 euros. “Lo peor no es eso, lo peor es que no hay abejas que comprar, se están muriendo por enfermedades generadas por la contaminación, los pesticidas, los ácaros, ahora la avispa asiática...”.

Además, desde el Gobierno de Castilla y León detallan que repartieron en noviembre un millón de euros a las 730 explotaciones agrarias afectadas en toda la comunidad. Los autónomos del medio rural implicado han recibido 560.000 euros repartidos a 112 beneficiarios y Cultura ha otorgado 1,3 millones para recuperar el patrimonio damnificado.

Demetrio Fernández Santos, pastor de Escober que perdió buena parte de su ganado en los incendios.Emilio Fraile

“Se me quemó el ganado y yo me salvé a pies”, suelta Demetrio Fernández Santos, pastor de Escober de Tábara, con 66 años y manos poderosas. “Le pasó el fuego por encima, se cubrió con la casaca, casi no lo cuenta”, apostilla en la puerta de su casa Paquita Gutiérrez, teniente de alcalde de Tábara (PSOE), defensora a ultranza de su municipio. No ha vuelto a salir a caminar sus seis o siete kilómetros diarios desde entonces. “Hay que asimilar, qué remedio, perdí 210 animales pero me quedaron 40 que estaban en la nave y que han estado cuatro meses sin pasto porque también se me quemó el cereal. Este mes de febrero me dieron el máximo de la compensación estimada por la Junta: 15.000 euros”, dice Demetrio, que —aseguran los vecinos— se ha vuelto menos huraño y socializa más desde entonces. Todos han cambiado.

El miedo y los bomberos que no vuelven

La campaña de incendios forestales de este año está a punto de comenzar. “Sabemos que se va a adelantar, pero no sé si será a principios o a mediados de junio”, dice Alfonso (nombre ficticio), bombero forestal de Villardeciervos, donde se encuentra la base forestal aérea de la comarca, con 24 operativos (5 hasta que empieza la campaña), de los que menos de la mitad tienen experiencia de años. El resto, llegan prácticamente vírgenes, muchos sin haberse enfrentado al fuego en su vida. Algunos, tras lo vivido el año pasado, ya han anunciado que no vuelven. El miedo es libre.

David Moreno, ingeniero que trabaja por temporadas como bombero forestal, en el parque eólico de Padornelo (Zamora).Emilio Fraile

“Tras los incendios recibimos ayuda psicológica de voluntarios que nos contactaron por redes sociales, cualquiera podríamos haber sido Daniel, lo vimos, lo sentimos”, dice David Moreno, de 30 años y técnico jefe de brigada de la base de Villardeciervos, y el único brigadista que se ha atrevido a dar la cara. “Estuvieron haciendo terapia y viniendo a la base un tiempo, de manera voluntaria, porque a todo el equipo le afectó mucho. Aun así, muchos no van a volver”, asume. Sabe que está campaña tendrá que dirigir a chavales que vienen de estar en cuadrillas de tierra, haciendo trabajos herbícolas, sin apenas formación en incendios, a los que hay que enseñarles todos los protocolos de seguridad. “Ten en cuenta que a nosotros nos pueden soltar con el helicóptero en cualquier parte”, advierte. Él, hijo de bomberos forestales, ingeniero forestal, con ocho años de experiencia apagando fuegos, es uno de los cinco operativos de la base que se ha quedado este invierno, por primera vez, gracias a un proyecto de restauración ambiental. Los bomberos forestales siguen ganando 1.080 euros al mes, en campañas de tres meses, por eso no se asientan: “En cuanto encuentran un trabajo para todo el año se van”, cuenta David. Él seguirá: “Nos toca tirar hacia adelante, por lo nuestro y por nosotros, el miedo debe quedar a un lado, al fuego hay que tenerle respeto, seguir los protocolos y saber decirle que no cuando no lo ves claro”.

Óscar Puente Cabrerizo, ganadero de vacas de la raza alistana-sanabresa, trabaja en su explotación cercana a Tábara.Emilio Fraile

La noche infernal en la que el bombero Daniel Gullón perdió la vida luchando contra el fuego en Ferreras, el ganadero Óscar Puente, tabarés de 50 años, se adentró con sus 200 vacas monte a través hacia la zona quemada por el incendio del mes anterior: “El fuego de junio fue duro, pero nos salvó del segundo, que corría más rápido que nuestros coches, me la jugué, pero esas vacas son mi vida, todo mi trabajo de años, mi futuro…”, explica. “Hemos recibido más de donativos de particulares o empresas que ayudas de la Administración”, dice. En su caso, percibió en compensación 3.300 euros de la Junta, pero gastó 21.000 solo en volver a cercar una de las fincas donde tiene las vacas. Además, por perder el pasto, le dieron comida para los animales para un mes y medio.

En Otero recuerdan la visita del presidente del Gobierno aquellos días críticos y las palabras de Pedro Sánchez cuando le increpó un vecino: “Vamos a arreglarlo, vamos a intentarlo...”. En Pozuelo de Tábara, no se han olvidado tampoco de los abucheos que recibió el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, tras acudir a la zona devastada. Y en Villanueva de Valrojo rememoran que “casi corren a gorrazos al presidente de la Junta”, Alfonso Fernández Mañueco (PP), cuando se presentó allí “vestido de safari”. Esas son las visitas oficiales que recuerdan los lugareños, además de la de la ministra de Defensa, Margarita Robles, la única que “se salva” de las críticas, porque aterrizó en el puesto de mando de los incendios con los efectivos de la UME (Unidad Militar de Emergencias).

Paquita Gutiérrez, teniente de alcalde de Tábara.Emilio Fraile

Ahora, nueve meses después, la berrea de los ciervos y los cantos de los pájaros han sido sustituidos por el ruido de las motosierras, las excavadoras y los camiones de las empresas madereras que se afanan en sacar la madera de los pinos quemados. Ha sido subastada a 9 euros el metro cúbico en lugar de a 60 que costaba, según los forestales. Y es necesario retirarla rápido para evitar plagas. Los hospedajes de la zona están casi al completo, ocupados por estos operarios forestales que talan troncos carbonizados, pero el turismo ha caído en picado, en una tradicional zona de paso del Camino de Santiago. “Aparte de todas las cancelaciones que sufrimos ese verano, ahora no llama ni la mitad de la gente”, dice Lucas Ferrero, a la puerta del negocio rural de su madre en Villanueva de Valrojo.

La gente teme que ahora, con el auge de las renovables, quieran plantar, “en lugar de árboles, macroparques de placas solares”, y que le pongan la puntilla a esta sierra. “Renovables sí, pero no así”, dice la teniente de alcalde de Tábara, Paquita Gutiérrez (PSOE): “Es necesario un estudio y un plan, para que esto no acabe siendo la España vaciada, olvidada, quemada y rematada”.

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