La lotería de las sirvientas: iglesias de Madrid sortean empleos para inmigrantes en precario

Cada mes miles de extranjeras optan a conseguir una entrevista de trabajo por mediación de parroquias

Una inmigrante espera en el interior de la iglesia de las Religiosas de María Inmaculada hasta que llegue una empleadora para una entrevista.DAVID EXPÓSITO

Teresa Michel cierra los ojos. Todavía tiene la luz de la mesilla encendida cuando, recostada en el colchón, aprieta fuerte sus manos gruesas, encomendándose a Dios para que la suerte, a sus 59 años, cambie por fin. A la una de la madrugada, en el piso que comparte con unas amigas en el barrio madrileño de Usera, el día que está por venir no le deja conciliar el sueño. Sigue sin trabajo, el último fue hace tres meses, y su futuro depende ya de la suerte. Y su suerte, a estas alturas, depende de unas monjas.

A las ocho de la mañana, con los ojos enrojecidos de sueño, esta española de ori...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Teresa Michel cierra los ojos. Todavía tiene la luz de la mesilla encendida cuando, recostada en el colchón, aprieta fuerte sus manos gruesas, encomendándose a Dios para que la suerte, a sus 59 años, cambie por fin. A la una de la madrugada, en el piso que comparte con unas amigas en el barrio madrileño de Usera, el día que está por venir no le deja conciliar el sueño. Sigue sin trabajo, el último fue hace tres meses, y su futuro depende ya de la suerte. Y su suerte, a estas alturas, depende de unas monjas.

A las ocho de la mañana, con los ojos enrojecidos de sueño, esta española de origen boliviano, llega a la iglesia de las Religiosas de María Inmaculada —originariamente llamada Hermanas del Servicio Doméstico—, a pocos metros de la céntrica Glorieta de Bilbao. La mujer, que ha cuidado sobre todo a ancianos, se mantiene estos meses gracias a sus ahorros y dedica sus tardes a estudiar para sacarse cursos que le exigen en determinados trabajos. Con su mochila de tela al hombro, en la que guarda todos sus documentos, Michel se pierde enseguida en una cola en la que aguardan otras 60 mujeres, la mayoría de ellas latinoamericanas sin papeles. Todas llevan semanas de puerta en puerta persiguiendo una oportunidad, a veces la primera, y han oído que en la iglesia celebran un sorteo gracias al que podrán trabajar. El premio es un empleo clandestino de limpiadoras, de sirvientas, de cuidadoras… de lo que sea.

“No dejan de llegar. Pero la realidad es que no hay trabajo para nadie”, murmura la monja que ejerce de recepcionista y que ve desde su garita el pelotón de mujeres que cada lunes llena el recibidor de la congregación.

Mujeres inmigrantes durante el sorteo de la iglesia de las Religiosas de María Inmaculada. DAVID EXPÓSITO

Ese día, la suerte la gestionan sor Lourdes y sor Isidora en una sala de reuniones de la planta baja en la que hay tantas candidatas que una parte de ellas debe sentarse en el suelo. Esta no es una cita a la que pueda venirse con prisa. Antes de nada, las monjas explican la misión de la orden y la historia de su fundadora, Santa Vicenta María López Vicuña. Esta santa colocaba a las chicas humildes y analfabetas que venían del campo en las casas de las familias pudientes de la capital, una misión que no es muy distinta de la de sus sucesoras. La charla dura media hora, pero el sorteo que viene a continuación es rápido, menos de dos minutos.

—Que salgan las que su nombre empiece por G de gato—, grita la hermana Isidora.

—Ahora las que su nombre empiece por L.

Así hasta elegir 20 agraciadas. Lo siguiente será una entrevista personal con las monjas, que a lo largo de la semana cruzarán los perfiles de las mujeres con sus contactos. El resto se marchará para seguir buscando y, quizá, intentarlo de nuevo la semana siguiente.

Cada mes son miles las extranjeras que, como Michel, acuden a las puertas de algunas iglesias de Madrid para participar en esta lotería de las sirvientas. No ganan un trabajo, solo la posibilidad de tenerlo. El premio es una entrevista, una ficha en la que registrarán sus habilidades y con la que, con fortuna, la iglesia le conseguirá un empleo gracias a los contactos con los fieles que buscan personal de servicio. Lo habitual es que lo que surja, especialmente si no tienen papeles, sea un trabajo como interna, sirviendo a una familia o cuidando a personas mayores.

Las iglesias llevan años ejerciendo informalmente de agencias de empleo con los inmigrantes en toda España. Con cita previa, con listas, con diferentes sistemas, pero, en Madrid el número de inmigrantes y refugiados que llegan cada día les desborda. La ocurrencia del sorteo puede parecer peregrina, pero, para quienes los organizan, tiene su lógica. Cuando han querido seleccionar a los candidatos por orden de llegada se les ha llenado la acera de gente desde la noche anterior. Cuando lo han hecho con cita previa, ha florecido el mercado negro que trapicheaba con ellas. “Lo hacemos por sorteo porque hemos aprendido una cosa y es que en Latinoamérica, cuando hay una fila, hay mafia”, suelta Paco Blanco, el párroco, desde el ambón de la parroquia de Nuestra Señora del Sagrado Corazón. “Por eso, este sistema. Quizá es un poco más lento, pero es más seguro. Hemos intentado que sea el más digno”.

Cola de inmigrantes en las puertas de la parroquia de Nuestro Sagrado Corazón. DAVID EXPÓSITO

Cada martes, la cola ante esta iglesia rodeada de embajadas en el norte de Madrid congrega unas 300 personas. Allen, un venezolano de 20 años recién llegado a la capital, recorre la fila con una mochila cargada de trufas de chocolate que vende de dos en dos por un euro. Le quedan dos meses de ahorros para mantenerse, pero necesita un empleo cuanto antes. “Voy a trabajar de lo que sea. He ido a restaurantes a muchas partes y todo va bien hasta el momento en que me preguntan si tengo papeles”, explica. Los venezolanos en España pueden beneficiarse de un permiso de residencia y trabajo por razones humanitarias, pero no hay citas para hacer el trámite, así que Allen y miles como él están condenados a quedarse en la irregularidad durante meses.

A partir de las nueve de la mañana todos entran ordenadamente en el templo, se ajustan la mascarilla y toman un pequeño papel con un número impreso. No cabe nadie más en los bancos. El párroco les da la bienvenida, los invita a rezar en pie un padrenuestro y un avemaría, y da paso a la rifa sin abandonar el tono de liturgia.

—La verdad es que la cosa no está fácil aquí, no les vamos a engañar. Nuestro propósito no es darles un trozo de pan, sino darles un trabajo y sostener a sus familias.

Paco Blanco, párroco de la iglesia Nuestro Sagrado Corazón, se dirige a los inmigrantes durante el sorteo. DAVID EXPÓSITO

Concluidos los preámbulos, comienza el sorteo. Este ya no depende de la imaginación de una monja, sino de una aplicación, que muestra, de uno en uno, los 40 números de la suerte. El 222, el 90, el 10… Los agraciados se van levantando y son dirigidos al piso de abajo, donde les espera sor Pilar, una religiosa intuitiva y enjuta que parece rondar los 70 años. La mujer arrolla con su energía y, al principio, intimida con su carácter. No está para tonterías ni mentiras, advierte, y observa con recelo el trabajo de los periodistas.

—A ver qué vas a escribir al final. No es por mí, pero no quiero que esta gente tenga problemas.

Sor Pilar lleva más de 20 años cruzando oferta y demanda, extranjeras en precario, con familias que buscan internas. Madres que dejaron a sus hijos a miles de kilómetros, con matrimonios que necesitan ayuda para cuidar de sus bebés. O inmigrantes sin papeles con ancianos que ya no pueden valerse por sí mismos. El teléfono de su despacho no deja de sonar.

Los inmigrantes esperan con sus números a que se realice el sorteo mientras rezan un Padre Nuestro. DAVID EXPÓSITO

La monja entrevista a los candidatos y a los empleadores y les marca sus normas. En estos años, asegura, ha colocado a más de 8.000 personas, aunque, últimamente, tiene más trabajo que nunca.

Los ganadores del sorteo están separados. Los hombres aguardan en una sala, las mujeres en otra. Sor Pilar rompe el silencio y entra en la de ellas. No olvida una cara y descubre enseguida si alguien espera su turno sin haber ganado el premio. Manda a una mujer a la calle sin dudarlo. Se ha colado.

—Aquí somos serios, ¿está claro? Piensen bien a qué han venido a España, si a trabajar o a pasear. Si hay algo de externa tienen prioridad las personas casadas y con niños, no me traten de engañar porque yo tampoco quiero estropear sus vidas. Para interna tienen que ser solteras y sin hijos... Y las que tienen permiso de trabajo tienen que entender que deben ser estables porque hay poca gente que quiera gente con permiso…

Todas asienten. Para algunas es su primera vez, pero otras llevan años acudiendo a sor Pilar cada vez que se quedan sin trabajo. Hablan de ella con devoción y gratitud.

Sor Pilar, explicando el proceso de selección para lograr un empleo. DAVID EXPÓSITO

La monja impone las condiciones que el mercado del trabajo negro no regula. Si el empleado está en situación irregular, los jefes deben pagar igualmente el salario mínimo (1.080 euros) y ofrecer un seguro privado. También comprometerse a contratar al candidato en cuanto la ley lo permita, generalmente tres años después de su llegada a España. La religiosa les hace seguimiento, les ofrece formación y se asegura de que unos y otros cumplen con sus obligaciones. También marca las libranzas.

—No me pidan librar sábado y domingo. Aquí se sale los jueves por la tarde para venir a la formación de la iglesia y los domingos y festivos.

Evelyn de León, una maestra de educación infantil de Guatemala, aguarda su turno. Empezó su vida en España con 25 años, sin dinero y sin papeles. “Puf, estos seis meses aquí han sido durísimos. Porque aparte del permiso de residencia y trabajo, te piden experiencia y referencias, y si no has tenido un trabajo antes es imposible”, explica. A ella le prometieron un empleo al venir y una habitación, pero al llegar a Madrid, no había nada de eso. Desde entonces ha trabajado limpiando pisos y chalets a 4,70 euros la hora, empleos precarios con los que sacaba 90 euros a la semana. También ha trabajado como externa cuidando niños y haciendo las labores del hogar por 1.000 euros al mes. “Pero sin librar”, advierte. Ahora, espera que sor Pilar la coloque como interna. “Es pesado, pero es la única manera de estabilizarme”, mantiene.

Los candidatos pasan la mañana en la iglesia toqueteando sus móviles. Muchos pierden el tiempo porque no hay trabajo para todos, pero nadie rechista. No parece haber muchas más opciones ahí fuera.

Sor Pilar, explicando el proceso de selección para lograr un empleo. DAVID EXPÓSITO

En la sala de los hombres, el joven de las trufas de chocolate, que guardaba el número 222, espera su turno para que la monja y sus voluntarias le hagan una ficha. De repente, irrumpe sor Pilar. “A ver, ¿alguien para irse a Galicia? Me acaban de llamar que necesitan un chico en una finca”. Cinco hombres levantan la mano, aunque a Germán, colombiano, se le abren los ojos mirando a la religiosa. “Yo, por favor, yo nací en el campo”, le ruega. “No sé, quizá eres demasiado joven”, le responde sor Pilar. “Los jóvenes”, murmulla ella, “quieren salir por ahí”.

Un día después del sorteo, los empleadores acuden a la parroquia. “Ya saben que no mando a trabajar a nadie si no vienen aquí a buscarlo”, advierte sor Pilar. La monja escucha las peticiones, entra en la sala y elige con el dedo a la candidata. “Yo ya sé quién puede funcionar para cada trabajo”, explica. Enseguida, junta a los interesados en una salita, les deja claras las condiciones y se marcha para dejar que se conozcan. El 15 de marzo hubo varios acuerdos de empleo. Por allí aparecieron José María, un consultor financiero, y su padre, que buscaban un hombre para que se haga cargo de su pazo en Galicia, ese al que quiere ir Germán; una señora que necesitaba a alguien que cuide de su madre; otra que quiere una mujer que se ocupe de sus hijos; un matrimonio de empresarios jóvenes con dos niños que ese mismo día se lleva a una mujer colombiana a vivir a su casa...

Aquí no se utiliza el verbo contratar, o conocer, o fichar, aquí se usa el verbo “llevar”. “Conocimos a sor Pilar porque dos amigas de La Moraleja la tenían siempre de referencia y en 10 o 15 años nos hemos llevado ya dos o tres matrimonios”, explica el consultor financiero. “Me la llevo ya a enseñarle la casa”, dice la señora, que acaba de encontrar a la nueva cuidadora de su madre. “Está muy bien que sor Pilar haga el filtro de quién es una persona seria y trabajadora, porque necesitamos llevarnos a alguien de confianza”, celebra el matrimonio.

Entrevista entre una empleadora y una candidata para trabajar como empleada del hogar. DAVID EXPÓSITO

Los patrones no muestran mucho apuro por llevarse a casa a inmigrantes sin papeles, pero así funciona el sistema en España. La vía más sencilla para que un inmigrante consiga una autorización de residencia y trabajo consiste en esperar tres años y presentar un contrato de al menos un año. El sistema asume que el extranjero en situación irregular o vive del aire todo ese tiempo o, como realmente ocurre, trabaja en negro, en el campo o en casas, en una obra o en la cocina de un restaurante. Los cálculos de trabajo informal en las actividades de trabajo del hogar revelan que cerca de un 30% de las ocupadas podrían estar trabajando irregularmente, según el Observatorio Español del Racismo y la Xenofobia. La iglesia pone orden en el desorden.

Sentada en un banco de la calle Fuencarral, Teresa Michel abre su pequeña mochila en busca de lo “más importante” de su vida: su agenda. “Necesito parar unos segundos y organizarme para saber ahora dónde ir”. No ha sido elegida, así que el resto del día lo empleará en deambular de iglesia en iglesia y pedir ayuda. Por la noche volverá a encomendarse a Dios para que una letra o un número consigan dejarla dormir tranquila.

Más información

Archivado En