Ramón Palacios, el alcalde que quería morir con las botas puestas
El polémico y longevo regidor y senador del PP salió airoso de todos sus procesamientos, entre ellos uno por apología de la rebelión
“Franco murió gobernando y yo voy a morir de alcalde”, declaró Ramón Palacios Rubio a este periódico poco antes de concurrir, sin éxito, a las elecciones municipales de 2007 para seguir perpetuándose como alcalde de La Carolina (Jaén), un cargo que ocupó durante 36 años. Palacios, que falleció este lunes en Madrid a los 102 años, dedicó la mitad de su vida a la política, pero era conocido, sobre todo, por haber sido ...
“Franco murió gobernando y yo voy a morir de alcalde”, declaró Ramón Palacios Rubio a este periódico poco antes de concurrir, sin éxito, a las elecciones municipales de 2007 para seguir perpetuándose como alcalde de La Carolina (Jaén), un cargo que ocupó durante 36 años. Palacios, que falleció este lunes en Madrid a los 102 años, dedicó la mitad de su vida a la política, pero era conocido, sobre todo, por haber sido una especie de último señor feudal en Andalucía.
En 1984, tres años y medio después del 23-F, en un acto para conmemorar la Batalla de las Navas de Tolosa, pronunció un discurso golpista que le llevó a decir: “España tiene que renacer de nuevo y tiene que haber lo que hubo hace 48 años: una nueva España.”. Y, por si hubiera dudas, dirigiéndose a un alto mando del Ejército que estaba presente, le animó: “Tenemos, mi general, las esperanzas puestas en el Ejército español. Sabemos las dificultades que estáis padeciendo, pero tiene que haber un nuevo amanecer”.
La Audiencia Nacional le acusó de apología a la rebelión, pero fue absuelto poco después. Ramón Palacios salió indemne de todos sus procesamientos, que fueron muchos, entre ellos la causa que abrió contra él el Tribunal Supremo por una denuncia de compra de votos en una de sus múltiples campañas electorales. Con todo, su mayor disgusto, como él mismo reconoció después, fue la surrealista (e inventada) desaparición de su concejal Bartolín, investigado al principio como un posible secuestro de ETA y horas después convertido en un esperpéntico y ridículo episodio de la política municipal.
Ramón Palacios fue nombrado a dedo alcalde de La Carolina en 1960 por el entonces ministro de Gobernación Camilo Alonso Vega, un militar que apoyó la sublevación de Franco contra la República. Palacios estuvo hasta el final de la dictadura como alcalde y también fue presidente de la Diputación de Jaén durante nueve años y senador del Partido Popular durante dos décadas. Ya en la democracia, ganó sus primeras elecciones en 1983, volvió a ganar cuatro años después, pero en 1988 fue desalojado de la alcaldía por una moción de censura presentada por el socialista Francisco Vallejo, que fuera después consejero del gobierno andaluz y actualmente encarcelado tras ser condenado en el caso de los ERE. Pero Palacios volvió en 1995 para ganar otras tres elecciones locales por mayoría absoluta. Así hasta 2007, cuando perdió de nuevo las elecciones que le llevaron a retirarse de la política un año más tarde.
Idolatrado por sus paisanos y temido por sus adversarios políticos (que lo reconocían como un “animal político”), Ramón Palacios siempre presumía de ser el artífice del llamado “milagro industrial” de La Carolina, una localidad que llegó a alcanzar el pleno empleo gracias a la implantación de numerosas industrias. Para ello, contaba con la complicidad de los gobiernos de turno, sobre todo de los ministros de Industria, a los que agasajaba con una medalla siguiendo una tradición heredada desde la época de Carlos III en la llamada capital de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena. Eso sí, eran empresas de ida y vuelta, puesto que llegaban atraídas por los incentivos fiscales y que acababan yéndose cuando finalizaban esos estímulos.
Además de gobernar La Carolina con puño de hierro durante casi cuatro décadas, Ramón Palacios fue también un respetado (y temido al mismo tiempo) dirigente del PP. Supo cultivar una gran amistad con José María Aznar. Cuando este sufrió un atentado terrorista fue corriendo a Madrid y se ocupó de los hijos del entonces presidente del Gobierno. Una amistad similar a la que tuvo con Javier Arenas, que lo tuvo como responsable del comité electoral del PP durante varios años. Y por su finca de La Carolina llegaron a pasar los más destacados dirigentes populares de cada época. Incluso en una de sus últimas victorias electorales preparó una cena con sorpresa final, pues a los postres, y sin que nadie la esperara, apareció el mito erótico de la derecha española en aquella época: Norma Duval.