Feijóo y Cataluña

La cuestión es si el PP es capaz de hacerse con los réditos electorales que Cataluña le proporciona en el resto de España

Feijóo mira al presidente del PP de Cataluña, Alejandro Fernández (los dos en el centro de la imagen), el pasado 23 de julio, en un acto del partido en Barcelona.Kike Rincon (Kike Rincon/Europa Press)

Uno de los aspectos más interesantes de la entrevista que Alberto Núñez Feijóo concedió a este periódico el pasado domingo fue la relativa a Cataluña. También fue la frase que mereció el titular principal: “Es muy difícil gobernar España si el PP no sube en Cataluña”. Lo que ya no quedó tan claro es cuál vaya a ser la estrategia de su partido para conseguirlo. En primer lugar, porque no se atisba la designación allí de un líder del partido con ...

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Uno de los aspectos más interesantes de la entrevista que Alberto Núñez Feijóo concedió a este periódico el pasado domingo fue la relativa a Cataluña. También fue la frase que mereció el titular principal: “Es muy difícil gobernar España si el PP no sube en Cataluña”. Lo que ya no quedó tan claro es cuál vaya a ser la estrategia de su partido para conseguirlo. En primer lugar, porque no se atisba la designación allí de un líder del partido con la capacidad para introducir una diferencia relevante respecto de los anteriores, todos fracasados. Alguien con el perfil de Josep Piqué, que seguramente sea el que Feijóo eche en falta. Y, en segundo término, porque sea cual sea su plan para dicha región, no parece que pueda consensuarlo con facilidad entre los suyos. El PP ha devenido en gran medida en un partido de notables territoriales; o sea, hipersensibles ante toda concesión a Cataluña que pueda verse como un privilegio diferencial respecto de sus propias comunidades.

Derivado de lo anterior está también el propio achique de espacios electorales que sufren los partidos nacionales más allá del Ebro. La competencia electoral aparece reducida así a una disputa entre los grupos no independentistas, con el agravante de que la capacidad de los populares para erosionar el voto a los más inclinados hacia la izquierda, como En Comú, es prácticamente nula. En esto se diferencia del PSC, que sí tiene la capacidad de sacarle tajada a las dos dimensiones del voto en la comunidad catalana, la ideológica, y la identitario-nacional. Su victoria en las últimas elecciones catalanas así lo atestigua. Fue capaz de absorber una gran parte de los de Ciudadanos —la otra se fue a Vox— a la vez que consiguió afirmarse entre los de la izquierda no independentista. O, por fijarnos solo en el eje de la dimensión identitaria, el desafío del PP es atraer a los españolistas y, a la vez, a los más predispuestos a negociar elementos diferenciales para Cataluña dentro del Estado.

Para que se cumplan las expectativas de Feijóo, el PP debería hacerse con casi todo el voto españolista ―salvo el de izquierdas―, y no perder comba en el frente de los más predispuestos a soluciones negociadas. En la práctica significaría seguir la estrategia del PSC, tratar de mitigar la polarización identitaria. Esto es lo que sin duda le conviene en Cataluña, pero ¿va a renunciar a los réditos electorales que aquella le proporciona en el resto de España, eso que tan bien le viene a Vox o a personajes como Isabel Díaz Ayuso? Además, podemos dar por hecha la absorción del voto a Ciudadanos, pero ignoramos lo que ocurrirá con los de Vox en Cataluña.

Creo que la expectativa de Feijóo para Cataluña reside sobre todo en confiar en que el desgaste del Gobierno se traslade también al PSC, y en afirmar su imagen de líder de la derecha con pedigrí autonomista y pragmático. Sin complicarse mucho más el discurso para evitarse problemas en su propio partido o en la competencia con la derecha radical. La cuestión principal, sin embargo, no es sumar allí algunos escaños más para redondear sus aspiraciones en las generales. Su objetivo debería ser de mucha más ambición. Sin conseguir una significativa representación en Cataluña o Euskadi fracasaría en su intento por convertirse en un partido vertebrador del país como un todo. Y para ello necesita, por un lado, dar el salto hacia una visión de España como algo distinto de una sumatoria de reinos de taifas autonómicos, y, por otro, afrontar en profundidad los desafíos de su heterogeneidad política y cultural. Va de suyo que quienquiera que lo intente desde la derecha tendrá dificultades. Pero el liderazgo no consiste en ponerse a la cabeza de la manifestación, sino en guiarla en la dirección adecuada.

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