Vox transforma el Congreso en un espectáculo electoral
La despedida de la candidata Macarena Olona y las diatribas contra el rey emérito calientan una sesión de control sin Sánchez
Las bancadas parlamentarias actúan a menudo como una grada de animación, pero ninguna logra alcanzar el fervor de Vox. En una de esas tardes soporíferas, con el rojo de los escaños vacíos reluciendo en el hemiciclo, entre los bostezos de los escasos presentes y los discursos más bien desfallecidos de los oradores, el Congreso se sobresalta de repente. Acaba de hablar un diputado de Vox al que nad...
Las bancadas parlamentarias actúan a menudo como una grada de animación, pero ninguna logra alcanzar el fervor de Vox. En una de esas tardes soporíferas, con el rojo de los escaños vacíos reluciendo en el hemiciclo, entre los bostezos de los escasos presentes y los discursos más bien desfallecidos de los oradores, el Congreso se sobresalta de repente. Acaba de hablar un diputado de Vox al que nadie había hecho excesivo caso -nadie hace mucho caso a nadie en esas tardes- y una inopinada salva de aplausos prorrumpe en la sala. Los demás se miran perplejos, mientras los de Santiago Abascal, en pie, saborean el placer de ovacionarse a sí mismos.
La escena se ha repetido estos días, con un añadido a la efusividad habitual: la extrema derecha ha transformado el Parlamento en un plató electoral para el lanzamiento de su candidata en Andalucía. Macarena Olona se despidió este miércoles del Congreso con su último mitin y un espectáculo final para las cámaras, que incluyó un apresurado cambio de indumentaria en medio de la sesión. Para interpelar al ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, se enfundó una camiseta con la imagen de un Piolín transformado en diablo. Su despedida acabó entre vivas a Andalucía y a España, respondidos con otros enérgicos vivas de sus compañeros, que se reventaron las palmas en una ovación estruendosa incluso para lo habitual en Vox.
Todos sucumben a la tentación cuando se acercan elecciones. Las menciones a Andalucía de los oradores de cualquier partido son moneda corriente en el hemiciclo desde que se convocaron los comicios autonómicos y tampoco faltaron en la sesión de control al Gobierno de este miércoles, descafeinada por la ausencia del presidente, de viaje en Davos. El diputado malagueño de Ciudadanos Guillermo Díaz, por ejemplo, apretó a la sevillana ministra de Hacienda, María Jesús Montero, con antiguas declaraciones de nacionalistas catalanes menospreciando a los andaluces. Pero el desparpajo electoralista de Vox supera a todos. Solo le falta pedir directamente el voto, aunque ha estado muy cerca.
Ya el martes, en un debate que nada tenía que ver con la comunidad en vísperas electorales, la diputada Inés Cañizares terminó su intervención en el más puro estilo mitinero a favor de Olona, “una mujer de ley y orden para devolver la esperanza y la prosperidad a Andalucía”. Olona salía al escenario por última vez este miércoles, primero con un duelo ante el más reciente de sus objetivos predilectos, el ministro de la Presidencia, Félix Bolaños. La pregunta registrada en el Congreso era: “¿Sirve este Gobierno al interés nacional?”. Y las primeras palabras de Olona fueron: “25 días para las elecciones en Andalucía y aquí me tienen, en pie, candidata a la Presidencia de la Junta”.
La diputada-candidata se presentó como “vecina de Salobreña”, la localidad granadina en la que se ha empadronado sin haber residido nunca. El “interés nacional” al que aludía su pregunta quedó arrinconado en favor de su caso personal y Olona se entregó a un alegato contra Bolaños para acusarlo de haber tramado su retirada del padrón municipal. El ministro le contestó con tono hastiado: “Ya estamos, otra vez su sobreactuación, su sonrisa forzada… Cada día son más grotescos”. Pero a la vez aseguró: “Lamento que no vaya a seguir debatiendo con usted, porque yo estoy en política para combatir todo lo que usted representa: el odio, la crispación…”
Minutos después, Olona bajaba por las escaleras del hemiciclo, con su permanente sonrisa y nuevo atuendo. La camiseta del Piolín, el término que Pedro Sánchez usó la semana pasada para aludir al crucero en el que se alojaron los policías desplazados a Barcelona durante los sucesos del otoño de 2017. Ya en la tribuna, saludó a Marlaska: “Buenos día, ministro. Más vale ser un Piolín que un cobarde y un traidor”. Olona combinó las peores acusaciones con el constante recordatorio a su condición de candidata. Para su adiós eligió palabras marciales: “¡A sus órdenes, españoles! Sin novedad en el servicio”. Marlaska la reconvino -”los mítines se dan cuando empiezan las campañas y en los lugares que procede”- y como despedida le dispensó un irónico “gracias” por “hacer conscientes a los españoles de lo que usted y su grupo representan”.
Iván Espinosa de los Monteros, el portavoz de Vox, cultiva otro estilo y, ante la vicepresidenta primera, Nadia Calviño, su inevitable alusión a Andalucía fue más bien de pasada. Espinosa atacó a Calviño con la economía y se encontró con una réplica inesperada. La responsable económica del Gobierno, cada vez más presta a enseñar colmillo, aprovechó la última matanza de escolares en Texas para recordarle que su partido ha abogado por la posesión libre de armas.
El otro foco de tensión de la jornada fue la visita del rey emérito, sobre la que tampoco se ahorraron términos estrepitosos. La diputada de ERC Carolina Telechea llamó a Juan Carlos I “desfalcador, mentiroso y corrupto” y sostuvo que si España “fuera una democracia plena”, estaría detenido. Se ganó una reprimenda de la presidenta, Meritxell Batet. Luego, la ministra de Derechos Sociales, Ione Belarra, se despachó ante el PP con una mención a “los defraudadores de Hacienda, también los que hacen regatas en Galicia”. Entre los diputados populares se montó la marimorena, y Batet intervino para frenar el griterío: “Señorías, ¿saben ustedes dónde están?”. Quien se perdió la bronca fue Olona. Justo en ese momento regresaba de cambiarse de camiseta para su última función de diputada-candidata.