El PP: la ola y la espuma

La coincidencia en el tiempo del congreso extraordinario del partido y el trabajo de campo del barómetro del CSIC obliga a preguntarse qué parte del aumento de voto es sólida y cuál se debe al impacto comunicativo del cónclave

El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, durante una rueda de prensa en el palacio de La Moncloa en Madrid el pasado día 7 de abril.Andrea Comas

Los datos del CIS de abril refuerzan la impresión, apuntada en algunas de las encuestas que han ido apareciendo recientemente, de que el Partido Popular ha superado su crisis interna, que llevó a la dimisión de Casado y a la convocatoria de un congreso extraordinario, que encumbró a Núñez Feijóo como nuevo líder de la formación. Precisamente la coincidencia en el tiempo entre la celebración del congreso y el trabajo de campo del baró...

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Los datos del CIS de abril refuerzan la impresión, apuntada en algunas de las encuestas que han ido apareciendo recientemente, de que el Partido Popular ha superado su crisis interna, que llevó a la dimisión de Casado y a la convocatoria de un congreso extraordinario, que encumbró a Núñez Feijóo como nuevo líder de la formación. Precisamente la coincidencia en el tiempo entre la celebración del congreso y el trabajo de campo del barómetro del CIS (durante los nueve primeros días del mes) obliga a preguntarse qué parte del aumento del voto pronosticado para los populares es sólida y qué parte se debe al impacto comunicativo de aquellos días. Cuánto de lo que vemos se debe a la ola y cuánto es sólo su espuma.

El barómetro de abril debe leerse como la continuación de una tendencia que viene observándose desde febrero. El PP venía mostrando una clara línea descendiente desde que tocó el cielo en verano, después del rotundo resultado de Ayuso en las autonómicas de Madrid. La resaca le duró a los populares hasta febrero, cuando se desató la guerra interna que acabó con la salida de Casado. Desde entonces, los indicadores del PP no han hecho más que mejorar, sondeo tras sondeo, hasta hoy. La estimación del CIS dibuja un escenario en el que los populares tienen a tiro de piedra al PSOE.

El escenario actual es en parte un retorno al del pasado verano. La alegría parece haber vuelto en la casa popular. Desde enero, el PP ha recuperado más de seiscientos mil votantes fieles, que antes mostraban intención de irse a Vox o a Cs, o que se refugiaban en la indecisión, el termómetro del desencanto. La tasa de fidelidad de los populares se situaría hoy por encima del 75%, casi diez puntos más que la del PSOE, aunque éste seguiría por delante en voto contante y sonante (los fieles del PSOE sumarían 4,6 millones, por 3,9 los del PP).

La diferencia entre socialistas y populares se encuentra en el voto a disposición en sus respectivos espacios, el voto circundante. En el caso del PP este voto es mucho mayor que en el caso de los socialistas, y los populares muestran una gran capacidad de exprimir los caladeros que tiene a su alrededor. Es el caso del espacio de Cs, que el PP está rebañando a consciencia. Según este CIS, casi cuatro de cada diez votantes naranja optarían hoy por el PP, más de 600.000 votos. Aquí los populares le han ganado claramente la partida al PSOE, que conseguiría atraerse a menos de cien mil de los antiguos votantes de Cs.

Algo similar pasa en la frontera con Vox, pero el movimiento es más sospechoso por abrupto. En este sondeo se observa un trasvase repentino de votantes de Vox al PP, que claramente parece obedecer a la coyuntura. También se aprecia un incremento repentino de intención de voto al PP entre los que declaran que se abstuvieron en las elecciones generales de noviembre de 2019. Nunca en la actual legislatura se había visto una ventaja tan evidente de los populares en este segmento.

El cierre de la crisis interna del PP ha generado una ola, sin duda. Núñez Feijóo ha devuelto la esperanza al voto popular y consigue proyectarse más allá, hacia el espacio de Cs, y también sobre una parte del espacio del PSOE. Pero no debería confiarse de los movimientos que se dan en su flanco derecho. La frontera popular con Vox es de una porosidad y volatilidad extraordinarias. Es la espuma del momento que acabará desvaneciéndose, más temprano que tarde.

En la política de nuestro tiempo la reacción de la opinión ante los impactos es mayor que antes, pero su vigencia es muy corta y las réplicas acostumbran a ser imprevisibles. Cuando ganó la primaria de su partido, a principios del pasado diciembre, Valérie Pécresse subió hasta el 20% de la estimación de voto y, por un momento, pareció que se clasificaría para la segunda vuelta de las presidenciales francesas. Sólo cuatro meses después, el pasado domingo, consiguió menos del 5%.

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