Unanimidad para despedir a Casado y recuperar las formas
El PP pretende pasar página con urgencia de un capítulo muy oscuro de su presente que Ayuso no está dispuesta a olvidar
“La forma es la garantía de las cosas”. No es solo un lema básico para comprender el ideario de Alberto Núñez Feijóo, el líder gallego en el que todos en el PP han depositado su confianza y anhelo para recuperar la brújula de una orientación política y orgánica desnortada hace tiempo. No solo en las últimas semanas. Para Feijóo es una propuesta para cimentar otro tipo de liderazgo, más clásico. Mariano Rajoy y sus partidarios lo significan como “...
“La forma es la garantía de las cosas”. No es solo un lema básico para comprender el ideario de Alberto Núñez Feijóo, el líder gallego en el que todos en el PP han depositado su confianza y anhelo para recuperar la brújula de una orientación política y orgánica desnortada hace tiempo. No solo en las últimas semanas. Para Feijóo es una propuesta para cimentar otro tipo de liderazgo, más clásico. Mariano Rajoy y sus partidarios lo significan como “política para adultos”. La Junta Directiva Nacional del PP más aguardada y retransmitida en años siguió el guion más o menos previsible. Casado de triste salida, Feijóo de triunfal entrada en el temible avispero de la política nacional y Ayuso de pepito grillo irreductible. Y en el auditorio muchos dirigentes más o menos anónimos y veletas clamando por la unidad perdida y los votos esfumados a Vox y al descreimiento.
El presidente del partido hasta ahora y los últimos tres años y medio, Pablo Casado, utilizó su breve intervención, átona y lógicamente desapasionada, para oficializar la despedida de sus sueños de llegar a ser un día presidente del Gobierno de España. Surgió y ganó aquellas primarias exprés casi por sorpresa, y de rebote, ofreció algunos chispazos esperanzadores sobre un presunto liderazgo fresco y joven de una esperada derecha conservadora, pero centrada y se entregó a tantos vaivenes de sus inseguridades y del peor equipo que ha rodeado jamás a un líder nacional del PP. El incendiario Teodoro García Egea era su número dos y secretario general del PP; Ana Beltrán parece ser que se ha ocupado estos años como número tres de la vicesecretaría general de Organización en todo el territorio y el desconocido diputado Alberto Casero había sido designado como teórico número cinco y secretario de Organización nacional de todo el partido, un cargo en otros tiempos nuclear para asegurar el funcionamiento interno del partido.
Casado tardó apenas tres párrafos de su discurso escrito en entregarse al tsunami popular en favor de Alberto Núñez Feijóo, y brindarle su lealtad y amistad “para lo que decida hacer en un futuro”. Sobre su pésima gestión del caso Ayuso que le ha arrastrado y sentenciado, apenas se permitió una alusión indirecta para lamentar todo lo que hizo mal y constatar con enorme impotencia que la inédita y virulenta reacción registrada a sus acusaciones de corrupción y tráfico de influencias contra su principal valor político, mediático y electoral no se las merecía ni él ni nadie. Hubo aplausos, no desbocados, y luego se abrió un revelador turno de ruegos y preguntas. No hubo que esperar nada para certificar que apenas ha sido reparada la brecha que aún desangra al PP.
Se levantó la madrileña Isabel Díaz Ayuso y tiroteó la herencia de Casado y su equipo hasta dejarla hecha guiñapos. Llevaba escritos y numerados tal colección de titulares dramáticos que no parecía del mismo partido que los demás dirigentes presentes en la sala. Luego los repitió sin contemplaciones en público ante los medios a la salida. Ni olvida ni perdona. Quiere sangre, más dimisiones y hasta expulsiones de los que cree que la han acusado sin pruebas. Se equiparó con la traición interna que padeció en su momento la exalcaldesa de Valencia, la histórica Rita Barberá, que tras saltarle varios casos de corrupción y ser tratada como una apestada por sus propios compañeros, murió en una habitación de un hotel madrileño.
Cayetana Álvarez de Toledo, la exportavoz parlamentaria del PP defenestrada por el tándem de Casado y Egea, se sumó a esa revancha y advirtió ahora de dos peligros. Por un lado, ante las tentaciones de los que piensan que Feijóo podría convertir al PP en una federación de intereses territoriales: “Creo que debemos dejar claro que el PP no va a derivar hacia una coalición de partidos regionales, entre la caciquil CEDA o la confederación Socialista, en la que cada territorio tenga un discurso propio”. Y luego exigió una ponencia política en el congreso del 2 y 3 de abril en Sevilla para no limitarse a un relevo de liderazgo: “Necesitamos una profunda meditación ideológica y estratégica. No aceptemos que Sánchez, presidente gracias a los hijos de Putin, nos llame moderados”.
Para concluir el evento, salieron al ruedo algunos barones autonómicos y dirigentes populares llenos de sus particulares agravios, como el extremeño José Antonio Monago, al que Egea quería relevar para las próximas elecciones, o el castellanomanchego Paco Núñez y hasta el relegado Ignacio Cosidó, ex director general de la Policía del caso Kitchen, el supuesto espionaje ilegal al extesorero del PP Luis Bárcenas. Hablaron mucho de unidad, rogaron por el advenimiento de Feijóo. El presidente gallego salió y apeló a que ahora es el momento precongresual para que hablen los militantes de base. Quiere todas las legitimidades. Las de los barones, los cuadros altos y medios y también el de todos los afiliados. Incluso la negociada con Ayuso, sobre la que aseguró ya de entrada, y sin que finalice su investigación no el PP, sino la Fiscalía, que cree y defenderá su honorabilidad.