En la sala de máquinas del ‘Villa de Pitanxo’: “Está volando todo por los camarotes”
Las familias de Francisco de Pazos y Fernando González sospechan que los dos se quedaron atrapados en el barco cuando se hundió. “Si estaban trabajando, es difícil que pudiesen subir”
A las 2.29 de la noche en España del 15 de febrero, en aguas de Terranova (22.59 horas allí), un hombre nacido en Moaña (Pontevedra) hace 54 años, Fernando González, recibe un texto de Whatsapp de su pareja en el que ella le comunica que se encuentra mal del estómago. Intercambian varios mensajes. Él le da mimos y consejos (“dale calor”, “ponle un paño caliente”). El hombre atiende al móvil y al trabajo, engrasador del pesquero Villa de Pitanxo. Ha h...
A las 2.29 de la noche en España del 15 de febrero, en aguas de Terranova (22.59 horas allí), un hombre nacido en Moaña (Pontevedra) hace 54 años, Fernando González, recibe un texto de Whatsapp de su pareja en el que ella le comunica que se encuentra mal del estómago. Intercambian varios mensajes. Él le da mimos y consejos (“dale calor”, “ponle un paño caliente”). El hombre atiende al móvil y al trabajo, engrasador del pesquero Villa de Pitanxo. Ha hecho jornadas de horarios imposibles, según ha comunicado a su familia. A una prima suya le envió una foto y un mensaje: “Esta es la cara que se le queda a uno después de trabajar 20 horas seguidas”. Pero en ese momento, este trabajador de las máquinas del Villa de Pitanxo no piensa en su prima sino en su pareja actual, a la que cuida a distancia mientras soporta olas imposibles. A las 2.51 en España, Fernando González le pregunta: “Mi niña, te pasó el estómago?”. Y acto seguido le escribe: “Aquí con el temporal está volando todo por los camarotes”. La mujer anuncia: “Acabo de chamar a unha ambulancia”. La última vez que Fernando González entra en su WhatsApp es a las 3.47.
A las 5.24 horas de la madrugada en las aguas heladas de Terranova, la caja azul del pesquero gallego del grupo Nores de Marín (Pontevedra), con 24 tripulantes, deja de funcionar y desaparece del sistema del Ministerio de Agricultura y Pesca español en el que emite una señal en directo con su posición. Media hora más tarde, la radiobaliza del barco lanza un aviso automático de emergencia; eso significa que este dispositivo satelital, situado fuera del puente de mando, ha entrado en contacto con el agua. Su señal es emitida de forma urgente y replicada por los satélites al Centro de Coordinación de Salvamento Marítimo Español y al servicio de emergencia de la costa más cercana, en este caso el Centro de Coordinación de Rescate de Halifax, en Canadá. Su personal descifra el código de la radiobaliza para saber de qué barco se trata, intenta ponerse en contacto con él sin resultado, fija su posición y activa su búsqueda contactando con los barcos que están más cerca.
“Mi padre estaba acojonado con el mar”, dice a EL PAÍS Christopher González, hijo mayor de una de las víctimas del naufragio. Supone que se encontraba trabajando en las máquinas con el jefe, Francisco de Pazos. Si fue así, los dos se quedaron sin salida y atrapados en un barco que, en cuestión de minutos, se convirtió en una trampa mortal en el peor Atlántico.
El primer barco que llegó al rescate, el Playa de Menduiña Dos, buque gallego de unos armadores de Cangas, lo hizo casi a las cuatro horas del aviso de emergencia. No había ya rastro del Villa de Pitanxo, hundido en el fondo del mar (a más de 1.000 metros) en poco más de diez minutos. Era noche cerrada, había una niebla que no permitía ver más allá de 300 metros, olas de entre seis y ocho metros, viento helado de 80 kilómetros por hora y un agua con temperatura de tres grados bajo cero. El infierno. “Lo primero que uno siente al caer a un mar de esa temperatura son escalofríos y tiritonas, que es la manera de defenderse del cuerpo para dar calor”, explica el médico Javier Castro, de Sanxenxo. “Pero empieza a fallar la actividad de las enzimas, los músculos se debilitan, empiezan los mareos (apenas puedes moverte, ves mal), pierdes la consciencia y entras en parada cardíaca. Es la hipotermia. En un mar de tres grados bajo cero, no se sobrevive más de diez minutos”.
En ese escenario apocalíptico, el Playa de Menduiña Dos localizó dos grandes balsas a merced del temporal y olas gigantes. Eran las balsas salvavidas con las que estaba equipada el arrastrero congelador de Marín; dentro de dos bidones y en una especie de rampa, cuando el barco naufraga, las balsas saltan y se inflan automáticamente. Cada una tenía una capacidad de 25 personas; una de las balsas estaba vacía, y en la otra el Playa de Menduiña Dos encontró a tres supervivientes con síntomas de hipotermia tras resistir en un escenario dantesco (el capitán Juan Padín y su sobrino Eduardo Rial, de Cangas, y Samuel Kwesi, de Ghana pero afincado en Marín) y cuatro fallecidos con ellos. El Playa de Menduiña Dos, avanzadas las horas, recuperó otros dos cuerpos en la zona del naufragio y una embarcación portuguesa, Franca Morte, uno más. Ya acabando el día, un barco canadiense, Nexus, dio con dos más. Tres supervivientes, nueve cuerpos encontrados y doce personas desaparecidas en aguas internacionales, alguna de ellas probablemente dentro del barco al no poder salir a tiempo. Como Fernando González, en caso de encontrarse en la sala de máquinas: “Yo conozco ese barco, y si mi padre estaba allí cuando el barco se hundió, debajo de todo, es muy difícil que pudiese salir”, dice Christopher, su hijo.
A muchos de los fallecidos no les dio tiempo a ponerse el traje antitérmico, unas prendas espectaculares de varios centímetros de grosor con las que aguantarían mucho más tiempo en el agua, si bien no las horas que tardó en llegar, en unas condiciones imposibles, el primer pesquero. Cuando lo hizo, el patrón del Playa de Menduiña Dos, Ramón Porto, contó a Faro de Vigo que el capitán del Villa de Pitanxo estaba en shock (mental y físico) y que el único interés de él y los otros dos supervivientes eran sus compañeros de barco que habían caído al mar: que los buscasen, que los siguiesen buscando. Luego, en cuanto pudieron, llamaron a sus familias para darles una noticia insólita: que estaban vivos, habían aguantado vivos casi cuatro horas a merced del mar y el frío, sabiendo que no podían haber aguantado mucho más, pues la hipotermia empezaba a hacer efecto.
El jefe de máquinas del Villa de Pitanxo era Francisco de Pazos, un hombre de 69 años de Marín que ya se había jubilado, pero pidió de nuevo el alta en la Seguridad Social para seguir trabajando. Es un caso raro de pasión, la de enrolarse en una marea de alta mar, pero Francisco de Pazos la satisfacía saliendo una o dos veces al año. Eso sí, su mujer no quería que volviese a embarcarse. Estaba casado y tenía tres hijas; una de ellas, María José de Pazos, cree que por eso su padre no le había contado nada a su madre, horas antes del naufragio, del estado del mar. “Todas las familias cuentan que los suyos les decían que el tiempo era infernal, infernal… Él no dijo nada. Que todo iba bien, que estaba contento y, eso sí, que hacía mucho frío. Supongo que no contó nada para que mi madre no se preocupase y no le dijese: ‘¿Ves? Para qué fuiste”. A las seis de la tarde de este sábado 19, una llamada informa a su familia de que su padre no se encuentra entre los cuerpos recuperados; es uno de los doce desaparecidos en aguas de Terranova. “Me lo temía”, dice al teléfono: “Si estaba trabajando en las máquinas…”. María José de Pazos acaba de hablar con Christopher González, hijo del engrasador Fernando González. El tripulante tampoco está entre los fallecidos que han viajado en el Playa de Menduiña Dos 48 horas hasta el primer puerto, el San Juan de Terranova, a más de 400 kilómetros de donde se encontraba faenando el Villa de Pitanxo.
María José de Pazos recuerda que su padre salió de casa sin ceremonia ni ritual, entre otras cosas porque su mujer, desde joven, siempre llora cuando embarca: “Lo pasa mal”. Así que el hombre se esforzaba en que aquella marcha suya a alta mar durante semanas pareciese, como dice su hija, “salir de mañana a la oficina”. Sólo que su oficina estaba en las tripas de un pesquero que faenaba de los caladeros más peligrosos del mundo, Terranova.
Allí el Villa de Pitanxo se dedicaba a la pesca del fletán negro, una especie no muy atractiva, menos valiosa que el bacalao (el pescado que los vascos fueron persiguiendo hasta Terranova años antes de que Colón llegase a América, hace más de cinco siglos) y con poco sabor, pero blanco, fácil de filetear y sin espinas; en Asia tiene muchísima demanda. El barco (que había salido de astilleros recientemente tras someterse a una profunda revisión según la armadora, si bien varios familiares de las víctimas aventan la posibilidad de que se encontrase en mal estado, y que incluso fuese un fallo en las máquinas el que provocase que el barco quedase a merced de las olas) era, en sí mismo, una pequeña empresa. El copo (la red en forma de saco) se echa con un dispositivo que va indicando el peso que tiene para saber cuándo recoger, y así ahorrar tiempo y recursos. Una vez hecho esto, la tripulación se pone en marcha mediante una dura cadena de trabajo, que empieza recogiendo el pescado por la popa, seleccionar la especie permitida (fletán en este caso) y devolver al mar el pescado que no lo sea, luego eviscerarlo, finalmente se mete en los arcones de congelación casi instantánea y de ahí, cuando esté congelado, en bodegas.
Pitanxo es una calle de Marín que tiene una especial vinculación sentimental con Manuel Nores, histórico armador de 91 años que, cuando ocurrió el suceso, se encontraba ingresado en un hospital y al que, debido a ese estado, se le fue informando a cuentagotas del suceso sin llegar al final, que el naufragio del Villa de Pitanxo es la peor tragedia de la pesca española en 38 años. Algo que ha obligado a la Subdelegación del Gobierno a activar un protocolo de atención a las víctimas idéntico al organizado con motivo del accidente de tren de Angrois, en Santiago: que la información pasase la administración a equipos de psicólogos y Cruz Roja, y de estos a los familiares. Sin embargo, las críticas arrecian por parte de las familias: alegan falta de datos (se enteraron de la suspensión de las tareas de rescate por Cánada antes que por España) y falta de interés del Gobierno español en continuar una búsqueda que se considera insuficiente.
Mientras, a falta de que los supervivientes hablen, circulan versiones de qué es lo que pudo ocurrir en Terranova. La Voz de Galicia informó de la posibilidad de que, mientras se abrían las compuertas para recoger el copo con la pesca, una gran masa de agua entrase de golpe y desnivelase de forma fulminante el barco, hundiendo la popa y poniendo al Villa de Pitanxo en vertical para acabar siendo tragado rápidamente por el océano. Fuentes cercanas a la armadora, que coinciden con lo comunicado a algunos familiares, hablan de un ‘tren de olas’, una violenta sucesión de olas que pueden llegar a los diez metros muy seguidas de las que el barco no se recupera ni achica agua, una detrás de otra, hasta que se empieza a hundir. “Dos golpes fuertes de mar”, le dijo la armadora a unos familiares que prefieren mantenerse en el anonimato, acabaron con el barco y con la vida de casi todos quienes trabajaban en él en apenas unos minutos. Todos -familiares, armadora y administración- prometen saber la verdad de lo ocurrido en el infierno desatado en Terranova en el peor mes de los temporales, con el océano lleno de hielo y un mar que mata poco después del primer contacto. Sólo tres personas de 24 la saben.