Los vecinos salvaron las casas del infierno de Ávila
El peor incendio forestal del año, que arrasó 23.000 hectáreas, se vio agravado por la falta de cortafuegos
Un coche recalentado en una carretera comarcal de Ávila causó el peor incendio forestal del año en España y el cuarto desde que hay registros. El sábado 14 de agosto empezó a arder el motor de un vehículo junto a la sierra de la Paramera, próxima a Gredos. Las llamas pronto se extendieron al margen del asfalto, alimentadas por la sequedad del terreno y el calor, sin que los equipos de emergencia lograran contener el infierno. Las escenas que...
Un coche recalentado en una carretera comarcal de Ávila causó el peor incendio forestal del año en España y el cuarto desde que hay registros. El sábado 14 de agosto empezó a arder el motor de un vehículo junto a la sierra de la Paramera, próxima a Gredos. Las llamas pronto se extendieron al margen del asfalto, alimentadas por la sequedad del terreno y el calor, sin que los equipos de emergencia lograran contener el infierno. Las escenas que presenció el ganadero Pablo Zazo, de 72 años, no se le van de la retina: tuvo que lanzar agua desde las ventanas de su casa. Solo unos metros lo separaron de perderla. Otros vecinos tuvieron que evacuar a su ganado y vieron cómo ardían naves, pacas de paja y el alimento de las reses. Ha pasado una semana y lo que antes eran unos riscos cargados de vegetación se ha convertido en una uniforme masa negra que recibe las miradas desconsoladas de quienes vieron arder sus terrenos, sus naves, su ganado. En resumen, su vida.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, anunció el domingo que la comarca dañada, más de 23.000 hectáreas, se declarará zona gravemente afectada por emergencia de protección civil, la antigua zona catastrófica. Mientras tanto, los vecinos se quejan de que el monte no estaba bien cuidado y que faltaban cortafuegos.
La localidad más grande de la zona, Solosancho (800 personas), recupera la actividad. La gente aguarda el turno en la carnicería sin dejar de comentar la pérdida de un medio de vida y un paisaje que los bares o casas de la zona mostraban orgullosamente en cuadros de la pared. El alcalde, Jesús Martín, insiste en que pese a que ha remitido el fuego aún queda peligro, pues se avecinan tormentas estos días y el agua puede empujar las cenizas hacia los acuíferos. Los ganaderos, apunta, deben ser los principales beneficiarios de las ayudas públicas, y que estas deben llegar con “agilidad”.
En Villaviciosa (100 habitantes), a los pies de los riscos calcinados, consideran “un milagro” que sus casas no hayan ardido. Irene Sánchez, de 86 años, insiste en que la potencia del fuego incontrolado le hizo temerse lo peor, todo mientras los vecinos se organizaban con tractores, mangueras y abrevaderos para tratar, si no de apagar, al menos de contener el cataclismo. Incluso las botellas de agua que coloca delante de su portal para ahuyentar a perros y gatos se utilizaron en esta batalla. Mientras la mujer, de manos curtidas y morenas y delantal de flores, habla, el viento empuja el olor a ascuas desde una nave aledaña.
La costra negra, de 84 kilómetros de perímetro, esconde árboles, matorral, huertos y hasta vehículos calcinados. El ganadero Pablo Zazo observa los restos del viejo todoterreno que guardaba en una cuadra de Villaviciosa, y donde apenas unos tomates y unas cebollas escaparon de la quema. Ahora el volante es solo un hierro. “Mis hijos me lo iban a restaurar y regalar”, dice con pesar, y señala unos terrenos al lado de su casa que ahora son una pátina ennegrecida con restos de paja. Las llamas llegaron apenas a cuatro metros de su casa, una lucha que los lugareños ganaron echando agua por las ventanas, pusieron las mangueras a pleno rendimiento y se internaron en el fuego con tractores para ahogarlo con tierra.
Solo la orografía quiso que el incendio forestal de Navalacruz no afectara a esta localidad. Allí funcionan las terrazas y los niños juegan en la calle sin olor a ascuas. Esto no ocurre en La Hija de Dios, un pequeño pueblo cuyo alcalde, Miguel Monleón, admite que la N-502 salvó las viviendas. La carretera ejerció de barrera y “entre las brigadas, la UME y los voluntarios” lograron proteger el casco urbano. Monleón critica que no se trazaran cortafuegos durante el invierno en una extensión tan inmensa de bosques, matorral y superficie combustible. El regidor coincide en que posibles lluvias como las que amagan las nubes que empiezan a cubrir la zona serían fatales si acaban contaminando los manantiales. “No quiero culpar a nadie de esta catástrofe medioambiental”, avisa, pero reitera que en las sierras abulenses los incendios han existido “toda la vida” pero solo con buena prevención y reacción se pueden detener.
El delegado de la Junta de Castilla y León en Ávila, Francisco Javier Hernández, aseguró este lunes que ahora es turno de “hacer evaluación y análisis rápido de situación” para calibrar cómo intervenir tras la tragedia iniciar la reforestación. El riesgo actual, ha coincidido, radica en que algún rayo pueda reactivar los focos y que fuertes precipitaciones puedan hacerse desprender algunos terrenos.
Las condiciones climatológicas extremas de los días fatales, relata el ingeniero forestal Celso Coco, propiciaron la expansión del incendio, beneficiado también por la “vegetación herbácea seca” que alimentó las llamas hacia las laderas mientras el viento expandía chispas y ascua. Coco sostiene que “cualquier ignición” en este contexto hubiese desencadenado lo ocurrido, agravado además por las particularidades orográficas. El experto subraya que “es casi imposible evitar los incendios”, pero antes de que sean “catastróficos” se pueden restringir sus evoluciones mediante la gestión forestal y el aprovechamiento sostenible del monte.
Un ejemplo rotundo de esta catástrofe se encuentra en Sotalbo (200 habitantes), donde el campo ha quedado tiznado. Vacas, terneros, ovejas y gallinas tuvieron que ser evacuadas cuando las llamas acecharon sus naves. Las reses, recuerdan los ganaderos Raimundo Jiménez, Lourdes García y Javier Torrubias, estaban “excitadas y nerviosas” en aquella madrugada. “Nos sentimos abandonados”, comenta el grupo, molesto también con la escasez de cortafuegos. “Si no es por los tractores moviendo tierra y abriendo caminos, se quema el pueblo”.
La infernal experiencia para los ancianos del lugar, novatos ante semejante virulencia, aviva la estupefacción de los jóvenes. Andrea Díaz, de 21 años, vio desde La Hija de Dios cómo estallaban las llamas junto a su pueblo. Cuando, de repente, la montaña se tornó “en un volcán”, un grupo de jóvenes partió raudo a rescatar a sus burritos y vacas mientras, anonadados, los demás regresaban a sus viviendas. Tuvieron que aguardar horas, destaca Díaz, para volver a tener noticias de esos chavales. Por suerte, todo salió bien dentro de lo posible. Lo que parece imposible es que a corto plazo esa enorme superficie abandone el negro y albergue alguna brizna verde. Todavía se ven volutas de humo cuando se levanta la mirada hacia la sierra.