El fantasma de la Marina d’Or belga en Huesca

Unas familias de Bélgica habitan en Suelves décadas después de una estafa que prometió una urbanización de lujo cerca de los Pirineos

Godelieve Volckaerts y Ronny Thillo, vecinos de Suelves, Huesca.Carlos Gil-Roig
Suelves (Huesca) -

Una pareja mira embelesada un cochinillo ensartado sobre unas ascuas. Él mordisquea un pitillo y lleva sombrero; ella, rubia y en vaqueros, sonríe. Muy cerca, verduras, pan y longanizas. Parecen felices, como en otra foto en bañador junto a una piscina, o vestidos para jugar al tenis en otra imagen, o tomando algo bajo una sombrilla o admirando la naturaleza de Huesca. El viejo cartel promocional que muestra estas estampas yace sobre una mesa de madera en una cocina con un antiguo fogón y una tímida bombilla que titila gracias a...

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Una pareja mira embelesada un cochinillo ensartado sobre unas ascuas. Él mordisquea un pitillo y lleva sombrero; ella, rubia y en vaqueros, sonríe. Muy cerca, verduras, pan y longanizas. Parecen felices, como en otra foto en bañador junto a una piscina, o vestidos para jugar al tenis en otra imagen, o tomando algo bajo una sombrilla o admirando la naturaleza de Huesca. El viejo cartel promocional que muestra estas estampas yace sobre una mesa de madera en una cocina con un antiguo fogón y una tímida bombilla que titila gracias a un generador. Su luz apenas se vislumbra, bajo un repentino diluvio, desde la pista de tierra que conduce a Suelves (Huesca).

Ya nadie vive en esa antigua casa, lamentan Arturo y David Olivera, padre e hijo, sin luz eléctrica ni agua corriente. Ningún oscense habita en un pueblo fantasma que antaño tuvo presencia nobiliaria y ahora avanza hacia el abandono definitivo. “Back to paradise’ [de vuelta al paraíso]”, rezaba la propaganda. Un anuncio que engañó a decenas de belgas hace décadas. El promotor prometió, en flamenco, hoteles, golf, calles asfaltadas y paz. Solo cumplió lo que no dependía de él: la tranquilidad, que propició que aquellos europeos timados decidieran construir sus propias casas o mejorar las que sí se edificaron. Hoy hay solo dos empadronados en Suelves: Godelieve Volckaerts y Ronny Thillo, acompañados en verano por otros compatriotas que acuden a otras viviendas.

Arturo Olivera observa desde la casa en la que se crió la decadencia del pueblo.Carlos Gil-Roig

El matrimonio dista mucho de aquellos modelos que contrató la inmobiliaria fraudulenta. Ella, de 71 años y exlimpiadora, tiene pelo castaño y ojos claros. Su marido, de 66 y extransportista, con la cabeza rapada y tatuajes por todas partes, se atusa el bigote mientras Godelieve presume de carecer de vecinos molestos o visitas inoportunas. Este matrimonio de Amberes conoció Suelves hace 15 años gracias a unos amigos y se mudó hace seis. No importa que no haya electricidad, usan placas solares. El agua procede de la lluvia y la almacenan en depósitos, además de comprar garrafas y comida en Barbastro, a media hora en todoterreno. El porche acristalado pronto se empaña, con los perros Darko y Kira excitados por los empapados forasteros, sin que a la dueña le importe el chaparrón. Es más, lo celebra. Más litros.

Una vivienda abandonada en Suelves. Carlos Gil-Roig

La historia de su soledad nace en la década de los 60. Suelves estaba casi despoblado y un tal François Van der Bergh, en 1964, compró todo el municipio: él pagó ocho millones de pesetas salvo las casas de los Olivera y los Grasa, que se negaron a vender. Los intermediarios lo escrituraron en seis millones y los propietarios recibieron solo 2,5 millones entre todos. Primer engaño. En 1973, el empresario alemán Adolf Pelzl presentó un proyecto de un complejo turístico valorado en 2.500 millones de pesetas, obtuvo el permiso ministerial, pero no empezaban las obras. Segundo aviso.

Joaquín Puyuelo es uno de los descendientes de Suelves.Carlos Gil-Roig

Entonces, explica Joaquín Puyuelo, descendiente del pueblo, apareció el gran timador: el belga Joseph Colls, que pagó deudas previas y en 1979 comenzó a ofrecer en Bélgica una especie de ‘Marina d’Or’ de interior, con mil virtudes. Incluso construyeron “cebos”, relata Puyuelo: un bar supermercado, unos vestuarios para un cámping, algunas casas piloto y una piscina donde ahora solo se bañan el cieno y la memoria de David Olivera, que recuerda que su hermano sí chapoteó antes de que cayera el castillo de naipes. El promotor y el dinero volaron y decenas de belgas se quedaron con parcelas en una zona boscosa de Huesca. Pero les sedujo la quietud.

Aquellos que querían algo más vibrante vendieron su suelo a otros belgas amantes de la relajación. Cada comprador empezó entonces a edificar en sus terrenos y a hacer brotar tejados entre los árboles. El solitario y cálido valle derrotó a la oscura y colapsada Bélgica, rememora Volckaerts: “Aquí respiro mejor y no me duele la espalda”. Su expresivo rostro se tuerce al plantearle qué hubiera pasado de prosperar aquel complejo turístico. Ellos no vivirían aquí, sostiene, ni otros belgas tan integrados que celebran tanto el tradicional día de la Ascensión el 30 de mayo como la festividad belga el 21 de julio.

Los que conocieron al estafador Colls lo recuerdan como “grandullón, con vozarrón y ojos azules”, algo chulo y con un español suficiente para persuadir a los incautos. Dos de sus víctimas, Raf Vanrobaeys y Deley Andrea, acudieron a él en 1980 al saber de ese plan de “piscinas, restaurantes y tiendas” y vieron unas fotos que les sedujeron. Estos dos ancianos, de 84 y 82 años, narran por teléfono que el año pasado volvieron a su país, a 1.200 kilómetros de Suelves, y vendieron aquella casa sin luz ni agua. Raf incluso ha escrito un libro sobre estas desventuras. Hoy hablan con “pena” de su adiós y destacan que en Aragón fueron felices: se instalaron pese a tantas promesas incumplidas, como tantos otros colegas.

Isabel y Bruno Liégeois, en su casa de Suelves.Carlos Gil-Roig

Es el caso de Isabel y Bruno Liégeois. Esta canosa pareja de Amberes, de 76 años, suman 27 viajando a Suelves desde que le compraron a su tío una casa en el bautizado barrio de Romeo. Su familiar, afirman, fue embaucado, pero se quedó por la paz oscense. Esta parte no tiene agua corriente pero sí electricidad, añaden, aunque su instalación molestó a aquel hombre, enemigo de los cables. “Nuestros nietos están encantados”, comenta la pareja, también recelosa de que se masifique su oasis. Lo que reclaman es una carretera decente.

Esa es una de las grandes peticiones de los más vinculados a Suelves, como Toño Lascorz y Matilde Grasa, que exigen que el Ayuntamiento del que dependen, Bárcabo, contribuya al suministro de agua y luz, además de mejorar los caminos. La alcaldesa, Carmen Lalueza, asegura que querrían intervenir, pero les “sobrepasa económicamente” y los redirige a la diputación o a la Junta de Aragón.

La piscina abandonada, solo tiene agua de lluvia y maleza alrededor.Carlos Gil-Roig

La otra batalla es la de recuperar unas parcelas pertenecientes a los herederos del fallecido Joaquín García, un exabogado de la promotora que quebró. Este, mediante un procedimiento de ejecución, se adueñó de buena parte de las tierras de la localidad. Su familia posee unos espacios inutilizados, saqueados y comidos por la naturaleza que este grupo pide administrar para aprovechar el tirón belga y resucitar, de verdad, el pueblo con gente interesada en él. Los García nunca responden, tampoco a EL PAÍS, así que el tiempo sigue pasando.

Lascorz, que disfruta del aroma a tomillo y romero, señala las ruinas del antiguo poblado y reniega de aquello de la “España vacía” que las Administraciones no remedian. No sabe qué ocurrirá con Suelves, pero aplaude la “ilusión” de los extranjeros. Su esfuerzo y sus ganas, confía, beneficiarán al modesto paraíso que eligió para sus fechorías el desaparecido estafador al que, dice la leyenda, mató la mafia en Marsella.

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