Sin noticias de Juan Carlos I en Abu Dabi

Un muro de silencio rodea la estancia del rey emérito en la capital de Emiratos Árabes Unidos

Fachada del hotel Emirates Palace, en septiembre de 2019.Valery Sharifulin (Valery Sharifulin/TASS)

Un muro de silencio rodea la estancia de Juan Carlos I en Emiratos Árabes Unidos (EAU). Aunque la Casa Real ha confirmado que el rey emérito se halla en ese país ribereño del golfo Pérsico desde principios de agosto, no hay rastro suyo, nadie admite haberle visto y tampoco la prensa local ha mencionado su presencia. ¿Es huésped de su amigo el jeque Mohamed Bin Zayed, príncipe heredero de Abu Dabi y gobernante de hecho de Emiratos? ¿Se aloja en uno ...

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Un muro de silencio rodea la estancia de Juan Carlos I en Emiratos Árabes Unidos (EAU). Aunque la Casa Real ha confirmado que el rey emérito se halla en ese país ribereño del golfo Pérsico desde principios de agosto, no hay rastro suyo, nadie admite haberle visto y tampoco la prensa local ha mencionado su presencia. ¿Es huésped de su amigo el jeque Mohamed Bin Zayed, príncipe heredero de Abu Dabi y gobernante de hecho de Emiratos? ¿Se aloja en uno de sus palacios, o en el lujoso hotel cercano a la sede presidencial que ha frecuentado en el pasado?

“No se ha puesto en contacto, y yo tampoco”, confía un alto funcionario extranjero a quien el rey solía llamar en anteriores visitas. Don Juan Carlos ha sido un habitual de EAU en los últimos años, en especial desde su abdicación en 2014. En tres ocasiones ha acudido al Gran Premio de Fórmula 1 invitado por el jeque Mohamed, con quien comparte la afición a las carreras, y alguna más ha estado en el país sin que se hiciera público.

Los diplomáticos españoles consultados mantienen el más absoluto silencio. Si saben algo, no lo cuentan. Para eso les entrenan, para que no se vayan de la lengua. “La embajada no está al corriente”, apunta una fuente. Las cancillerías son informadas de los viajes de Estado. Pero este no lo es; se trata de un caso excepcional. “No hay protocolos”, añade.

Tampoco Ronald, Farroukh o Amy, están al tanto de la presencia del exmonarca español. Ni tienen por qué, aunque formen parte de los 2.500 empleados que atienden a los privilegiados clientes del Emirates Palace, el hotel en el que el diario Abc ha situado al rey emérito y en el que ya se había alojado antes. “No informamos sobre nuestros clientes”, respondió a una consulta de EL PAÍS Anna Olsson, relaciones públicas del establecimiento.

“Es una práctica habitual que cuando los clientes piden privacidad no se les registre con su nombre”, confía un veterano director de hoteles de lujo que ha trabajado en Emiratos. “A menudo ni siquiera la gente que les atiende sabe de quién se trata”, añade. Un propósito que resulta más fácil de conseguir en un entorno tan multinacional como el emiratí. Los miembros de la realeza europea no necesariamente son rostros familiares para los trabajadores filipinos, indios, africanos o chinos que se ocupan del servicio.

Además, en el Emirates Palace existe toda una planta reservada para invitados reales, el 8º piso del Palacio, como se conoce el edificio central del hotel. “Tiene su propio personal y acceso directo desde el aparcamiento subterráneo”, explica Thao mientras muestra varias de las suites del séptimo. Lo más arriba que puede llegar el visitante que no esté alojado en una de las seis estancias “de los gobernantes”. “Sí, ahora hay alguien”, responde sin desvelar ni identidad, ni nacionalidad.

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¿Es el emérito? Difícil de comprobar. A través del atrio no se ve ningún movimiento. En las películas, policías, periodistas o criminales siempre encuentran una chaqueta de camarero o un uniforme de doncella que les permiten llegar a su objetivo. En la vida real, eso está descartado. Una miríada de cámaras vigila cada rincón y sonaría la alarma antes de dar el segundo paso. Solo queda observar y eso es lo que esta corresponsal ha hecho durante 48 horas en busca de huellas de la presencia de don Juan Carlos o de sus acompañantes. Y resulta complicado en una propiedad que se extiende sobre 100 hectáreas de terreno.

Descartado un encuentro durante el desayuno (con toda probabilidad, a un rey se lo sirven en sus estancias) y con el spa cerrado por la covid-19, empieza el proceso de eliminación. Ni en el gimnasio, ni en las cuatro pistas de tenis, ni en el campo de fútbol cubierto hay rastro. Es improbable que el exmonarca acuda a alguna de las dos macro piscinas, llenas de familias durante el fin de semana local (viernes y sábado). Y los policías que le acompañan ¿bajan a darse un bañito en sus horas libres? Un tipo con aspecto español (o al menos mediterráneo) tiene una tripita incompatible con el físico asociado a los guardaespaldas, pero desaparece en cuanto se siente observado…

Desde las “suites de los gobernantes” se ve el pequeño puerto deportivo que es parte del complejo hotelero. Tal vez suscite la nostalgia del emérito, un apasionado navegante que reservó su última noche antes de dejar España para su equipo de regatistas en Sanxenxo (Pontevedra). ¿Le tentará darse un paseo hasta allí o por la playa privada del hotel, un arenal de un kilómetro largo? La temperatura no ayuda. Más que los 37 grados que aún marca el termómetro a la puesta de sol, la humedad hace muy incómoda la salida y está el riesgo de ser reconocido.

“Si tiene que moverse, en un hotel no puede hacerlo sin que le vean; estaría más resguardado en un palacio”, apunta un buen conocedor de la sociedad emiratí y que como todos los entrevistados para este reportaje ha pedido que no se le identifique. Este interlocutor se muestra convencido de que sus anfitriones van a proteger al rey de las miradas indiscretas. Esa hospitalidad y el trato cultivado durante años con los gobernantes emiratíes parecen haber influido en la decisión del emérito de trasladarse a EAU, una monarquía absoluta con creciente peso regional, pero en el punto de mira de las organizaciones de derechos por su falta de libertades civiles y políticas.

Más allá de la conveniencia de alejarse de España ante la intensa polémica por las investigaciones sobre sus finanzas tanto en España como en Suiza, ni siquiera los más monárquicos aprueban el destino que ha elegido. “La decisión se ha probado tan desacertada que solo cabe pensar que ha sido cosa suya, más que de ningún asesor”, reflexiona un observador político. “Claramente le gusta el sitio y se siente cómodo con los jeques; son gente hospitalaria, han acogido a otros exmandatarios en apuros y en su caso ni siquiera está imputado”, añade.

El Emirates Palace no es el único hotel en el que se ha hospedado Juan Carlos I durante sus visitas a Abu Dabi. Al menos en una ocasión lo hizo en el Four Seasons, de la isla de Maryah, parte del archipiélago sobre el que se levanta la capital de Emiratos Árabes. Allí se encuentra uno de sus restaurantes favoritos, el 99 sushi bar, y no lejos, el Zuma, otro japonés donde se ha dejado ver en el pasado. Pero si ahora busca pasar desapercibido, resulta improbable que se acerque por allí.

Es posible que el rey emérito esté durmiendo apenas unos pisos más arriba de donde estoy escribiendo esta crónica. Antes de terminar, intento un último truco. Redacto una nota dirigida a Su Majestad Juan Carlos I y le pido al conserje que se la haga llegar a él o sus asistentes. “No puedo aceptarla porque no está aquí. Es una noticia falsa”, responde Islam, quien asegura que ha pasado mucha gente preguntando.

Un hotel como un palacio

Resulta difícil no quedar impresionado por la imponente cúpula central que se cruza nada más pasar la recepción del Emirates Palace. Incluso para quienes acceden directamente a las suites resulta visible desde el atrio. Su geometría sintetiza el estilo arabesco del establecimiento inaugurado en 2005 tras una inversión de 3.000 millones de dólares (unos 2.550 millones de euros al cambio actual). El propietario, el Gobierno de Abu Dhabi, quería un alojamiento digno de reyes, que no tuviera nada que envidiar a los mejores hoteles del vecino Dubái.

Todo está concebido para impresionar: los candelabros de cristales Swarovski, los mármoles, los cortinajes, pero sobre todo los enormes espacios. Aunque en estos días en que la pandemia ha reducido la clientela, ni siquiera los abundantes dorados evitan la sensación de frialdad. Hasta la goma que sujeta la etiqueta para identificar los equipajes es dorada. Incluso la tarjeta magnética que da acceso a las habitaciones tiene forma de onza de oro. Claro que no es previsible que los ocupantes de la planta octava necesiten una para alcanzar sus aposentos.

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