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Patxi Uriz, fotógrafo experto en viajes: “En el Camino Kumano de Japón conectas contigo mismo muy rápido”

El fotógrafo y documentalista es uno de los expertos de EL PAÍS Viajes, además de uno de los mayores especialistas del Kumano Kodo, el Camino de Santiago japonés

Viajero empedernido y comprometido con las raíces de su tierra, Navarra, y del resto del mundo. Así es el fotógrafo y documentalista, Patxi Uriz, que ha recorrido medio mundo y lo ha hecho siempre motivado por conocer cosas nuevas, como dice, que le abran la mente como un paracaídas. Hablar de su trayectoria es hablar de premios fotográficos y documentalistas. Entre ellos figuran el conmovedor Hijos de la Tierra, que le valió en 2016 el Premio Goya al Mejor Cortometraje Documental o De quijotes y semillas, donde documenta el viaje en verducleta del chef Santi Cordón, que fue galardonado en el Festival de Cine de Málaga en 2021.

Aunque en su larga trayectoria destacan los trabajos documentales, empezó con la fotografía de viajes. De forma casi accidental, dejó su empresa de ambulancias para viajar como fotógrafo. Primero lo haría en una misión humanitaria a los Balcanes en 1996 y, tras crear su propia agencia en 2000 —Phototext—, ganó en 2008 el prestigioso Premio National Geographic por una curiosa fotografía en Camboya. Su libro Navarra a la Carta también fue galardonado como el tercer mejor libro de viajes gastronómicos del mundo en los Gourmand Cookbook Awards (Londres, 2008). Y desde 2019, forma parte del grupo de expertos de EL PAÍS Viajes. Su objetivo es adentrar a los viajeros en el camino de peregrinación más importante de Japón, también Patrimonio Mundial de la Unesco, el Kumano Kodo o Camino Kumano, que está hermanado con el Camino de Santiago.

Charlamos con él para conocer más sobre su trayectoria y sobre el fascinante viaje a Kumano Kodo que ha preparado EL PAÍS Viajes para mayo de 2026.

Pregunta. ¿Cómo fue tu infancia? ¿Fue en tu Navarra natal donde te inicias en la fotografía?

Respuesta. Más que por la fotografía, mi interés empezó con los viajes. Recuerdo que cuando era pequeño, mi madre me regaló el libro de Miguel Strogoff. Empecé a leerlo y me impresionó cómo el protagonista recorría tierras lejanas, Siberia. Aquello era desconocido y no se enseñaba en la escuela. Luego ya siempre estaba mirando mapas. En 6º de EGB ya sabía muchas capitales del mundo. Cuando la profesora preguntaba en clase, me decía que me callara porque yo siempre levantaba la mano. También mi abuela me regaló una cámara de fotos, pero de aquellas sistemáticas, que se apretaban y tenían una bombillita con cuatro flashes, que cada vez que tirabas una foto se fundía una. Aquel aparato me parecía un tanto mágico. Yo soy de un pueblo de Navarra, que es Puente la Reina (Gares), y ahí, teníamos un colectivo fotográfico que se llamaba Fotókulo, con laboratorio y proyector de diapositivas, además de revistas de fotografía y viajes. Para mí la fotografía era el pasaporte para viajar porque yo lo que quería, realmente, era viajar. Después me formé en la UPC de Terrassa y en el Institut d’Estudis Fotogràfics de Barcelona.

P. ¿Cuándo haces de ello tu profesión?

R. El primer viaje que hice como fotógrafo fue a la posguerra de los Balcanes en misión humanitaria, por aquel entonces trabajaba en una empresa de ambulancias.

Salió la oportunidad de llevarnos ambulancias a Goražde, que fue un enclave destrozado por la guerra. Yo era miembro de la junta directiva de la empresa y me llegó una propuesta de una ONG para llevar allí varias ambulancias. Preparamos bien el viaje, además, me acompañó uno de mis mejores amigos, que era cámara de televisión de Canal +. Aquella fue mi primera experiencia en un país en guerra y encima en un terreno hostil. De ese viaje salió Los Frutos de la Guerra, una exposición fotográfica sobre el viaje a los Balcanes de la posguerra.

P. ¿Qué recuerdas de aquella experiencia?

R. Recuerdo un día que llegamos al barrio de Marijin Dvor, donde estaba la sede del periódico Oslobođenje. La zona estaba totalmente destruida y los edificios estaban masacrados de metralla y de balazos. Era como un colador. Cuando entramos, nos encontramos con un matrimonio que al vernos con las cámaras nos ofreció un plato de queso. Lo primero que pensé fue: “¡Cómo puede ser, si esta gente no tiene nada para comer y nos lo ofrecen a nosotros!”. Fue increíble. El marido se dedicaba a desactivar minas antipersona y nos llevó por un campo minado, encontró una granada sin explotar y la colgó en un árbol. De ahí surgió el título de la exposición, Los Frutos de la Guerra.

P. Me imagino que antes de aquello ya habías viajado…

R. Sí, por España, mucho. Cuando estaba en las ambulancias, siempre estaba apuntado a los viajes largos porque me encantaba viajar y estaba siempre mirando mapas. Lo que pasa es que luego organicé un “rally fotográfico” en mi pueblo y allí conocí a un peruano que estaba haciendo una tesis sobre el fotógrafo Martín Chambi, en la Universidad de Navarra. Él fue el que me invitó a Perú, era corresponsal de la agencia EFE y trabajaba por toda Sudamérica. Vi que podía dedicarme a los viajes, así que cogí una excedencia en la empresa de ambulancias y me matriculé en la UPC de Terrassa y empecé a estudiar fotografía. En Barcelona conocí a Carmen Vila, que era una fotógrafa que había viajado muchísimo y que publicaba reportajes en la revista Altaïr. Juntos acabamos creando la agencia Phototex en el año 2000. Así estuvimos seis años.

P. En 2008 ganas el Premio National Geographic, en su edición española, por una fotografía realizada durante una boda rural en Angkor, Camboya. ¿Qué hay detrás de esa imagen que dio la vuelta al mundo?

R. En un viaje de prensa fuimos a Tailandia y Camboya. Cuando estábamos saliendo de los templos de Angkor oímos una música. Empezamos a seguirla y terminamos en una casa con un pequeño palafito. De pronto, vimos bajar a un joven ataviado con un traje de gala y al vernos con las cámaras nos invitó a subir. Era una boda… En ese momento, apareció la fotógrafa de la boda, que llevaba una cámara que nunca había visto con dos flashes, uno en vertical y otro en horizontal. Es una foto antagónica, porque ella me hace la foto a mí y yo se la hago a ella. Pensé que era una fotografía que a National Geographic le podría funcionar, y así fue. Entre once mil fotos, en la categoría de retrato, fui el ganador. Un miembro del jurado me dijo: “tu foto funcionaba porque planteaba una cuestión: ¿quién era el fotógrafo y quién era el fotografiado?”. La verdad es que fue un subidón.

P. Llevas años dedicándote a proyectos donde hay un gran componente rural, por ejemplo, ahora con Barcelona Pagesa o con la trilogía documental de Toma Tierra. ¿Cuál crees que es la esencia de una buena fotografía, en este ámbito?

R. Mi padre era agricultor y, aunque yo prefería estar en el frontón jugando a pelota, él siempre me pedía que le ayudase en el huerto. Eso hizo mella en mí. Esa sensibilidad por el mundo rural, por la gastronomía, por lo que se cultiva, es algo que he llevado dentro de mí. Cuando hago mis fotografías, cuando viajo, siempre tengo esa curiosidad por saber lo que se cultiva, lo que hay en los mercados, lo que cocinan los cocineros en la temporalidad de los productos. Entonces, en los retratos y en las fotografías que hago, intento que haya mucho respeto a esa labor; es un reconocimiento a quién está detrás de los alimentos, como digo yo, a los que nos nutren. Como tengo conocimientos sobre el tema, pues enseguida entablo amistad con las personas que fotografío. No lo hago para sacar la mejor foto, sino para que ellos se muestren como realmente son. Me gusta mucho humanizar los paisajes agrícolas. Me encantaría ser invisible, es el sueño de cualquier fotógrafo, pero es imposible así que trato de involucrarme en el tema. Es como me siento más a gusto, y ellos también.

P. Tu documental Hijos de la Tierra fue galardonado con el Premio Goya 2016 al Mejor Cortometraje Documental. ¿Cómo surgió esta idea? ¿Qué significó para ti ese reconocimiento?

R. Hijos de la Tierra nació por un libro fotográfico. Me llamó uno de los botánicos más reconocidos de España, que es Diego Arregui, que es también de Puente de la Reina, y me dijo que quería hacer un libro sobre las plantas medicinales que cultivaba aquí en la Península Ibérica y en Brasil, porque su mujer es brasileña. En la selva de Brasil tenía un contacto con los chamanes, con los hombres y mujeres medicina, con los que hacía intercambio cultural a través de las plantas. Cuando me dijo que quería que yo me adentrara en el mundo de los chamanes, se me abrió la mente como un paracaídas.

P. Supongo que Hijos de la Tierra supuso un antes y un después en tu carrera y sirvió para que después desarrollaras el documental Los últimos de la Mejana, que también estuvo nominado en los Premios Goya de 2021.

R. Sí, estos tres documentales (Toma Tierra, Los últimos de la Mejana, rebeldía y esperanza y De quijotes y semillas) hablan sobre la falta de relevo generacional en la agricultura. El último de ellos fue premiado en el Festival de Cine de Málaga. Surgió porque al protagonista, a Santi Cordón, que es un cocinero hortelano, se le ocurrió la idea de hacer un viaje ecologista al mismo Festival de Málaga. Él iba con un amigo suyo en una verducleta, que es una bicicleta que reparte semillas, hasta Málaga. Grabamos esta bike movie a modo de road movie, y, con ella, obtuvimos el Premio del Jurado y Premio del Público al Mejor Documental de la sección Cinema Cocina del Festival de cine de Málaga 2021.

P. Sobre Navarra también fotografías Navarra a la Carta, que la Gourmand Cookbook Awards (Londres, 2008) premió como el tercer mejor libro de viajes gastronómicos del mundo. Qué lujazo, ¿no?

R. Cuando cerramos la agencia Phototex, volví a Navarra porque mi padre además estaba enfermo y allí se me ocurrió presentar un proyecto al Gobierno de Navarra. El libro Navarra a la carta es un viaje turístico-gastronómico a través de un menú con diferentes platos por zonas de Navarra famosas por un producto singular. Aquello fue la bomba, me hizo mucha ilusión recibir este premio porque yo, que siempre he viajado por todo el mundo, tenía en la puerta de casa un proyecto maravilloso, con el que además tuve mucha libertad porque dispuse de un año para hacerlo.

P. ¿Cómo llega a tu vida el Kumano Kodo o Camino Kumano de Japón?

R. Estando en la agencia Phototex iba mucho a FITUR, era una de las fechas más esperadas del año porque contactabas con los responsables de las oficinas de turismo y podías venderles propuestas de reportajes de viajes a las revistas de entonces. Fue en FITUR donde me hablaron del Camino Kumano. Yo quería viajar cuanto más lejos, mejor. Japón no era un destino que me llamara demasiado la atención, lo veía artificial y materialista, con esas grandes urbes… Pero cuando escuché hablar de un camino de peregrinación que, además, estaba hermanado con el Camino de Santiago —que yo ya había hecho previamente— mi mente volvió a despertarse. Pensé: ¡Este viaje sí que lo quiero hacer! Se lo propuse primero a la revista Condé Nast Traveler y me fui con el periodista Rafa Pérez. Después las fotos del Kumano Kodo estuvieron en una exposición itinerante, y fue así como llegó a manos de EL PAÍS Viajes que después me propuso ser experto en sus viajes.

P. Cuéntanos, ¿cómo es el Kumano Kodo? ¿Qué lo hace tan especial?

R. El Kumano Kodo es un viaje que se puede hacer en una semana caminando. Hay muchos caminos: el que viene de Tokio, el de Kioto, el que lo hace de Koyasan, pero luego se trazó una ruta, de este oeste, que es la ruta imperial, la ruta Nakahechi, que era la que usaban los antiguos emperadores japoneses cuando veían que se acercaba el final de su vida y debían hacer algo espiritual para salvar sus almas. Entonces, caminaban por el Kumano, que no es un camino con un principio y fin, sino que lo que se pretende es honrar a los tres grandes templos que hay en la península de Wakayama, el de Hongu, el de Hayatama y el de Nashi.

P. Entonces, ¿cada uno puede hacerlo a su manera?

R. Sí, así es. Hay un camino de unos 125 kilómetros, en el que te adentras en el Japón rural y tradicional porque te alojas en ryokans, puedes probar la comida japonesa auténtica, bañarte en los onsen, en los balnearios naturales, que tienen estos pequeños ryokan, y es una gozada. El momento en el que lo hice descubrí un Japón muy distinto al que esperaba: un país que respeta al visitante, educado, súper seguro… Le tengo mucho cariño al Kumano Kodo, es un camino muy espiritual porque solamente se puede hacer caminando, no se puede hacer ni a caballo ni en bicicleta, y es un modo de preservación del medio ambiente. Conectas contigo mismo muy rápido.

P. Salvando las diferencias con el camino de Santiago, es un camino menos turístico, ¿no?

R. Sí, es mucho menos turístico y conocido, y como te decía, puedes conocer en profundidad la cultura japonesa. Con el viaje de EL PAÍS Viajes, además, que ya hicimos en 2019, nos acompañó un monje un día, otro día un guía de montaña… El Japón de hoy en día es un país muy turístico, y esta es una manera de conectar con su parte más ancestral. En este viaje, aparte de visitar Osaka y Kioto, la perla del viaje es hacer un pequeño recorrido por el Kumano Kodo durante tres días. Al conocerlo bien, puedo llevar a los viajeros por los hitos del camino. Además, es un viaje muy cómodo porque los viajeros van con una pequeña mochila y se les ofrece comida por el camino, por lo tanto, se hace muy ameno.

P. ¿Qué lugares destacarías en el itinerario?

R. Por ejemplo, se visita el pueblo de montaña de Yunomine Onsen, donde hay balnearios naturales; también la Daimon-zaka, que es una impresionante escalera con unos 300 escalones, que va desde la base del valle hasta Kumano Nachi Taisha, Seiganto-ji y la cascada Nachi. Pasas por un bosque primigenio de cedros, de árboles centenarios, y luego se visitan los tres templos, tanto el de Hongu, con el de Hayatama y de Nashi que tiene la cascada más alta de Japón, que son 133 metros de altura. Es un lugar para estar con la naturaleza en estado puro. Durante el camino vas viendo los pequeños santuarios en los que puedes ir haciendo tus plegarias. El Kumano Kodo es una experiencia única.

P. El viaje se realiza, si no me equivoco, en mayo ¿Esta es la mejor época para visitarlo?

R. Mayo es el mejor mes para visitar Japón porque en verano el calor es sofocante, y durante la primavera, es una época perfecta para recorrer el camino.

P. ¿Es para todos los públicos? Imagino que el camino antiguo de peregrinación no sería tan cómodo como el de ahora…

R. Para la gente que está habituada a caminar es de dificultad media. Hay un tramo que, además, se puede realizar en barca, a través de unos pequeños fiordos por el río Wakayama, que llega a uno de los templos. Nosotros cuando hicimos el reportaje lo hicimos también. Con EL PAÍS Viajes, como digo, es un aperitivo de lo que se puede hacer. Si después quieren volver hay otras maneras de hacerlo, porque, además, está perfectamente señalizado, no te pierdes ni aunque quieras.

Es muy bonito. Los japoneses son perfeccionistas con todo lo que hacen.

P. Este viaje, como me has explicado, se hizo ya con EL PAÍS Viajes en 2019. ¿Cómo fue esa experiencia y qué es lo que más destacaron los viajeros en aquel momento?

R. Es un viaje de contrastes, porque conocemos las grandes ciudades, pero después el mundo rural japonés, en el que los viajeros pueden hablar con los monjes, visitar los santuarios y probar la comida tradicional japonesa. En 2019 me acompañaron algunos viajeros de la Asociación de Amigos del Camino Santiago de Valencia y el ambiente fue increíble. En el grupo había de todo, de todos los niveles. Pero sobre todo lo que destacaron es que había mucha paz en el camino. No hay ruidos.

P. Con respecto al anterior que hiciste, ¿hay alguna novedad en el itinerario de mayo de 2026?

R. Sí, hay alguna novedad porque, por ejemplo, se va a visitar el Mikimoto Shinju Island, el Onigashima Center y la famosa Meotoiwa. Además, nos vamos a alojar en el monasterio de Koyasan. Comeremos en el suelo, estaremos cerca de los monjes y es una forma de introducirse en el Camino Kumano.

P. ¿Qué es lo que crees que hace distintos tus viajes?

R. Al haber hecho ya el Camino Santiago, creo que aporto toda esa experiencia. Caminar por la naturaleza hace que esa semillita, que llevas dentro espiritualmente, germine, te lleva al autoconocimiento, a ser más extrovertido en las relaciones humanas. Y luego, a su vez, como soy fotógrafo, aporto toda esa experiencia a los viajeros a los que les interesa la fotografía en el viaje. Es un plus que la gente valora mucho.

P. ¿En qué estás trabajando actualmente? ¿Tienes algo en marcha? Me imagino que sí…

R. Sí, estoy montando el documental Tráeme una palabra que trata sobre el fomento de la lectura en zonas rurales. Esta aventura surgió a través de Maribel Medina, que es una escritora que organiza certámenes literarios en pequeños pueblos, a través de su asociación Mi Pueblo Lee. Ella me llamó para grabar siete encuentros literarios de siete escritores de renombre en siete pequeños pueblos de Teruel. Creo que para antes del verano lo tendremos ya todo listo. Y, mientras tanto, también estoy trabajando con la Diputación de Barcelona. Después del libro Barcelona Pagesa, estamos en un proyecto que es sobre la prevención de incendios, Barcelona emboscada, sobre la gestión forestal. Barcelona ha sido una de las provincias en las que menos incendios ha habido desde hace ya muchos años. Han hecho una gran labor en este sentido. Estoy bastante entretenido como puedes ver…

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