Elena del Amo, periodista especializada en viajes: “Viajar debería servir para entender al otro”
La periodista es una de las expertas que acompaña a los viajeros de EL PAÍS Viajes a destinos como Bolivia, Perú o Marruecos
Elena del Amo es más que una periodista de largo recorrido, una aventurera. Ella no está de paso, sino que echa raíces allá por donde pone el ojo. Que sea una experta en destinos como Marruecos y Turquía no es casual, ya que en sus años de estudiante trabajó muchos veranos como guía en ambos países. Así fue como empezó a conocer el día a día de grandes ciudades como Estambul, que se la conoce como la palma de su mano, o Fez, una ciudad a la que ha declarado su amor en varias ocasiones. Seguramente, le ayudó hablar idiomas, ahora mismo sabe cinco y no descarta aprender más.
Del Amo se define a sí misma como una periodista de viajes con alergia a los “marcos incomparables”: empezó su carrera en la revista Viajar y después seguiría su trayectoria en otros medios como freelance: Gente Viajera, el programa de viajes de Onda Cero, Hola Viajes o Fuera de Serie, entre otros, incluidas las ya desaparecidas Geo y Siete Leguas. Nacida en Madrid, donde ahora mismo vive, esta gata nunca sale de viaje sin un cuaderno nuevo que llenar de notas, porque su vocación es contar historias y ayudar a descifrar otras culturas. Repasamos con ella su trayectoria y también los viajes que realizará como guía experta para EL PAÍS Viajes este y el próximo año.
Pregunta. ¿Tuviste una infancia viajera?
Respuesta. ¡Qué va!, fue muy de andar por casa, pero la adolescencia sí fue muy viajera gracias a que mis padres, hijos de la posguerra, se desvivieron por darnos a mis hermanas y a mí oportunidades que ellos no habían tenido. No me refiero a caprichos y pijeríos, sino a experiencias con las que convertirnos en mujeres independientes. Raro era el año que no teníamos un par de chavales extranjeros en casa, y en verano nos repartían por las suyas a las hijas para que aprendiéramos esos idiomas que tan bien me vienen ahora para moverme por el mundo. Además, hice un curso del instituto en Inglaterra, el primero de la universidad en Alemania y estudié una temporada en París. Allí, a cambio de darle clases de español, vivía gratis en casa de una amiga de una tía abuela que se había exiliado a Francia durante la dictadura. Sin padres así habría sido difícil llegar, al menos literalmente, tan lejos.
P. Te defines como periodista de viajes con alergia a los “marcos incomparables”. ¿Qué significa?
R. Son malos tiempos para el periodismo de viajes y se leen reportajes infumables, llenos de topicazos como ‘el marco incomparable’. Yo intento que los míos no huelan a folleto turístico. A mí no me pondrían a escribir de economía, ni en una tertulia de política, aunque sigo la política, porque hay gente más experta, pero de viajes escribe cualquiera que se haya hecho una escapadita a tal o cual sitio, y cuando viajas un par de veces al año todo te parece único y excepcional, aunque no lo sea tanto. Algunas personas, sean o no periodistas titulados, lo hacen fenomenal. Por contra, hay muchos periodistas supuestamente de viajes cuyos textos parecen redacciones de colegio. Entre los muchos años que llevan sufriendo los medios tradicionales para sobrevivir y la cantidad de contenidos de viajes que se publican en internet sin filtros de calidad, es normal que la profesión se degrade y pierda credibilidad. Llevar unos 30 años dando vueltas por el mundo, y regresando infinidad de veces a los lugares que me gustan, ayuda a aproximarse a su esencia y a transmitirla en condiciones. La lista de lo que hay que ver ya la tienes gratis en internet; a mí me interesa más ahondar en qué tiene cada lugar de singular y por qué, a menudo, hasta sus lógicas son distintas.
P. Entonces, a ti lo que de verdad te mueve es descifrar las claves de los lugares que visitas…
R. Es lo que más me enriquece personalmente y lo que intento ‘colar’ incluso cuando, a veces, me piden reportajes que dan poco juego para ello. Claro que me gusta hacer fotos, claro que me gusta ver monumentos bonitos, pero, sobre todo, me interesan las sociedades que visito. Muchos reportajes que leo, incluso en medios muy reputados, caen, exagerando, en lo del ‘marco incomparable’. Yo intento que mi trabajo ayude a entender un lugar huyendo en lo posible de los tópicos del género, que por desgracia son muchos.
P. ¿Qué crees que tiene que tener un buen periodista de viajes?
R. Sobre todo, honestidad y profesionalidad, porque, salvo que seas una grandísima pluma, escribir tiene su oficio. Como lectora, disfruto cuando alguien me está contando bien una historia, y noto cuando están llenando el texto de clichés, de ego con el que intentar darte envidia con sus viajes o de obviedades sacadas de Wikipedia. En este oficio, además, hay muchos compromisos, pero tu primer compromiso debería ser que lo que cuentas le sirva al oyente o al lector. Evidentemente, vivo de escribir y no puedo ser tan íntegra y escribir solamente de los sitios que me apasionan. Si me piden un tema de un lugar que yo no elegiría para irme de vacaciones, intento hacerlo con el mismo rigor pensando en el público que sí pueda tener, porque a cada uno nos gustan cosas diferentes. Haber visto mucho mundo ayuda a imaginar a qué tipo de viajero le puede encajar ese destino. Lo bueno, al menos a mí me ocurre, es que raro es el sitio al que, conociéndolo más a fondo, no acabes encontrándole alguna gracia, aunque de entrada no nos apasione.
P. ¿Y qué lugares te apasionan?
R. No me canso de volver a muchos países, digamos, musulmanes, aunque el término sea tan poco acertado como resumirnos a todos los europeos como cristianos. Es un error frecuente meterlos a todos en el mismo saco, y no tiene nada que ver Turquía, Marruecos, Egipto o Jordania con, por ejemplo, el Afganistán de los talibanes. A menudo se juzga a un país por sus gobiernos y, cuando no se trata de democracias reales, eso es tremendamente injusto, porque esos gobiernos que nos espantan aquí a muchos, también les espantan a muchos de sus habitantes. Me encanta ayudar a desmontar los prejuicios, casi siempre negativos, que suelen transmitir los medios de la mayoría de estos países a los que vuelvo siempre con ganas, a pesar de que haya aspectos de su cultura que me gustan tan poco como sus gobiernos. La gente allí, incluido, por ejemplo, Irán, es infinitamente mejor que sus gobernantes. El norte de Europa, sin embargo, en general me aburre un poco, porque la gente es menos abierta y, lógicamente, todo me sorprende menos, aunque claro que también allí hay lugares que me interesan muchísimo.
P. ¿Cómo viajas tú y cómo trabajas cuando estás viajando?
R. Durante muchísimos años he viajado sola con uno de los mejores fotógrafos del sector, que es algo totalmente distinto a hacerse una escapada de vez en cuando con los amigos. Si con estos me gusta improvisar, en los viajes de trabajo llevo atado todo lo posible para traerme los reportajes que he ido a hacer. En cuanto a equipaje, soy de llevar lo mínimo. Cuando haces la maleta con cabeza, salvo que te vayas a la Antártida o a un sitio en el que haga mucho frío, cabe todo en poco espacio. ¡Y el cuaderno de notas que no falte! Tengo varias estanterías llenas de libretas. Me gusta estrenar una en cada viaje. Cada uno tiene sus pequeñas manías…
P. ¿Cómo son esas libretas?
R. Tirando a pequeñas y con tapa dura para poder apoyarme al escribir. El móvil lo uso para millones de cosas, pero no para eso. Cuando estoy centrada en los viajes y escribo buenas notas, me traigo el reportaje prácticamente hecho. Hace siglos, cuando era becaria en la revista VIAJAR me mandaron a San Petersburgo a hacer uno de mis primeros reportajes, y me debí de olvidar la libreta en el avión. ¡Fue un drama! Aprendí de aquello y no he vuelto a perder ninguna. Para mí esas libretas son un tesoro.
P. ¿Cuándo empiezas a viajar en serio y lo conviertes en profesión?
R. Fue casi por mala estudiante, porque en primero de carrera elegí Imagen y Sonido, en el turno de tarde para no madrugar, y falté muchísimo a clase. Cuando vi que me iban a suspender hasta el recreo —y en mi casa no se suspendía—, decidí pasarme a Periodismo y centrarme en las asignaturas que me podrían convalidar. Al año siguiente, ya matriculada por la mañana para obligarme a ir a clase, en Redacción Periodística tuve un profesor maravilloso, Bernardino Hernando, que murió hace poco. Era un hombre excepcional al que adorábamos todos. Nos pidió hacer a lo largo del curso un seguimiento del medio de comunicación que quisiéramos, y yo, con todo segundo y las asignaturas de primero que no me habían convalidado, lo fui dejando. Cuando me puse en serio con ello, me acordé de que un novio muy viajero que tuvo una de mis hermanas me había hablado alguna vez de la revista VIAJAR. Al ser mensual, era tan fácil como ir a la hemeroteca para estudiarme sus últimos números. Con sensación de culpa por haberle hecho esa trampa a Bernardino, se me ocurrió bordar el trabajo pidiendo una entrevista para visitar la redacción. ¡Y me la dieron! Al director de entonces le debió de impresionar que hablara tantos idiomas y hubiera viajado ya bastante siendo tan joven, porque me ofreció quedarme como becaria.
P. ¿Qué lugares ya conocías por aquel entonces?
R. Al margen de lo que había viajado de adolescente, me había podido independizar a los 19 gracias a que trabajaba en las vacaciones como guía para la ya desaparecida agencia de viajes Mundo Joven. Eran viajes muy básicos, pero muy bien hechos y muy honestos, donde a verdaderos críos nos daban la responsabilidad de afrontar cualquier imprevisto para que todo saliera bien, y nos pagaban fenomenal. Los dos veranos anteriores a empezar a trabajar en la revista VIAJAR los pasé por Turquía y varios países de Europa, y los tres siguientes, sobre todo en Marruecos, porque llegué a un acuerdo con la revista para que me dejaran los veranos libres. Y ahí me enganché a conocer el mundo ‘del otro lado de la barra’; es decir, trabajando. Cuando estás trabajando es más fácil conocer a la gente del lugar, que te trata más como un igual. Me invitaban a las casas, a planes con sus familias, con sus amigos...
P. Turquía y Marruecos: ¿qué significan para ti estos destinos y en qué otros lugares te sientes como en casa?
R. Ningún otro trabajo me ha enseñado más que aquellos veranos divertidísimos de guía en Marruecos y Turquía, donde, siendo entonces una cría recién salida del cascarón, podría haberme metido en problemas por ignorancia, y nunca los tuve. Les estoy agradecidísima a ambos países por lo bien que me trataron, y a Egipto, donde también conservo muy buenos amigos, y raro es el año que no vuelvo. Precisamente, acabo de regresar de Turquía, que si no he estado 30 veces en Estambul, no he estado ni una. La primera vez tenía 18 años y fui a hacer un negocio con aquellos amigos tan viajeros de mi hermana mayor. La idea era comprar cazadoras de cuero para venderlas aquí, y como negocio fue una ruina, pero me enamoré de la ciudad. Es uno de mis lugares favoritos. Incluso tengo la fantasía de, cuando no tenga las obligaciones familiares que tengo ahora, irme a vivir allí un par de años y dedicarme, como de jovencita, a estudiar ahora turco. También me encantaría hacer lo mismo en El Cairo. Ir allí a aprender árabe. No sé si lo cumpliré, pero ganas no faltan.
P. Elena, cuando tú diseñas un itinerario para uno de los viajes de EL PAÍS, ¿qué es lo que crees que es imprescindible?
R. En estos viajes para EL PAÍS incluyo lo que creo esencial para llevarse una imagen global del destino, pero también particularidades que te abran ventanitas con las que poder conocerlo más allá de lo obvio. Por ejemplo, para el de Marruecos, he diseñado el viaje que a mí me habría gustado hacer la primera vez que fui. Visitaremos sitios que me gustan mucho, pero también otros a los que yo ahora no iría, porque ya he estado, pero que me parecen vitales para que, quien va por primera vez, se haga una idea de lo tremendamente diverso e interesante que es. Porque Marruecos es un grandísimo destino. Además de una gente adorable, tiene varias cadenas montañosas, playas tanto en el Mediterráneo como en el Atlántico, pueblitos de lo más monumental, ciudades imperiales, desierto, la ruta de las kasbahs, todo el legado bereber, que es la cultura originaria de Marruecos antes de que llegaran los árabes en el siglo séptimo … Muchos se lo pierden, ya sea por prejuicios o porque está muy cerca y pensamos, como con Portugal, que podemos ir en cualquier momento.
Pero de verdad que Marruecos, cuando te lo cuentan bien y entras con buen pie, es un destino al que, teniéndolo tan cerca, la mayoría vuelve. Me encanta cuando consigo que los viajeros regresen a casa con una imagen del país mucho más completa y positiva que la que suele salir en las noticias. Entiendo que ayudar a descifrar las claves del sitio es el principal objetivo de los expertos que acompañamos estos viajes.
P. El viaje del que hablas es el de ‘Marruecos, del Mediterráneo al desierto’ que saldrá de España el próximo 30 de abril. ¿Empieza en Tánger, verdad?
R. Sí, arrancamos en Tánger y, antes incluso de visitar la kasbah, nos vamos a comer al restaurante de una asociación que da trabajo y formación a madres solteras y chavales que se criaron en la calle. Allí, además de una vergüenza, tener un hijo fuera del matrimonio supone una boca más a alimentar para la familia, con lo cual muchas jóvenes de zonas rurales se van a la ciudad buscando el anonimato para tener a sus niños en secreto, y abandonarlos si no tienen más remedio. Un drama no tan distinto a como ocurría aquí hace décadas.
En esta asociación, entre otras cosas, le dan una profesión a las madres que quieren quedarse con sus niños, y además en su restaurante se come maravillosamente. Como te decía, para mí viajar tiene mucho más de aprender de otras realidades que de simplemente ver monumentos bonitos. Con todo lo que contamina viajar, me parece un desperdicio viajar para simplemente hacerse selfis con los que luego presumir en las redes. Los viajes deberían servirnos, también, para entender al otro, sus porqués e, idealmente, para fomentar el entendimiento entre culturas. Yo casi disfruto más de regresar a los sitios que me gustan que de conocer otros nuevos. No viajo compulsivamente para coleccionar lugares.
P. ¿Te gusta estar en casa?
R. Tanto que, durante la pandemia, me preocupaban muchas cosas, pero no el estar encerrada. En verano intento no salir de Madrid para ponerme al día de cine, de conciertos, terrazas, y para descansar de tanto viaje, que lo sigo disfrutando, pero también me encanta estar en mi casa, dedicar tiempo a mi familia, cocinar para los amigos… De los viajes siempre vuelvo un poco a lo Paco Martínez Soria, que venía del pueblo con la maleta llena de chorizos. Pues yo de los viajes solo traigo souvenirs gastronómicos. Hace unos años fui a hacer unos reportajes a la Puglia y me traje la maleta repleta de burratas y mozzarellas, tomates italianos, pan del bueno y vinos. Llamé a unos amigos para cenar solo eso, ¡y aún se acuerdan!
P. Vaya, ¿y del último viaje, por ejemplo, que te has traído?
R. De Turquía, como siempre que voy, me he traído, para mí o para regalar, tahini de sésamo mucho más rico que el que se compra aquí, botes de berenjenas asadas, mermelada de cereza, un aliño de granada que se echa a las ensaladas y está espectacular, quesos, tomates y albaricoques secos, por supuesto especias…
P. De Marruecos, ¿qué sueles traer?
R. También especias, una pasta de almendras y miel que se llama amlou y está deliciosa para mojar, panes algo parecidos a los crêpes que congelan fenomenal, limones confitados que se venden por cualquier mercado y son una maravilla para cocinar el pescado o el pollo, las aceitunas tan fuertes que tienen por allí… Es que en Marruecos se puede comer muy bien, aunque sea una pena que en los restaurantes rara vez salgan del cuscús y los tajines.
P. Uno de tus últimos viajes con EL PAÍS Viajes ha sido a Jordania, ¿verdad? ¿Cómo lo recuerdas?
R. Sí, fue un viaje que hicimos en diciembre de 2023, apenas un par de meses después del 7 de octubre, y como Jordania está pegada a Israel, no había casi extranjeros. ¡Ni siquiera en Petra, que está siempre a reventar! Su economía, para la que el turismo es vital, ha sufrido una barbaridad estos dos años aunque allí no había inseguridad. Al margen de que el país es precioso, los jordanos se merecen que les apoyemos. Los viajeros, como consumidores, podemos elegir dónde dejar, y dónde no, nuestro dinero. Yo hace muchos años decidí que no iba a volver a pisar Israel, porque un reportaje de viajes contribuiría a blanquearlo, y tengo claro que no volveré a Estados Unidos mientras gobierne Trump.
Evidentemente, que yo no vaya no importa nada, pero si millones de viajeros responsables de todo el planeta dejamos de ir a países supuestamente democráticos que violan el derecho internacional, a lo mejor eso sí sirve para que algunas cosas cambien. Aquel viaje a esa Jordania vacía, con el corazón encogido por las masacres en Gaza, que ya superaban en muchos miles la perpetrada por Hamás, fue muy especial y todos los participantes mantenemos el contacto hasta hoy. Cuando, como entonces, coincides con gente leída y buenos viajeros, no solo disfrutas del país, sino que haces nuevos amigos.
P. ¿Qué era lo más llamativo del itinerario? Es posible que lo volvamos a ver en la lista de viajes de EL PAÍS Viajes en 2026…
R. El Wadi Rum es el desierto más espectacular que he visto en mi vida, o sea, que estrenar 2026 en uno de sus campamentos bajo las estrellas sería un planazo. Pero Jordania, con lo pequeño que es, tiene muchísimo más: unas ruinas romanas apabullantes, castillos omeyas, fortalezas de los cruzados, el mar Muerto, como guinda la ciudad nabatea de Petra… Todo en distancias muy manejables y en un país, no solo interesantísimo, sino también muy seguro. A menudo le dicen ‘la Suiza de Oriente Medio’ porque, estando donde está y siendo más de la mitad de su población de origen palestino, tiene relaciones diplomáticas incluso con Israel, hace de mediador en muchos conflictos y hay mucha estabilidad. Al margen de lo bonito que es, se aprende mucho y, como decía, los jordanos han sufrido una barbaridad también con el parón del turismo y deberíamos apoyarles.
P. En Semana Santa, hay un viaje programado a Bolivia y Perú. ¿Qué conexión tienes con estos dos destinos y qué es aquello que más destacarías del itinerario de EL PAÍS Viajes?
R. He hecho bastantes reportajes por allí, y son dos destinos potentísimos que tiene todo el sentido conocer juntos para tener una visión bastante integral del mundo andino, que es en lo que nos centramos en este viaje a América transandina de unas dos semanas. Compartieron varias culturas precolombinas en el Altiplano, fueron parte del mismo virreinato durante buena parte de la colonia… o sea, que no solo están geográficamente cerca, sino que tienen mucho pasado compartido. Muy interesante ver lo que fue la colonización cuando la miras desde los ojos del otro, con sus miserias y también sus glorias, porque conservan una arquitectura colonial para quitarse el sombrero por ciudades como Sucre, Potosí, Cuzco o Lima. También, claro, atesoran maravillas de esas que hay que ver una vez en la vida como Machu Picchu y el Valle Sagrado, el lago Titicaca o el Salar de Uyuni, que es puro espejismo. Esa altitud, ese silencio… ¡Unas veces parece que estás en la Luna y otras en Marte!
P. ¿Alguna novedad más para 2026?
R. Sí, estamos montando para julio otro viaje muy completo por Sri Lanka, que es como un paso previo a la India: tremendamente monumental y con unas culturas interesantísimas, pero sin la miseria que echa a muchos para atrás a la hora de atreverse con el subcontinente.
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