Descubrir Las Calanques, un paraje salvaje de calas turquesas a las puertas de Marsella

Con playas de guijarros, arena fina y casitas de pescadores, este parque nacional francés es un lugar de postal para hacer senderismo, explorar los fondos marinos o simplemente disfrutar de la naturaleza y del mar

Vista aérea de la cala d'En-Vau, en el parque nacional de Las Calanques (Francia).© Marco Bottigelli (Getty Images)

¿Fiordos en el Mediterráneo? Las Calanques son algo parecido: un paraje salvaje y escarpado, con categoría de parque nacional, entre Marsella y Cassis, a las puertas de la ciudad: una sucesión de rocas calizas blancas, aguas transparentes y vegetación mediterránea rica en especies protegidas. Sus pequeñas calas, algunas cerradas como fiordos, entre paredes escarpadas, son un paisaje excepcional que se convierte en un complemento perfecto (casi imprescindible) si se viaja a Marsella, una ciudad ahora cada vez mejor comunicada con España. Con sus playas de guijarro y de fina arena, Las Calanques pueden parecer una postal, y resultan un lugar perfecto para explorar los fondos marinos, practicar deportes naúticos, hacer senderismo o simplemente tomar el sol. Algunas son más accesibles que otras y el tipo de público se autoselecciona: a unas van familias, a otras deportistas…

Un día en Las Calanques no se improvisa. Aunque el bañador forme parte del equipaje, no hay que olvidarse un buen par de zapatillas de marcha, crema solar, agua y un sombrero —sin un mínimo de equipamiento (sobre todo en verano), este lugar paradisíaco puede convertirse en un infierno—. Un clásico para conocerlas en solo un día desde Marsella es ir a la calanque (cala) de Callelongue, dejar allí el coche y caminar una hora hasta el macizo Marseilleveyre, donde espera el famoso chiringuito Chez le Belge. Después del almuerzo, se vuelve a Callelongue para dejarse seducir por el pueblo de Goudes. Para un aperitivo en la orilla del mar, Tuba es el sitio perfecto. Se puede cenar allí o seguir rumbo a la calanque de Samena para comer en el restaurante Les Tamaris, o a la La Madrague para comer en Au Bord de l’Eau. Otra opción es tomars el viaje en plan más tranquilo, e intentar recorrerlas todas alternando las excursiones en varios días.

La primera cala que nos encontramos desde Marsella, y el punto de inicio de todo paseo por Las Calenques, es la de Callelongue, en el macizo de Marseilleveyre. Realmente estamos todavía en Marsella, concretamente en el distrito 8. ¿Cómo identificarla? Pues por su aire de pueblo de pescadores, su diminuto puerto y sus cabañitas (los llamados cabanons). Es como un remanso tranquilo y diferente para los paseantes, con un bar-restaurante y una fuente para comenzar el camino, pero sin playa.

También son muy bonitas las vistas desde la calanque de Sormiou, la mayor de todas, un marco perfecto para contemplar los relieves montañosos que rodean sus aguas turquesas. Se puede llegar a pie (una hora aproximadamente) por un camino sencillo para todos los públicos.

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Más información en la guía Marsella y Las Calanques de cerca de Lonely Planet y en lonelyplanet.es.

Para muchos, la calanque más bonita de Marsella es la d’En-Vau, con una pequeña y tranquila playa de guijarros. Se la llama “La Perla de las Calanques” y en verano son muchísimos los turistas que llegan para contemplar sus tonos turquesa y añil, bajo los acantilados.

Un barco saliendo de la bonita 'calanque' d'En-Vau.Alamy Stock Photo

La de Morgiou es otra de las más apreciadas, por su ambiente íntimo y sobre todo porque es muy profunda y se puede practicar muy bien submarinismo. Hay cerca una cueva que todo el mundo quiere visitar: la Grotte Cosquer, una gruta submarina descubierta por el submarinista Henri Cosquer que atestigua la presencia del hombre hace unos 28.000 años. Además, aquí hay historia: durante el reinado de Luis XIII se organizó una jornada de pesca para el rey y para la ocasión se excavaron escaleras en la piedra para facilitar su desembarco. Y allí siguen.

La cala de Morgiou es una de las más preciadas por su íntimo ambiente.Alamy Stock Photo

Otra buena cala para nadar es la calanque de Port-Pin, perfecta también para ir con niños por su fácil acceso. Es una playa de arena y guijarros, que toma su nombre de los pinos de Alepo que la rodean y es fácil darse un chapuzón en sus aguas cristalinas sin tener que darse una larga caminata. También es perfecta para un día de playa en familia la calanque de Marseilleveyre, muy cerca de Callelongue y de Marsella, rodeada de varios cabanons, con un restaurante y una impresionante vista del archipiélago de Riou.

Y para los que prefieran dedicarse a practicar esnórquel o bucear, la de la Mounine puede estar muy bien: en sus aguas vive una flora y fauna muy interesante, y hay una tranquilidad absoluta a lo largo de la estrecha y recta hendidura excavada en la blanca piedra caliza.

Accesibles por senderos o por el mar

Los marselleses tienen en las calanques un espacio perfecto para el senderismo. Un objetivo puede ser la calanque d’En-Vau, solo accesible por el mar o a pie, con dos senderos con rocas resbaladizas que requieren cierto grado de preparación. Otra opción es la Anse de la Triperie, solo accesible a pie desde el calanque de Morgiou, por el col du Renard o el col de Morgiou. Una vez allí, entre los impresionantes acantilados verticales, la vista es excepcional sobre el resto de las calanques hasta el Cap Canaille. Otras vistas excepcionales son las que se tienen desde la calanque de Sugiton, muy cerca de Morgiou, rematada por altos acantilados que la hacen única. Desde ella es fácil llegar hasta el Tour d’Orient, un mirador encaramado a 250 metros sobre el nivel del mar con una maravillosa panorámica. Se llega a pie, pero el camino es muy accesible.

Un grupo de senderistas en la ruta señalizada para recorrer Las Calanques.John Elk III (Getty Images)

Hay algunas calas a las que solo puede llegarse por mar, como la de l’Oule (su nombre procede del provenzal Oulo, que significa olla o caldero). Enclavada entre dos enormes acantilados de 70 metros de altura, es uno de los lugares más salvajes y secretos del parque nacional francés. Y queda la que es, probablemente, la más original: la calanque de Saint-Estève, en la isla de Ratonneau (Frioul), con una playa natural y pequeños fondos marinos ricos en biodiversidad marina. Con sus aguas turquesas, es una de las más agradables del parque nacional, con restaurante e incluso con ducha. Aquí se puede hacer un recorrido submarino en el mar, equipados con una máscara y un tubo, por un original sendero accesible a todo el mundo que permite descubrir la fauna y la flora desde la orilla.

Por regla general, se puede llegar a una sola cala desde varias entra­das del parque nacional, mientras que el GR 98-51 costero las conecta todas, de Callelongue (en el límite de la ensenada de Mar­sella) a Cassis, en 11 horas de marcha sostenida, no siempre sencilla. Es posible combinar las dos op­ciones: llegar por una cala y, luego, por el sendero costero, enlazar con la cala vecina, desde donde se volverá a subir a la ciudad por su vía de acceso.

Dos excursionistas recorren el parque nacional francés, cerca de la localidad de Cassis.Alamy Stock Photo

Luchando contra la masificación

El parque nacional de Las Calanques (el décimo de Francia) está formado por 5.000 hectáreas terrestres y 20 kilómetros de costa. Lo habitan 140 especies terrestres y vegetales protegidas y 60 especies marinas patrimoniales. Pese a las restricciones, entre dos y tres millones de personas lo visitan cada año por tierra y por mar y esta afluencia ejerce una presión sobre el me­dio natural. Para conciliar la protección de los espacios naturales y el acceso libre, el parque intenta controlar el acceso. Por ejemplo, con una aplicación (Mes Calanques) que proporciona información en tiempo real del número de visitantes y se emiten mensajes de prevención.

Fueron necesarios 15 años de gestación para lograr la creación de este parque nacional, por decreto, en abril de 2012. Sus características específicas explican, en gran parte, tanta lentitud; el parque abarca un territorio periurbano, a la vez terrestre y marítimo, y los usos sobre este para­je natural son numerosos. Desde hace lustros, se caza, se pesca y se recolectan plantas. Aunque ya estaban reguladas (Las Calanques están clasifica­das desde 1975), estas prácticas no convivían del todo bien con los desafíos de un parque. Al final, se siguen autorizando, pero con más restricciones.

Bañistas en la 'calanque' de Port-Pin.Alamy Stock Photo

Un ejemplo de lo que puede pasar son las calanques de Sugiton y des Pierres Tombées, que han sido víctimas de su éxi­to. Para combatir la erosión provocada por la masificación en verano (con picos de 2.500 visitantes diarios), el parque ha fijado un límite de 400 personas al día hasta 2027. Para ello, ha establecido un acceso (gratuito), previa reserva, en los meses de julio y agosto, así como los dos últimos fines de semana de junio y los dos primeros de septiembre. La afluencia estival se ha reducido así en más de un 80%, moderando su impacto en el entorno. Las reservas se hacen en la web del parque nacional.

La 'calanque' de Sugiton tiene límite de visitantes en los meses de verano.Yann Guichaoua-Photos (Getty Images)

Con una gran ciudad tan cerca de este espacio tan frágil, los marselleses se aseguran de poner unas medidas para controlar la visita a Las Calanques y su conservación como parque nacional. Aunque es posible acercarse a ciertos puntos en coche, el macizo de Las Calanques se descubre a pie o se pueden contemplar en barco. Durante los recorridos, no hay que salirse de los senderos seña­lizados, y, por supuesto, está prohibido acampar, ni siquiera una noche, y sobre todo hacer fuego y fumar. Los incendios son una auténtica plaga en la zona. Por ello, del 1 de junio al 30 de septiembre el acceso y la circulación están regulados.

‘Cabanons’, las casitas de los pobres

Varios 'cabanons' en la cala de Sormiou, en el parque nacional de Las Calanques.Alamy Stock Photo

Sometidos a la Ley de Costas, algunos cabanons —pequeños refugios frente al mar construidos ilegalmente— están desapareciendo poco a poco. Con el tiempo, se han convertido en emblema de una tradición tí­picamente marsellesa. Todas las caletas de la costa, así como otras más grandes, como Morgiou y Sormiou, cuentan con estas curiosas casitas, construidas a principios del siglo XX para guardar las barcas de los pescadores. Signo de los tiempos, los cabanons, sin renegar de su tradición popular, son hoy destinos vacacionales muy apreciados entre los marselleses, a pesar de sus comodidades básicas. Algunos cabanoniers viven en ellas a tiempo completo durante el verano y están encantados de reencontrarse con sus vecinos. De hecho, tan­to si van en familia como con amigos, los felices propietarios de las casitas (que transmiten este bien de generación en generación) saben que son los encargados de mantener una forma de vida.

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