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Seis paisajes en España para dar una curiosa vuelta al mundo

Parajes naturales que recuerdan la Gran Muralla china o el Gran Cañón del Colorado, las playas del Caribe o los desiertos del Lejano Oeste. Eso sí, para descubrirlos, también hay que caminar mucho. Y es que esto, aunque no lo parezca, es un reportaje de senderismo

La gran muralla de Finestras (Huesca). Se parece a la Gran Muralla, por eso se la conoce popularmente como “la Muralla China de Finestres”. La razón es que esta muralla ondulante de roca caliza, semejante a la doble fila de placas dorsales de un estegosaurio, se yergue asombrosa en la parte oscense del macizo del Montsec y a solo un kilómetro y medio de la leridana. Para llegar a Finestras —o Finestres, en catalán—, lo más sencillo es acercarse desde Estopiñán hasta el puente de Penavera conduciendo por una pista de tierra y luego caminar siete kilómetros (una hora y media) por la prolongación de la misma. Una vez en Finestras, un pueblo fantasma a orillas del Noguera Ribagorzana —río que anegó sus mejores tierras y lo dejó sin vida al construirse en 1960 el embalse de Canelles—, se sube en 15 o 20 minutos a la ermita de San Marcos, que es el mejor mirador de este prodigio natural, y luego en media hora a la románica de San Vicente, cuyas ruinas yacen sobre otras de un castillo medieval que hay entre las paredes de 20 metros de altura de la muralla. Cuatro horas y media de paseo, yendo y volviendo de un lado para otro, no nos las quita nadie. Tampoco es mala idea hospedarse en el albergue de Montfalcó, en la localidad de Viacamp, y hacer desde allí el camino a pie hasta Finestras en unas cuatro horas, para después regresar en un vehículo 4x4 del propio alojamiento. Al día siguiente, se pueden recorrer las famosas pasarelas de Montfalcó, un camino de tablas vertiginoso que zigzaguea arriba y abajo por los acantilados de hasta 500 metros de altura que bordean el embalse de Canelles.Alamy / Cordon Press
Barrancas de Burujón (Toledo), el Gran Cañón del Tajo. El río Tajo surca un cañón grandecito, de 200 metros de profundidad, en su curso alto, entre Cuenca y Guadalajara. Sin embargo, el paraje que recuerda al Gran Cañón del Colorado (EE UU), por sus formas y colores, se encuentra a poco menos de 100 kilómetros de Madrid y a 28 de Toledo, río abajo. Las Barrancas de Burujón están señalizadas en el kilómetro 24 de la carretera CM-4000. Allí mismo, escondidos tras los álamos del arroyo de Alcubillete, hay un restaurante y un amplio aparcamiento donde dejar el coche para seguir avanzando a pie por una pista de tierra que describe un círculo de 4,5 kilómetros y permite contemplar desde tres miradores el río represado en el embalse de Castrejón y las cárcavas arcillosas que, a modo de media luna, ciñen su orilla norte ofreciendo un alucinante cuadro de vértigo y rojos crepusculares. En el mirador del Cambrón, el primero y más alto (a 100 metros sobre las aguas), un panel informativo habla de los procesos geológicos que han dado forma a este paraje durante los últimos 23 millones de años. Vale: en el Gran Cañón los miradores están a más de 2.000 metros de altura y en sus estratos se leen otros tantos millones de años. Seamos un poco imaginativos. O mucho. En la última película de José Luis Cuerda, ‘Tiempo después’ (2018), el paisaje descarnado de la Barrancas es el mundo postapocalíptico del año 9971.Alamy / Cordon Press
Puente de Los Poyos: no es Namibia, es la Pedriza (Manzanares el Real, Comunidad de Madrid). Se podría haber comparado este arco natural con alguno de los más de 2.000 que hay en el parque nacional de los Arcos, en Utah (EE UU), pero aquellos son de frágil arenisca y este de duro granito. El Puente de Los Poyos se parece más a The Bridge, el arco de granito rosado que permite contemplar a través de su ojo el macizo de Spitzkoppe, en Namibia, que también hace las delicias de los senderistas y los escaladores, como este madrileño. Idénticos, idénticos, no son. El vano del africano tiene una anchura de 27 metros y el del español, 40. Y hasta aquel se llega casi en coche —solo hay que andar unos 50 metros—, mientras que para admirar el Puente de Los Poyos no queda otra que caminar tres horas y media. Eso es, más o menos, lo que se tarda en recorrer la ruta circular de 9,5 kilómetros. Por el camino tampoco veremos damanes roqueros —unos lejanos parientes de los elefantes similares a cobayas gigantes o marmotas—, sino cabras montesas.Andrés Campos
Cárcavas de Alpedrete de la Sierra: el Valle de la Muerte de Guadalajara. A este rincón fantasmal de Guadalajara mucha gente lo conoce como “el Valle de la Muerte” porque recuerda lo que se ve al atardecer en Zabriskie Point, el mirador más famoso del parque nacional californiano (EE UU), donde el paisaje parece un cartón arrugado. Dejaremos el coche en el aparcamiento de la presa del Pontón de la Oliva —otro lugar tremendo, a caballo entre Madrid y Guadalajara, cerca de Patones, que fue construido a mediados del siglo XIX por 2.000 presidiarios para llevar el agua del río Lozoya a Madrid— y avanzaremos a pie por la carretera que rodea por debajo su murallón y se convierte poco después en una pista de grava. A medio kilómetro de la presa, en la primera curva cerrada a la izquierda, nos desviaremos por el sendero que lleva en una hora hasta las cárcavas de Alpedrete de la Sierra. Siglos de tormentas han labrado en una hondonada arcillosa estas barrancas, en cuyo seno despuntan cuchillas y torreones, crestones, dedos y pináculos más antiguos que los hombres. ¿Y son grandes las cárcavas? Vaya si lo son. En esta hondonada cabría holgadamente el Santiago Bernabéu.Andrés Campos
El Oeste no tan lejano del desierto de Tabernas (Almería). Aislado de las borrascas atlánticas por la sierra de los Filabres, que se yergue colosal al norte, y de los vientos húmedos del Mediterráneo por la de Alhamilla, que lo hace al sur, el desierto de Tabernas es una hoya que el sol calienta más de 3.000 horas al año. Es una hoya de areniscas blandas y frágiles margas miocénicas en las que la erosión ha labrado torreones cenicientos, cárcavas desgarradas y mesas peladas, escenario idóneo para rodar —como se ha hecho— docenas de películas del Oeste de bajo presupuesto. De todos los decorados cinematográficos que salpican el desierto, el más famoso y entretenido de visitar es el MiniHollywood Oasys, la antigua Yucca City, que el director italiano Sergio Leone construyó para rodar ‘La muerte tenía un precio’ (1965). Todos los días, a las 12.00 y a las 17.00, los especialistas organizan en sus calles polvorientas una tremenda ensalada de tiros, puñetazos, galopadas, batacazos y ahorcamientos, con la banda sonora de ‘El bueno, el feo y el malo’ atronando por la megafonía. Cuenta con un museo de Cine, lleno de afiches y viejos proyectores, y con otro de Carros, con diligencias y calesas que han honrado traseros tan magros e ilustres como los de Gary Cooper y Clint Eastwood. Salvo en verano (por el calor), se puede salir del MiniHollywood y ponerse a caminar siguiendo el llamado Sendero del Desierto (PR-A 269), una ruta circular de tres horas por la rambla de Tabernas y sus no menos áridos tributarios, barrancos que ofrecen al paseante el sombrío resguardo de sus cantiles ribereños y, muy de tarde en tarde, algún hilillo de agua, a cuyo arrimo proliferan los tarayes, los carrizos y las florecicas amarillas del tabaco moruno.Ventura Carmona (Getty Images)
Ría de Aldán (Pontevedra): el Caribe gallego. Esta denominación caribeña parece un oxímoron, una rebuscada contradicción. En la península del Morrazo, que separa la ría de Vigo de la de Pontevedra, hay otra ría más pequeña que mira al norte, la de Aldán, que está llena de playas de arena blanca y fina como la harina y bañadas por un mar de color turquesa. Ciertamente el clima gallego es muy distinto al caribeño y el agua del mar no está nunca, ni remotamente, templada, pero eso a la vegetación ribereña no parece importarle, porque no puede ser más exuberante. El Bosque Encantado o Finca do Frendoal, por ejemplo, parece una auténtica selva tropical. Tampoco le ha de importar al viajero que se acerque aquí en esta época, pues no ha venido a bañarse. Aquí se viene fuera de temporada a pasear por las playas desiertas y a comerse una empanada de zamburiñas al solecito otoñal. Las playas de San Xián, Pipín y Castiñeiras, en la margen izquierda de la ría, son perfectas para esto. Las tres se juntan prácticamente cuando baja la marea, como si fueran un solo arenal de 400 metros, y se puede pasar sin dificultad de una a otra caminando sobre las grandes rocas de granito que las separan. Se puede llegar a ellas a pie o en coche desde las casas de Pinténs, por las rúas do Cancelo o Baixada a Castiñeiras.Andrés Campos