Ampudia, una joya oculta en Tierra de Campos
La villa palentina, recién admitida en la Asociación Los Pueblos más Bonitos de España, tiene más monumentos y curiosidades que habitantes. Para comer, lechazo y mantecados de baño. Para seguir explorando, dos visitas cercanas: la iglesia románica de San Fructuoso y la laguna de la Nava
Observaba Borges que en la tierra de España hay pocas cosas, pero que “cada una parece estar de un modo sustantivo y eterno”. Tal es la impresión que tiene el viajero cuando, después de atravesar una de esas planicies infinitamente vacías de la comarca Tierra de Campos, se topa con Ampudia, bella e inmarcesible como un diamante, que apenas ha cambiado desde que se llamaba Fons Púdica, por una fuente que estaba púdicamente escondida entre unos zarzales. Otros dicen que no era Púdica, sino Pútrida, ...
Regístrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
Observaba Borges que en la tierra de España hay pocas cosas, pero que “cada una parece estar de un modo sustantivo y eterno”. Tal es la impresión que tiene el viajero cuando, después de atravesar una de esas planicies infinitamente vacías de la comarca Tierra de Campos, se topa con Ampudia, bella e inmarcesible como un diamante, que apenas ha cambiado desde que se llamaba Fons Púdica, por una fuente que estaba púdicamente escondida entre unos zarzales. Otros dicen que no era Púdica, sino Pútrida, porque olía a huevos podridos. Hoy la villa, recién admitida en la Asociación Los Pueblos más Bonitos de España, huele a lechazo asado, pan de mosto, mantecados y otras cosas ricas.
Antes de oler Ampudia se ve de lejos su castillo sobre un altozano que, en estas llanuras, es un auténtico Everest desde el que se avizora, a más de 100 kilómetros, la Montaña Palentina. Esta hermosa fortaleza del siglo XV, que fue propiedad del duque de Lerma y lugar de asueto de Felipe III, estaba hecha puré cuando la compró en 1960 el empresario galletero Eugenio Fontaneda, quien la restauró y la llenó de curiosidades: la piel de una anaconda, un anillo-pistola, un cráneo de tigre, otro de una bruja encerrado en una jaula… Además de mil objetos kitsch, atesora valiosas antigüedades, como la Tessera hospitalis, de Herrera de Pisuerga: un pasaporte del año 14 grabado sobre una lámina de bronce con forma de jabalí.
Al pie del castillo se apiña la población, cuyo corazón es la plaza Vieja, donde hay mercado franco todos los jueves desde 1606. De allí parten, cual arterias, las calles principales, Corredera y Ontiveros, ambas con casas de dos alturas de entramado de madera y adobe y soportales sostenidos por 256 postes, 41 de piedra y el resto de negrillo (o sea, olmo). La primera conduce al antiguo convento de San Francisco, hoy el moderno Museo de Arte Sacro, y a la vecina colegiata de San Miguel, cuya torre de 63 metros es lo más alto y vistoso de Ampudia, después del castillo. “La Giralda de Campos”, la llaman. Su interior cobija el sepulcro yacente de Pedro García de Herrera y María de Ayala, los primeros señores de Ampudia, de finales del siglo XV. Y el órgano barroco de 1779. Lo toca los domingos Nacho Izquierdo, cronista de la villa y sabio geógrafo. Todo un personaje, docto y amigable.
La otra calle principal, Ontiveros, lleva al antiguo hospital de Santa María de la Clemencia, que alberga la oficina de turismo, una exposición de fotos de hace un siglo y el Museo de la Medicina. Las fotos las hicieron Álvaro de Castro Cea (1907-1950) y Álvaro de Castro del Bosque (1945-1973), padre e hijo, que con sus cámaras antediluvianas retrataron a varias generaciones de ampudianos: rondallas, recién casados, bebés, familias numerosas y grupos escolares, cuando al colegio iban 300 niños y no como hoy, que ya solo van 16. El museo reúne más de 200 piezas que diversos doctores y hospitales han donado al Colegio de Médicos de Palencia: una consulta y un quirófano del pasado, un primitivo aparato de rayos X, orlas, diplomas, libros y numerosos recuerdos de la palentina Trinidad Arroyo (1872-1959), la primera oftalmóloga española —doctorada en 1896—, feminista y antifascista, que acabó sus días exiliada en México.
Venerar a la patrona
A tres kilómetros de Ampudia se halla el santuario de Nuestra Señora de Alconada, donde se venera a la patrona de la localidad. O a una copia de ella, porque la original, románica, la tienen a buen recaudo en el Museo de Arte Sacro. Dos adorables monjas, Mónica y Rosario, mantienen impoluto el templo barroco —que es grandecito—, se lo enseñan a los visitantes y hacen jabones naturales, magdalenas y panecillos de San Benito. Como la Virgen de Alconada también es patrona de la Tierra de Campos, su romería, el 8 de septiembre, reúne a miles de personas, muchas más que las 600 que integran el censo de Ampudia y sus siete pedanías.
Es buena idea comer al aire libre en la pradera que rodea el santuario con las hogazas y los dulces que elaboran dos obradores locales y que venden en Pan de Ampudia, en la calle Nueva. Son típicos los picones, pero están más dulces y tiernos los mantecados de baño (“zapatillas”, les dicen). Si el día no está para pícnics, es mejor comer bajo techo en El Olivo. Son sobresalientes el lechazo a baja temperatura, los callos y el cocido de los sábados. Otro restaurante recomendable es el del hotel La Casa del Abad, una casona del siglo XVII donde vivía tan regaladamente el abad de la colegiata de San Miguel. Aquí también se duerme bien.
Al día siguiente —hacerlo todo en una sola jornada es complicado—, nos acercaremos a la pedanía de Valoria del Alcor, a menos de tres kilómetros de Ampudia, para ver la iglesia románica de San Fructuoso. También hay que ver, aunque está más lejos (21 kilómetros), la laguna de la Nava. Aunque es un pequeño resto de lo que fue el antiguo Mar de Campos —300 de las 2.500 hectáreas que ocupaba antes de que en 1968 se desecase para matar a los mosquitos y cultivar—, la laguna acoge 221 especies de aves, que suponen el 41% de las que pueden verse en España, incluidas las islas. Es zona de importancia internacional para el ánsar común, con concentraciones de hasta 10.000 individuos. De octubre a marzo, alberga enormes contingentes de anátidas, que en ocasiones rebasan el número de 20.000. También es una buena ocasión para la visita la migración primaveral —de febrero a mayo—, ya que entonces pueden avistarse más de 40 especies de limícolas (chorlitos, archibebes, agujas, correlimos…) en las praderas someramente encharcadas. La observación de aves se complementa con la información que se ofrece en el moderno centro de visitantes, el cual está instalado en una casa solariega del siglo XVII en el cercano pueblo de Fuentes de Nava.
Solo un ciego pudo decir que en la tierra de España hay pocas cosas.
Suscríbete aquí a la newsletter de El Viajero y encuentra inspiración para tus próximos viajes en nuestras cuentas de Facebook, X e Instagram.