La montaña mágica de Thomas Mann está en Davos

Un trayecto de cuatro minutos en funicular lleva desde el centro de la ciudad suiza a 1.865 metros de altura: allí espera Schatzalp, el sanatorio que el escritor visitó con su esposa y convirtió en escenario de su novela. Desde hace 70 años, es un hotel que mantiene la esencia alpina, el mobiliario de época y un carácter cosmopolita

El hotel Schatzalp, en Davos (Suiza), con vistas a los Alpes.Andreas Nageli (Alamy)

Enfrentarse a la mítica novela de Thomas Mann La montaña mágica (1924) no es tarea fácil, pero empezar e intentar escalarla es muy sencillo. Para ponerse a ello, no hay mejor lugar que la escenografía donde fue pensada, a 1.865 metros de altura, 300 metros por encima de la ciudad suiza de Davos, en el no menos mítico hotel Schatzalp. “Un modesto joven se dirigía, en pleno verano, desde ...

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Enfrentarse a la mítica novela de Thomas Mann La montaña mágica (1924) no es tarea fácil, pero empezar e intentar escalarla es muy sencillo. Para ponerse a ello, no hay mejor lugar que la escenografía donde fue pensada, a 1.865 metros de altura, 300 metros por encima de la ciudad suiza de Davos, en el no menos mítico hotel Schatzalp. “Un modesto joven se dirigía, en pleno verano, desde Hamburgo, su ciudad natal, a Davos Platz, en el cantón de los Grisones. Iba allí a hacer una visita de tres semanas”, escribía Mann.

En 1900, el avispado emprendedor de la estación termal de Davos, Willem-Jan Holsboer, promovió la construcción de un edificio que encargó a los arquitectos Max Haefeli y Otto Pflegard, quienes apostaron por un jugendstil de manual (un art nouveau moderado, más cercano a Mackintosh que a Victor Horta) siguiendo los cánones de la belle époque que alumbraba el diseño entonces en este lado de Europa. Fue concebido para ejercer de sanatorio, y a día de hoy se conserva tal y como lo vio el premio Nobel de Literatura cuando llegó en 1911 acompañando a su esposa Katia, enferma de tuberculosis.

La novela, que en principio iba a ser corta, como La muerte en Venecia, se fue alargando (casi tanto como la estancia del protagonista Hans Castorp en el sanatorio, que entre pitos y flautas se quedará siete años) hasta que, en 1923, Mann le puso el punto final. Se publicó un año después, por lo que el próximo 2024 cumplirá 100 años. Cien años de soledad en el Schatzalp sería una dulce condena para todos esos lectores de Thomas Mann que, enfermos de literatura, en cuanto pueden se instalan en el hotel acompañados únicamente de este libro que abarcó los grandes desafíos sociales, morales, políticos y filosóficos del siglo XX, y a quienes se ve rondar por los salones, por los bancos del jardín y también en el comedor, en cuyas mesas se sientan a leer las páginas entre platos igual que otros miran el móvil.

Panorámica del hotel Schatzalp, en lo alto de Davos (Suiza).

Este hotel, que fue sanatorio desde 1900 hasta 1953, inspiró el Berghof de la novela, un sanatorio ficticio que tiene detalles de lo que hoy es el Waldhotel (otro antiguo sanatorio de 1911 transformado en alojamiento), donde también pernoctaron Katia y Thomas Mann, ubicado entre el centro de Davos y el Schatzalp. Es fácil imaginar los paseos del escritor por el irresistible camino (llamado, cómo no, Thomas-Mann-Weg) que los une y que serpentea el bosque entre bancos con vistas al valle y paneles con frases de la novela: “¿Qué era la vida? No se sabía. Era consciente de ella, sin duda, en cuanto era vida, pero no sabía lo que era. Entonces, ¿qué era la vida? Era calor... no era material y no era espíritu. Era algo entre los dos, un fenómeno soportado por la materia, como el arco iris en la cascada y como la llama”.

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Un sendero junto al lago de Davos, en la ciudad suiza homónima.Panther Media GmbH / Alamy (Alamy Stock Photo)

Así, desde 1911, Thomas Mann estuvo en contacto con esos enfermos de diferentes nacionalidades que luego poblarán la novela, esos que iban a curarse a los famosos sanatorios de Davos esperando los favores del aire puro que atravesaba una naturaleza imponente y salvaje. Él apareció como su Hans Castorp, que llegó para visitar a su primo Joachim Ziemssen: “Por un camino en ligera pendiente subían rápidos hacia la vertiente cubierta de boscaje, allí, sobre una meseta que avanzaba ligeramente, con la fachada orientada hacia el sudeste, una construcción larga que a fuerza de miradores y balcones parecía de lejos agujereada y porosa como una esponja, acaba de encender sus primeras luces”.

Schatzalp en una foto de 1905, cuando era un sanatorio.

La montaña mágica es, probablemente junto a En busca del tiempo perdido y El hombre sin atributos, la novela total de principios del siglo XX; una novela de formación sobre la decadencia de las naciones que en el siglo XIX crecieron por impulso de la Ilustración y que las guerras devastaron. El arte, la música, el ocultismo, la muerte, la enfermedad, el amor… Mann intentó abarcarlo todo a partir de la novela río con personajes cuya profundidad psicológica no dejará nunca de estudiarse. Y a su vez, el Schatzalp, donde ficticiamente transcurre, es el hotel total, el que mantiene la esencia alpina, el mobiliario de época y el carácter cosmopolita desde su fundación.

Thomas Mann con el escritor Hermann Hesse, durante su estancia en Davos.Waldhotel Davos

Hoy, la llegada al Schatzalp no está exenta de poesía, pues se accede a través del Standseilbahn, un funicular que desde el centro de la ciudad suiza remonta directamente al pedestal del hotel. Basta ese trayecto de cuatro minutos para entender por qué Thomas Mann llamó a este enclave “Zauberberg” (montaña mágica), y es que en ningún otro lugar se palpa la atmósfera de la novela como en el jardín, tribuna natural que parece sacada de un cuento, antesala de una recepción que, sin duda, arrebatará a los más fervientes seguidores de la Sezession, al igual que las vidrieras con motivos florales del salón, que 123 años después de su composición demuestran hasta dónde quisieron llevar los arquitectos los empeños decorativos del art nouveau.

Schatzalp ha cumplido 70 años como hotel como una referencia del turismo cultural a nivel europeo. Conserva el aura clínica en las puertas anchas; en la antigua oficina del director del sanatorio (donde imaginar al doctor Behrens de la novela), que sigue intacta y hoy es la sala de televisión; en el bar XRAY, que mantiene el nombre de la sala donde los pacientes tomaban su dosis de rayos X; en las chaise longues originales que siguen en cada uno de los balcones, y en las que en otro tiempo se acostaban los enfermos incluso a pasar la noche. También en el ascensor de 1900, en los relojes que alumbran los pasillos y van tres minutos adelantados, pues es el tiempo que una persona necesita para llegar al funicular y, por supuesto, en el corredor de la cuarta planta donde destaca una importante biblioteca compuesta por libros de medicina en distintos idiomas.

El funicular que lleva hasta el hotel Schatzalp, con la ciudad de Davos al fondo.Olaf Protze (Alamy)

Mitad resort de montaña, mitad monumento nacional, Schatzalp no deja opción a la neutralidad. Ese aire vintage posibilita viajar en el tiempo a toda velocidad como en su atracción estrella, el Summer Toboggan Run, que permite —entre mayo y octure— descender sobre un trineo 500 metros de curvas y adrenalina, entre gritos, risas y aplausos de vecinos. En el deslizamiento aflora el día como la naturaleza en el jardín botánico que tanto gustaba a Hans Castorp y a su insaciable hambre de conocimiento, trastocada, eso sí, al conocer a Clawdia Chauchat, símbolo del deseo erótico.

Como sucede con la arquitectura y el diseño imperecederos, este hotel sigue siendo actual y lo seguirá siendo en 3023, porque hay veces en que lo clásico no deja de ser moderno. En 2008, fue distinguido como Hotel histórico del año por el International Council on Monuments and Sites. En 2014, Sorrentino rodó aquí una de sus grandes películas: La juventud, a la que él mismo denominó una montaña mágica actualizada. Es imposible estar aquí y no evocar a Harvey Keitel, Michael Caine o Rachel Weisz discutiendo en estas habitaciones, ensayando escenas en las terrazas o dirigiendo en la montaña una ficticia orquesta de animales y vegetación. Una obra mayor que tiene como personaje central este mismo escenario, por lo que cada miércoles se pasa la película en la sala de televisión. Además, en 2016, la directora francesa Nicole García ambientó en este mismo hotel parte de la historia de su película El sueño de Gabrielle, brillantemente interpretada por Alex Brendemühl y por Marion Cotillard, enferma de amor en estas habitaciones.

Así, al abrir las ventanas y salir a la terraza uno se conecta como Harvey Keitel con un canal de vegetación que resulta hipnótico. En esta pantalla no hay ruidos de coches, tan solo el zumbido del viento, la templanza de la nieve y las vistas de los picos de enfrente vestidos de blanco, la luna, o los colores verdes del despertar de la naturaleza en primavera que tanto gustaban a los arquitectos y diseñadores art nouveau de principios del siglo XX.

Una institución de la cocina alpina

En el reputado pueblo vecino de Klosters, idealizado por Greta Garbo, Sean Connery o el príncipe Carlos (donde venía a esquiar), se encuentra un restaurante inevitable: The Chesa Grischuna, institución de la cocina alpina en los Grisones. Decorado con pinturas y murales de Ludwig Bar, Hans Schöllhorn e incluso de Alois Carigiet, quien adquiriría luego gran renombre al ilustrar el personaje del libro infantil todavía hoy más conocido en Suiza, el Schellen Ursli, el interior de este restaurante es una imbatible combinación de artesanía de madera, arquitectura regionalista y estilo rústico (heimatstil). En la entrada del Chesa, un libro de fotografías de Fabrizio D’Aloisio recuerda los clientes ilustres que no dejaron de venir a este local: William Faulkner, Robert Capa, Lauren Bacall, Grace Kelly…

Interior del restaurante The Chesa Grischuna.

En esa obra maestra de James Salter titulada Años luz (1975), la protagonista, Nedra, se decide a viajar sola por Europa tras divorciarse y en una de esas recala en Davos, donde le presentan a Harry Pall, un hombre “inmerso en la corriente de los días”, con mucha labia y mucho amor al vino. Cuando Nedra le dice el hotel en el que se aloja, Pall ataca haciéndose el interesante:

- Davos… ya sabe que es la ciudad donde transcurre La montaña mágica… ¿dónde piensa cenar? La llevaré al Chesa, es mi lugar favorito en Europa.

Y no es de extrañar, allí Pall pide Dôle, vino seco suizo, y Nedra responde:

- Me encanta el restaurante.

De un personaje como Nedra hay que fiarse siempre, además pide filete en rodajas con rosti (recuerde este nombre: Geschnetzeltes Kalbfleisch Zürcher Art mit ButterRösti). Y si Nedra, al terminar la cena, se siente segura “con una especie de dicha pagana”, nosotros igual.

Habitación del Waldhotel de Davos que recrea cómo era la estancia en la que estuvo Thomas Mann.Werner Dieterich (Alamy)

Tras el descubrimiento de la estreptomicina y el desarrollo de fármacos contra la tuberculosis, la era de los balnearios llegó a su fin abruptamente a principios de los años cincuenta. Fue entonces cuando algunos sanatorios empezaron su reconversión en hoteles. El Waldhotel mantiene incluso una habitación para recordar cómo eran en época de Mann y de su Castorp. En esa misma habitación, cada día tiene lugar una interesante obra de teatro a través de unas gafas de realidad virtual. En ella, unos jóvenes Thomas Mann y Hans Castorp interpelan al espectador sobre cuestiones filosóficas (solo en alemán), invitándole a reflexionar sobre la vida, la muerte, la enfermedad, mencionando a personajes como el italiano Settembrini, que tantas veces avisó a Hans de que abandonara este refugio. No será hasta el final de la novela cuando Hans tome la iniciativa, pero no por indicación de su amigo, sino por la llamada de la irracionalidad, la llamada del trueno de la guerra. “En la fría realidad, el mentor le encontró ocupado en hacer las maletas, pues, desde el mismo instante de su despertar, Hans Castorp se había visto arrastrado en el torbellino de las partidas precipitadas, a las que el trueno había dado la señal”.

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