Secreta Valonia, la región de Bélgica más desconocida
Con menos fama que sus hermanas Flandes y Bruselas, este enclave suma a sus paisajes atractivos como las ciudadelas de Dinant y Namur, la casa en Cuesmes de Van Gogh o el Grand-Hornu, patrimonio mundial
Son tres hermanas, y dos se llevan de calle a los pretendientes. De las tres regiones de Bélgica, Flandes y Bruselas acaparan los focos. Así que, por injusto que sea, el papel de Cenicienta le toca a la tercera en liza: Valonia. Una región que nada tiene que envidiar a sus hermanas, al contrario. A su belleza natural, a sus paisajes, ríos y valles de puro Instagram, a sus ciudades y pueblo...
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Son tres hermanas, y dos se llevan de calle a los pretendientes. De las tres regiones de Bélgica, Flandes y Bruselas acaparan los focos. Así que, por injusto que sea, el papel de Cenicienta le toca a la tercera en liza: Valonia. Una región que nada tiene que envidiar a sus hermanas, al contrario. A su belleza natural, a sus paisajes, ríos y valles de puro Instagram, a sus ciudades y pueblos cuajados de historia, suma una virtud rara en estos tiempos: ser desconocida para muchos, y ser todavía un secreto a descubrir.
Esta región de Valonia es la que tenían que atravesar los Tercios Españoles del Siglo de Oro para llegar a Flandes. Por Francia, el camino más corto, era imposible: Los franceses eran enemigos. Así que las tropas embarcaban hasta Italia, y de allí hasta Flandes y los Países Bajos seguían el llamado Camino Español: desde Italia, y los dominios de Austria y Alemania, atravesaban Valonia en diagonal para llegar a Bruselas. En la ciudad valona de Arlon, junto a la actual frontera con Luxemburgo, una calle se llama todavía Rue des Espagnols.
Este Camino Español aspira a ser incluido en las rutas culturales que auspicia el Consejo de Europa. Tuve el privilegio de estar en la reunión con el director del Instituto Europeo de Itinerarios Culturales, Stefano Dominioni, para presentar la candidatura. El asunto tiene su importancia. Porque no eran solo soldados, a la tropa acompañaba un ejército paralelo de sirvientes, funcionarios, religiosos, incluso mujeres y familiares de los Tercios. Dos de las etapas o anclajes principales en Valonia conservan el fiero perfil castrense que recibía a los Tercios: Dinant y, un poco más al norte, Namur.
Dinant se cobija entre el caudaloso río Mosa y un peñasco wagneriano coronado por la ciudadela militar. Una pequeña ciudad en la que hay que echar una buena mañana para recorrer sus tripas. Convertidas en museo, no solo de aquella época, también con escenas tremendas de guerras más recientes. Con efectos especiales que sorprenden (y asustan) a los incautos. Abajo (hay un teleférico para subir y bajar) la ciudad se limita a una franja colorista de casas asomadas al río. En ese escaparate sobresale la colegiata gótica, con cúpula de bulbo de aire oriental. A un lado del templo, la casa natal de Adolphe Sax, inventor del saxofón, es un lieu de mémoire gratuito y obligado; saxofones gigantes adornan muelles y puentes. Por el lado opuesto de la colegiata, la Maison Jacobs es un templo gourmand histórico, por sus couques o galletas enormes de formas creativas. En el muelle, junto a las terrazas, aguardan las barcas que brindan paseos o pequeños cruceros por el romántico decorado del Mosa, sus riberas y leyendas. Una panorámica a vista de pájaro del cauce y sus meandros se obtiene en el complejo hostelero Les 7 Meuses, aislado en la montaña, a medio camino entre Dinant y Namur.
Al arribar a esta última, de nuevo, impacta el perfil castrense de una ciudadela imposible, asomada a la confluencia del río Samore con el Mosa. También para ascender a esta acrópolis hay, bendito sea, un teleférico. Y también esta ciudadela se ha convertido en un complejo museístico. Observando la ciudad, una tortuga dorada era un icono… hasta ser cancelado por abuso sexual su autor, Jan Fabre; este artista eminente y polifacético es bisnieto de Henri Fabre, un eximio naturalista que dejó, entre otros, estudios de referencia sobre los insectos (motivo de inspiración para su bisnieto). Namur tiene varios museos, catedral, una iglesia jesuita que es más un palacio, muchas placetas y terrazas desde las cuales observar el trajín de cruceros fluviales, pero también de gabarras laboriosas que van a lo suyo.
A poniente del eje que fue el Camino Español (ahora autopista E411) quedan Charleroi, con aeropuerto internacional, Mons y Tournai. En torno a Mons, el Borinage es una antigua comarca minera que floreció en la Revolución Industrial del siglo XIX, por sus yacimientos de carbón. La veta de hulla que se formó hace 300 millones de años viene desde Chequia, Polonia y Alemania (Ruhrgebiet), sigue por Mons hasta la cuenca francesa en torno a Lille, y cruza bajo el Canal de la Mancha para aflorar de nuevo en Mánchester y Escocia. Resulta que la unión europea era una verdad telúrica, quién iba a decirlo.
El lugar donde Van Gogh decidió ser pintor
Al Borinage llegó en diciembre de 1878 un aspirante a misionero evangélico llamado Vincent van Gogh. Tras seis meses de prueba en Wasmes, se instaló en Cuesmes (3 rue du Pavillon, actual Maison Van Gogh; se visita). Alternaba los sermones con dibujos descarnados de la miseria social de los mineros. No era bueno predicando, lo despidió su congregación, así que decidió dedicarse a pintar. Así se lo hizo saber por carta a su hermano Théo, antes de marchar a Bruselas para formarse como artista. La Artothèque de Mons conserva algún dibujo suyo de esa época.
La Ruta Van Gogh incluye varios lugares mineros, pero sobre todo, el Grand-Hornu, declarado por la Unesco patrimonio mundial. Un sitio sorprendente, levantado entre 1819 y 1830 como ciudad autosuficiente, al estilo de las colonias industriales y agrícolas de la época. En torno a los pozos de hulla se crearon casas (¡con jardín!) para obreros y capataces, escuela, biblioteca, baños, economato, salón de baile, hospital. Conservado milagrosamente, Grand-Hornu permite ver las ruinas de todo aquello transformadas en un centro de diseño (CID) y un extraordinario complejo museístico (MACS) de lo más rompedor en arte de vanguardia. Una visita imprescindible a las afueras de Mons.
La ciudad de Mons, como su nombre latino indica, se formó en torno a un monte o colina donde una piadosa merovingia del siglo VII, Waldetrudis, levantó un pequeño oratorio. Santa Waldetrudis es para Mons mucho más que fundadora y patrona; sus restos reposan en un cofre dorado en la soberbia colegiata gótica —regida en su día por “canónigas”, algo único—. En su honor se celebra la fiesta del Doudou, declarada por la Unesco patrimonio inmaterial. La fiesta consiste, básicamente, en una procesión sacra por el casco antiguo y una batalla entre San Jorge y el Dragón en la Grand Place. Para hacerse una idea de lo que es la ciudad en esos días puede uno pensar en el ambiente arrollador de unos Sanfermines.
Además de la colegiata, el precioso Ayuntamiento gótico, la ya citada Artotèque, el Mundaneum (un archivo universal precursor de internet, más o menos), en la cárcel de Mons se conserva la celda donde estuvo preso casi dos años el poeta Paul Verlaine, por haber disparado a su amante, el joven y guapo Arthur Rimbaud, en un ataque de celos, en 1873. En ese encierro escribió uno de sus mejores poemarios, Cellulairement (carcelariamente).
A media hora escasa está Tournai, que tiene una de las catedrales más imponentes de Europa (también patrimonio mundial de la Unesco, claro). Sus cuatro torres y cimborrio se avistan aun hoy desde muchos kilómetros a la redonda. Junto a la catedral, el Beffroi o campanario cívico es punto de partida para visitas teatralizadas. En la contigua plaza Mayor, las terrazas y la cerveza trapense dejan esquinada a la iglesia románica de San Quintín. En los jardines del antiguo convento de capuchinos —luego convertido en Palacio de Gobierno— se encuentra un Museo de Bellas Artes singular: fue diseñado por Victor Horta, a medio camino entre el art nouveau y el art déco.
En la parte oriental de Valonia, Lieja tiene, además de aeropuerto, una estación de tren diseñada por Santiago Calatrava. A pocos minutos está la ciudad de Spa, antiguo centro termal que da nombre genérico a esos sanatorios acuáticos hoy tan comunes. Al balneario de Spa acudía, con su madre aristócrata, un Guillaume Apollinaire aún imberbe. En la vecina abadía de Stavelot se recuerda la figura del poeta que, junto con Rimbaud y Baudelaire, hizo saltar por los aires los moldes clásicos, dando paso a la poesía moderna.
Hay otras abadías a visitar en Valonia; la de Villers es, desde hace poco, un reclamo turístico muy completo. También existe una Ruta de los Castillos (Beloeil, Antoing, Freÿr), algunos sumidos en el bucólico Valle del Mosa, por donde discurren los cruceros fluviales. Sin olvidar las brasseries o fábricas de cerveza históricas, abiertas a los visitantes, como la Brasserie Dubuisson. Comenzamos haciendo alusión a La Cenicienta, el cuento de Charles Perrault. También hizo suya Perrault la historia de La bella durmiente del bosque. Y tal vez esa figura le cuadre mejor a Valonia: una región hermosa y discreta que aguarda el beso de muchas miradas.
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