Bosques, ópera y mitos siguiendo la ruta de los nibelungos
La gesta germánica que inspiró a Wagner y Tolkien traza un recorrido desde el castillo de Neuschwanstein hasta la Selva de Oden, con parada en la Ópera de los Margraves en Bayreuth, patrimonio mundial
El castillo de Neuschwanstein se recorta sobre las montañas rocosas de los Alpes al final de una curva del tupido bosque. La imagen, aunque real, fue diseñada por Luis II de Baviera para vivir dentro del mundo fantástico de las gestas medievales. ¡Lo consiguió! Incluso Disney vino hasta aquí para hacer suyo este icono. Hoy la bruma, efecto del calor del verano en esta zona de Baviera —más de 30 grados centígrados— y la evaporación ...
El castillo de Neuschwanstein se recorta sobre las montañas rocosas de los Alpes al final de una curva del tupido bosque. La imagen, aunque real, fue diseñada por Luis II de Baviera para vivir dentro del mundo fantástico de las gestas medievales. ¡Lo consiguió! Incluso Disney vino hasta aquí para hacer suyo este icono. Hoy la bruma, efecto del calor del verano en esta zona de Baviera —más de 30 grados centígrados— y la evaporación de los lagos cercanos, difumina los contornos de este edificio construido en el siglo XIX. La magia y la fantasía, también la tragedia y la locura, lo impregnan todo; son tangibles. Estamos rodeados de viajeros de todas las nacionalidades para quienes esta es la última —o la primera— etapa de un viaje a través del poema medieval germánico de los nibelungos.
El castillo es el icono de la pasión con la que atrapa la gesta nibelunga. ¿Motivo? El rey Luis II, su constructor, se arruinó para construirlo y, además, pagó otro preció aún más alto: fue acusado de locura, apartado del trono y tal vez asesinado como el héroe de la gesta. Hoy este lugar es uno de los más fotografiados de Alemania. “El rey Luis II, en realidad, fue un visionario y un artista”, explica la guía ya en la sala del trono del palacio, frente a una de las paredes decorada con la imagen de Brunilda junto a la pira funeraria de Sigfrido, el gran héroe. “Luis II fue el último nibelungo. ¿Cómo es posible que una gesta fuera algo tan importante?”, añade la guía.
Para encontrar la respuesta hay que mirar dónde estamos: Füssen, en Baviera, junto a la frontera alpina que separa Alemania de Austria. La brisa del bosque comienza a ser un bálsamo bajo el sol inmisericorde. El cantar de gesta de los nibelungos, que se escribió en el siglo XIII, se convirtió en fuente de inspiración cuando se encontró a finales del XVII. El rey de Baviera, Maximiliano II (1756-1825), usó el poema como inspiración para los motivos pictóricos que decorarían su palacio veraniego. La gesta encendió esa misma pasión en su hijo Luis II y en mucha más gente. Escritores como Goethe, Nietzsche, Thomas Mann o Fritz Lang hicieron sus propias interpretaciones. Wagner, financiado por Luis II, empeñó décadas de su vida para crear unas 15 horas de la mejor ópera con su muy personal versión de la tragedia.
El festival de Wagner, segunda parada
Cuentan las malas lenguas que Wagner se encontró el anillo de los nibelungos y se lo puso. Así, prosiguen, logró crear lo que creó: el músico se encargó de buscar el lugar (la ciudad de Bayreuth, 75.000 habitantes, a unos 200 kilómetros al norte de Múnich), decidir el calendario (en julio y agosto), construir un teatro con el apoyo económico de Luis II y crear un festival dedicado por entero a contagiar su obra (The Bayreuth Festival). Y lo logró, hasta la locura. Pasadas las décadas, el lugar y la propia ópera de Wagner sirvió al líder del nacionalsocialismo alemán para hechizar al pueblo y asolar el mundo. “Esta ópera de Wagner se usó en el tiempo nazi, pero se desconectó de la propia gesta de los nibelungos”, explica Dominic, estudiante de Filosofía e Historia de Alemania.
En el festival de Wagner ya pocos recuerdan este hecho. La música y el mito ganan, se reciben en estado puro. ¡Y cómo! Los jardines, parques y teatros, incluido el de la Ópera de los Margraves —patrimonio mundial de la Unesco desde 2012— o el creado por el artista, se llenan, pero hay que sacar entradas mucho antes porque la ciudad es pequeña y son muchos quienes vienen todos los años. Este es solo un capítulo en el viaje por los pasos de la gesta, que continúa hacia el oeste de Alemania.
Worms, ciudad de la tragedia
Worms, ciudad de 85.000 habitantes en la que ocurren la mayoría de los hechos en el mito que también inspiró a Tolkien, es una parada obligada. Rodeada de viñas en la región alemana de Renania-Palatinado, junto al Rin, en julio y agosto se celebra en ella el festival de teatro de los nibelungos. Aquí los héroes míticos están unidos a hierro y fuego con la ciudad: en la escalinata de ascenso a la catedral, que es una de las piezas más representativas del románico, discutieron las dos reinas protagonistas del mito, existe la fuente del dragón y junto al Rin está la escultura del Hagen —antihéroe en la gesta— cuando arroja el tesoro maldito al río. En el Museo de los Nibelungos, situado en la muralla medieval, hay un recorrido multimedia por la gesta. Fuera, en el río, aún hoy hay buscadores de oro que buscan en la zona más profunda del Rin el mítico tesoro.
Xanten y Hesse, la aventura
Pero la verdadera aventura se identifica con Sigfrido, el héroe que venció a los reyes nibelungos y heredó su tesoro. Su vida se desarrolló lejos de aquí. Sigfrido, el héroe casi indestructible y generoso, nació y reinó en Xanten. La ciudad forma parte del Estado del Norte del Rin-Westfalia, pero tiene poco más de 21.000 habitantes y, si se la conoce, es sobre todo por su relación con el poema medieval y también con su historia romana. No todo el mundo es capaz de asociar su nombre a la epopeya germana de magia, venganzas y aventuras amorosas. Sin embargo, Xanten cuenta con el Museo de Sigfrido, que permite viajar a la Edad Media con recorridos prácticos para toda la familia, y un Parque Arqueológico en el que sentirse caballero o dama del medievo. ¡Toda una experiencia familiar!
El viaje continúa hasta el Estado de Hesse, junto a Fráncfort, para revivir la gesta en el bosque. Aquí la naturaleza está viva, el bosque es muy tupido y la sensación es efervescente. Huele la tierra, el musgo emerge de cada roca; se siente la verdad que esconden los cuentos, hay incluso rocas que semejan rostros de enanos buscadores de tesoros. En la inmensa Selva de Oden (Odenwald, en alemán) hay una senda de los nibelungos que recorre 126 kilómetros, hay un lugar (Felsenmeer o mar de rocas, que se creó por el desplazamiento de las capas tectónicas) donde las piedras son tan gigantescas que para caminar hay que combatir el miedo y jamás mirar abajo o atrás. Es aquí, en equilibrio sobre las gigantescas piedras, donde las familias acuden con los niños y toca convertirse en héroe.
En Alemania la presencia nibelunga es ubicua: los lugares de la gesta son tan bellos e impactantes que —¡Cuidado!— pueden llegar a enloquecer.
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