Bálticos fugaces: viaje de una semana para descubrir Riga, Tallin y Helsinki

La proximidad entre Letonia, Estonia y Finlandia permite disfrutar de sus capitales de forma cómoda y viable aunque no se disponga de muchos días ni de un gran presupuesto

Plaza en el casco viejo de Tallin (Estonia).Mekdet / GETTY IMAGES

Viajar con presupuesto y calendario ajustado está muy reñido con el inmenso abanico de vuelos disponibles a medio mundo desde aeropuertos españoles. Cuando uno puede coger unos días de vacaciones, los destinos habituales están tan trillados o inflados que toca hacer girar el globo terráqueo y pensar alternativas. La premisa: un destino intenso, asequible dentro de lo posible y, ante todo, desconocido. Aquí emergen como una b...

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Viajar con presupuesto y calendario ajustado está muy reñido con el inmenso abanico de vuelos disponibles a medio mundo desde aeropuertos españoles. Cuando uno puede coger unos días de vacaciones, los destinos habituales están tan trillados o inflados que toca hacer girar el globo terráqueo y pensar alternativas. La premisa: un destino intenso, asequible dentro de lo posible y, ante todo, desconocido. Aquí emergen como una buena opción los países bálticos, a quienes la geopolítica y la invasión rusa sobre Ucrania han sacado de su usual discreción.

Este trayecto de una semana modifica la terna de Estonia, Letonia y Lituania aprendida de carrerilla en las clases de Geografía y sustituye a este último país por Finlandia, al que se llega cómodamente en barco antes de regresar gratamente sorprendidos por estas naciones y con ganas de ampliar la estancia a la próxima escapada.

Primera etapa: Riga (Letonia)

Un ciclista junto al río Daugava, con vistas de la ciudad de Riga.Roman (Alamy)

Unas cinco horas de avión separan España de Riga teniendo en cuenta el cambio horario de una hora, importante estas vacaciones por la noche: las cocinas cierran pronto y como uno se despiste toca buscarse la vida para cenar. Una vez solventado lo gastronómico, lo mejor es ubicarse: el casco viejo de la capital letonia se encuentra al este del río Daugava rumbo al Báltico. Esa zona nueva cuenta con alguna interesante playa fluvial y edificios de negocios y oficinas. Todo bien comunicado por infraestructuras para bicicletas.

El centro de Riga, ciudad con algo más de 632.000 habitantes, cuenta con varios atractivos. En lo patrimonial destaca el entorno de la catedral, comenzada en el siglo XIII y erigida con estilo luterano. De allí puede comenzar un tranquilo paseo hacia los conocidos como Los Tres Hermanos, esto es, tres edificios medievales que hoy albergan el Museo Nacional de Arte. Las callejuelas estrechas y adoquinadas, con pocos coches, conducen hacia el castillo o el Museo de Historia de Letonia. Como nota curiosa, la llamada Casa de los Gatos, coronada por un minino por una leyenda entre los comerciantes locales. Una buena recomendación para la semana es contratar free tours para descubrir los entresijos locales. La urbe ha vivido una historia común con otros países bálticos: del paso de la pertenencia a los reinos escandinavos al posterior dominio ruso y soviético, con años de amenaza nazi, hasta caer la URSS.

La fachada de la llamada Casa de los Gatos (derecha), en la ciudad de Riga (Letonia).Viktor Descenko (Alamy)

La apodada Casa de las Cabezas Negras, de estilo gótico y reconstruida tras la II Guerra Mundial, atrapa miradas por su profusión artística y su bonito entorno. La joya artística de Riga se encuentra en una zona repleta de modernismo, un tono vanguardista que se aprecia en un barrio por donde vale la pena perderse. También es muy recomendable alquilar unas bicis por unos 12 euros al día y pedalear durante algo más de una hora a Bulduri, donde si el tiempo acompaña se puede disfrutar de una tarde de playa y comer, sin grandes desembolsos, a pie de arena. Consejo: las sopas frías —o calientes según la época—, merecen atención. Por la noche, los 50 chupitos de vodka con zumos por 25 euros, no tanto.

Segunda etapa: Tallin (Estonia)

Unas cuatro horas de carretera rumbo al norte separan Riga de Tallin (Estonia, 426.500 habitantes). Viajar en coche permite parar en esos bellos paisajes junto al Báltico, entre bosques eternos y pequeñas localidades. Ya sea en vehículo alquilado o en el autobús que une ambas ciudades por unos 30 euros, el viajero llega a una villa amurallada, muy cerca del mar y que atrapa por la historia que rebosa de sus paredes y por las vistas desde sus múltiples miradores, como el de Patkuli. Los amantes de la fotografía deben subir a la torre del Ayuntamiento, del siglo XIII, y, tras decidir si hacen resonar su pesada campana, vislumbrar desde sus 64 metros de altura todo el perímetro de sus dominios. En esas calles se concentran restaurantes tradicionales especializados en guisos y todo a un precio razonable, al igual que las cervezas en las terrazas para descansar del turisteo.

La zona moderna de Telliskivi de Tallin, donde hay un museo de fotografía e imágenes en murales en plena calle.Petr Maderic (Alamy)

Resulta imprescindible disfrutar de la catedral de Alejandro Nevski, emblema ortodoxo junto a un parque que relata la historia de Estonia. El castillo de Toompea o la iglesia de San Olaf, otro mito de las creencias bálticas, merecen la visita en una ciudad también muy paseable y que cuenta con varios atractivos más allá de su núcleo urbano. De nuevo resulta aconsejable alquilar unas bicicletas o un patinete eléctrico, muy asequibles, para ganar tiempo y escaparse hacia la zona del mar, con un barrio que ha recuperado las casas de madera típicas de la zona y el sugerente Museo Paterei, en una antigua cárcel soviética rehabilitada. Imprescindible pasar una tarde en la zona moderna de Telliskivi, con un precioso museo de fotografía e imágenes en murales en plena calle, al igual que pinturas de artistas locales y terrazas elevadas para mirar desde ellas a los chavales camelando con unas cervezas, jugando al pimpón en las mesas públicas u observando un pequeño huerto callejero.

El Museo Paterei, en una antigua cárcel soviética rehabilitada en Tallin (Estonia).Michal Fludra (NurPhoto / Getty Images)

Tercera etapa: Helsinki (Finlandia)

Al final del viaje aguarda Helsinki. Dos horas de barco por unos 25 euros —¡Atención! Hay que llegar al puerto con una hora de anticipo o existe la posibilidad de perder el ferri— dejan en el último destino de viaje. La capital de Finlandia destaca por escenarios como su plaza del Senado, su catedral católica o la catedral ortodoxa, muy cercanas entre sí. Desde esta última se puede pasar junto al puerto y regresar hacia el centro pasando por la plaza del Mercado (Kauppatori), plagada de puestos que venden desde gruesos leotardos para el invierno hasta comida tradicional, una opción estupenda para probar productos locales a un precio razonable cómodamente sentados en el parque. De nuevo vale la pena alquilar unas bicicletas o recurrir a las del Ayuntamiento para descubrir la ciudad, con agradables parques y lagos donde oxigenarse o incluso montar en pedaleta. A media hora, y cuatro euros por trayecto en barco, se encuentra la fortaleza insular de Suomenlinna, declarado patrimonio mundial de la Unesco en 1991.

Algunos de los puestos de la plaza del Mercado (Kauppatori), en la ciudad de Helsinki.peter forsberg (Alamy)

Capítulo aparte merece la biblioteca Oodi de Helsinki, rodeada de canchas para hacer deporte y bancos para dejar la vida pasar disfrutando del paisaje. Dentro hay mil opciones de ocio: desde tableros de ajedrez hasta salas con pantallas y videojuegos o juegos de mesa. La amplísima biblioteca incluye una cafetería y una terraza para leer y recrearse con las vistas de la ciudad, algo para lo cual el tiempo debe acompañar. La escena en invierno, afirman los fineses, también es apabullante por el papel de la nieve y ese frío al que ellos ya se han acostumbrado.

Interior de la biblioteca Oodi de Helsinki (Finlandia).MARKKU ULANDER (AFP / Getty Images)

También en Finlandia son expertos en saunas y este recorrido no puede obviarlo. Sompasauna, una sauna nudista, gratuita y autogestionada, ofrece dosis de calor y sudor de los que refrescarse o huir en función de la temperatura, en las contiguas y gélidas aguas del Báltico. Cuidado con no escaldarse si no se está habituado a los 90 grados que se alcanzan.

La vuelta a casa se hace fácil en un tren que lleva cómodamente al aeropuerto, donde se puede comer barato en un supermercado y comprar toneladas de chocolate Karlfazer, un dulce recuerdo de una semana intensa, sorprendente y que deja con ganas de perderse allí donde se les hace raro que los españoles quieran conocerlos.

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