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Las razones para redescubrir estas 15 ciudades españolas declaradas Patrimonio de la Humanidad

Más allá de su poderosa arquitectura, su acervo cultural o su patrimonio material e inmaterial bien conservado, estas urbes son destinos para volver a visitar y comprobar por qué la UNESCO decidió protegerlas

Declarada Ciudad Patrimonio de la Humanidad en 1998, la que fuera la antigua ciudad romana de Complutum, es una animada urbe cuya vida, costumbres y arquitectura gira en torno a su universidad. Por supuesto que hay que visitar su Museo Arqueológico Regional de la Comunidad de Madrid, en el antiguo convento de la Madre de Dios, y sacarse un selfi en el Paraninfo de su universidad, donde se entrega cada año el Premio Cervantes. En la ciudad natal del autor de 'El Quijote' hay escenarios tradicionales, como la Capilla de San Ildefonso, que ahora acoge exposiciones y eventos culturales todo el año, pero también otros populares, como el Corral de Comedias, donde se escenificaron obras de Lope de Vega y Calderón de la Barca. Los amantes de la arquitectura del siglo XX tendrán que visitar el Parador de Alcalá, cuyo proyecto de renovación llegó a ser expuesto en el MoMA de Nueva York.
Pocas ciudades pueden presumir de tener espacios renacentistas dedicados al arte contemporáneo. Ávila lo hace con el Palacio de los Serrano, uno de esos nuevos secretos de esta Ciudad Patrimonio de la Humanidad desde 1985. Los edificios de sillarejo y granito se multiplican en esta calmada urbe que no solo acoge la impresionante muralla medieval que tiene de icono, de las mejor conservadas del mundo, también iglesias, conventos y palacios. Arte sacro, sí, pero también relatos de nuestra historia en el torreón de los Guzmanes, en la mansión de los Velada o en la plaza del Mercado Chico, entre otras paradas. Y entre pilastras estriadas corintias, otro tesoro supremo: su gastronomía. Tener una raza de ternera autóctona ha aupado a esta señorial ciudad a tener un plato con nombre propio: el chuletón de Ávila. Servirlo poco hecho.
Íberos, romanos, visigodos y musulmanes pasaron por las lindes de esta localidad jienense declarada Patrimonio de la Humanidad en 2003. El acervo cultural y los romances la apodaron “Nido Real de Gavilanes”, y aún conserva este elogio en sus muros y fachadas. Es una de las grandes ciudades renacentistas del mundo, que se confirma en la plaza de Santa María, en la catedral de la Natividad de Nuestra Señora o en el palacio de Jabalquinto. Pero también tiene el templo románico mejor conservado de Andalucía, la iglesia de la Santa Cruz, y una antigua universidad donde Antonio Machado impartió clase. Aquí se respira poesía y pausa, pero también vestigios de los gremios artesanales de antaño, que hoy aún pueblan sus calles. Y entre tanta piedra con historia, una parada para probar su bacalao con tomate y piñones, delicias que se dejan mejor rematar con preciadas confituras.
No es casualidad que una de las más prestigiosas galeristas y coleccionistas de arte contemporáneo, Helga de Alvear, escogiera esta ciudad extremeña como sede de su fundación y centro de artes visuales. Y es que Cáceres ha vivido en las dos últimas décadas un repunte cultural que ha sabido cavilar entre lo contemporáneo y lo renacentista. Siempre fue conocida como la Villa de los mil y un escudos, por la gran cantidad de blasones que visten las fachadas de mansiones y palacios. Pero la ciudad extremeña también es pasado árabe y romano, recuerdos medievales y platerescos. Sus silencios entre casas solariegas son cinematográficos, y sus noches de verano repuntan la imaginación y el romanticismo. La plaza de Santa María y su concatedral, el palacio de Mayoralgo, el de los Golfines de Abajo –que sirvió de alojamiento a los Reyes Católicos–, el de Carvajal… Las paradas son muchas y necesarias, y entre su recinto amurallado también repunta la arquitectura del siglo XXI, con las huellas contemporáneas y premiadas de Tuñón y Mansilla. Este es el nuevo Cáceres.
Es lógico que fuera metrópoli europea en la Edad Media, casa de científicos, filósofos y astrónomos; y es que Córdoba se ha movido siempre con soltura entre Oriente y Occidente. Ciudad Patrimonio de la Humanidad desde 1994, aunque su Mezquita-Catedral tuviera este reconocimiento en 1984, es una urbe que vive y muestra su historia fuera del ámbito doméstico, pero también dentro. Porque al Museo Vivo de al-Andalus, al yacimiento arqueológico de Medina Azahara, al bello Patio de los Naranjos, a sus Caballerizas Reales, a su judería o a su puente romano sobre el río Guadalquivir, también habría que añadir el valor artístico que esconden los patios de sus casas. Es en el mes de mayo cuando la ciudad se engalana para la Fiesta de los Patios, también declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, una explosión de color, cotidianeidad y flores. De hecho, esta cita popular tiene su evento internacional cada otoño con el festival Flora, lugar de reunión de los mejores artistas florales del mundo.
En la segunda mitad del siglo XX, cuando España exportaba talento artístico con Dalí, Picasso y Miró, otra generación de creadores ocupaba los talleres y las empinadas de Cuenca para convertir a esta ciudad en referente del arte contemporáneo en el mundo. El Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca abría en 1966 de la mano de Fernando Zóbel y con las Casas Colgadas como caparazón sobre la Hoz del Huécar. Se unía así pasado medieval y vanguardia, y desde entonces, así sigue esta Ciudad Patrimonio de la Humanidad, que luce edificios magnos como la catedral de Santa María y San Julián (siglo XII y XIII) o el Convento de San Pablo, restaurado y ahora Parador de Turismo. A Cuenca hay que venir, además, con hambre, para probar el morteruelo o el ajoarriero, pero también las premiadas croquetas de sus jóvenes chefs.
Tener la fortaleza costera mejor conservada de todo el mar Mediterráneo fue suficiente justificación para declarar a Ibiza-Eivissa como Ciudad Patrimonio de la Humanidad en 1999. Aunque la urbe aglutina, además, los animados barrios extramuros de La Marina y Sa Penya, donde marineros y artesanos compartían pláticas y tardes al fresco. Un paseo por la parte alta de la ciudad, Dalt Vila, basta para comprobar su valor monumental, del Portal de ses Taules al Mercat Vell o la catedral de Santa María de las Nieves. Laberintos renacentistas que en su día protegían de piratas y hoy la confirman como uno de los núcleos urbanos más bellos que bañan estas aguas. Pero Eivissa no se entiende tampoco sin su pasado cartaginés y fenicio, con el yacimiento de Sa Caleta y la Necrópolis Púnica del Puig des Molins, que acoge 3.500 tumbas. Y, por supuesto, sus arenales y calas –Ses Figueretes, Platja d’en Bossa, Es Viver o Talamanca–, donde las praderas de posidonia expanden la recompensa al viajero por haber llegado hasta esta bella isla.
“Con las palabras, la mente tiene alas”, decía el dramaturgo griego Aristófanes. Y eso es lo que piensan los miles de asistentes del Festival de Teatro Clásico de Mérida, que este año se celebrará del 22 de julio al 23 de agosto. Esta es una de las citas más importantes del calendario teatral de Europa, pero también un evento que resalta el pasado monumental de esta ciudad extremeña, declarada Patrimonio de la Humanidad desde 1993. El ser una de las ciudades más florecientes del Imperio Romano le dejó huella en su Teatro Romano (s. I a.C.), en el Arco de Trajano, en el Tempo de Diana o en el catálogo expositivo del Museo Nacional de Arte Romano, obra del arquitecto español Rafael Moneo. Pero a Mérida también se viene a pasear, a comer caldereta de cordero, sabios quesos y buen jamón ibérico. Baña la ciudad el río Guadiana, pero lo hace con vistas al siglo XXI a través de un contemporáneo puente firmado por Santiago Calatrava.
El legado de Miguel de Unamuno sigue marcando parte del día a día de Salamanca. El que fuera rector hasta tres veces de su universidad –una de las más antiguas de Europa–, marcó el poso intelectual que aún reza su vida cultural y su pasado arquitectónico. Y es que esta ciudad Patrimonio de la Humanidad alterna del barroco churrigueresco de sus iglesias a las fachadas renacentistas de sus palacios. Por supuesto la Casa de las Conchas, su Plaza Mayor, la Catedral de la Asunción de la Virgen y la Catedral de Santa María, pero también el muy demandado Museo Art Nouveau y Art Déc Casa Lis, nuevo punto de reunión de instagramers de toda España. Aunque una ciudad universitaria no es tal si no se maneja en lo contemporáneo, bien con el arte urbano que pueblan algunos de sus barrios o con centros de vanguardia como el DA2 Domus Artium 2002, levantado sobre lo que fuera una antigua cárcel. “Remanso de quietud, yo te bendigo, ¡mi Salamanca!”, diría el viejo profesor.
Ejemplo único de ciudad colonial no amurallada, la ciudad tinerfeña fue declarada Patrimonio de la Humanidad en 1999. Con una universidad bicentenaria, la primera que se instauró en el archipiélago canario, el trazado urbano de sus calles y rincones, en forma de cuadrícula, es una consecución de coloristas fachadas, paseos calmados y palacios con cinco siglos de historia. No es cualquier centro histórico el de San Cristóbal de La Laguna, acoge anécdotas marineras y casonas señoriales. Del austero convento de Santa Catalina de Siena a la ermita de San Miguel Arcángel, sin olvidar la Casa de Salazar, cuyas gárgolas zoomorfas confirman la vinculación de esta tierra con el Nuevo Continente. Pero, además de pasear y bajar revoluciones, aquí también se puede conocer su núcleo costero o el Parque Rural de Anaga, un lugar extraordinario declarado Reserva de la Biosfera, donde la laurisilva se expande y engrandece.
Cuatro plazas para cada una de las cuatro fachadas de la catedral. La de Quintana, la de la Inmaculada, la de Praterías y, las más fotografiada, la del Obradoiro. A Santiago de Compostela hay que mirarla por los cuatro costados de su gran templo para entenderla del todo, también para disfrutarla. Ciudad santa y centro de peregrinaciones, fue declarada Patrimonio de la Humanidad en 1985. Por entonces aún no estaba restaurado el Pórtico de la Gloria de su catedral, de ocho siglos de antigüedad y que, desde 2018, vuelve a lucir su color original, en una de las más ambiciosas y mejores restauraciones patrimoniales del mundo. Pero Santiago de Compostela también son paseos por el parque de la Alameda, por la plaza Cervantes o el Mercado de Abastos; para rematar cualquiera de ellos por el Centro Galego de Arte Contemporánea, diseñado por el portugués Alvaro Siza, o su preciada Ciudad de la Cultura, en el monte Gaiás. Y si entra hambre, hacer una parada con pulpo á feira, empanadas, pimientos de Padrón o la tarta que lleva su nombre.
En Segovia, la animada vida cultural parece siempre ir pareja a la monumentalidad de su patrimonio. Aquí, si un imponente Acueducto romano te recibe, también a la vez, una cita internacional como el Hay Festival se celebra, posicionando a esta urbe en el epicentro intelectual del mundo (del 17 al 20 de septiembre). De la Casa de los Picos a un paseo por la Alameda del Parral o el laberíntico barrio judío, aquí se viene a contemplar y terminarse los libros algún día empezados. Antonio Machado ejerció aquí de maestro, y eso se palpa en su Casa Museo o en los rincones que sus versos aún acarician. La literatura, el arte y la música tienen en Segovia buenos aliados, en espacios como La Alhóndiga, un antiguo granero gótico que acoge exposiciones; en el Torreón de Lozoya, hoy centro cultural; o el Museo de Arte Contemporáneo Esteban Vicente. Pero nada de esto tendría sentido sin la gente, y para eso hay eventos como Titirimundi, que viste sus calles de títeres, marionetas e ilusiones infantiles.
La que fuera antigua capital de Hispania en el siglo I a.C., es hoy un conjunto monumental de gran valor arqueológico, uno de los mejor conservados en la península Ibérica. Se trata de Tarraco, la ciudad romana sobre la que se asienta la actual Tarragona, a la que muchos denominan “Balcón del Mediterráneo”. Y es que esta urbe siempre estuvo abierta al mar, y un paseo por su muralla da fe de ello, de la Rambla Vella hacia Vía Augusta. Su espectacular anfiteatro, el Circo o la animada plaza de la Font son buenas paradas para conocer bien su ambiente y su pasado. Su calendario festivo es también parte de su acervo, como las Fiestas de Santa Tecla, cada septiembre, con los castells (castillos humanos) presidiendo las plazas y alimentando el orgullo. Pero también es importante pasarse por la torre romana del Petrori, por la playa de El Miracle o por la Casa Ripoll, ejemplo de una herencia modernista que reconcilia con el siglo XX.
Un museo al aire libre o algunos prefieren también llamarlo plató de cine en exterior. La Ciudad de las Tres Culturas (cristiana, judía y musulmana) es una alegoría a la belleza arquitectónica castellana. Calles sinuosas, estrechas, mezquitas, baños, bulliciosos zocos… lo que Toledo fue en época musulmana, de bello y armonioso, se completó con el legado cristiano posterior. De todas estas sumas aparece esta urbe cuyo poder lo manifiesta en el Alcázar, en la Puerta de Bisagra, en la plaza de Zocodover, en la mezquita del Cristo de la Luz o en la iglesia de Santiago del Arrabal. El Greco pudo ser su mejor embajador, de hecho, la iglesia de Santo Tomé acoge su obra El entierro del Señor de Orgaz, que convive con las vanguardias del nuevo museo de la ciudad, la Colección Polo, el Centro de Arte Moderno y Contemporáneo de Castilla-La Mancha, una parada más (en Ave) del Triángulo del Arte de Madrid.
Dicen que desde el Mirador de San Lorenzo, en Úbeda, se entiende mucho de la belleza que esconde Jaén y sus campos. La ciudad andaluza se siente protegida por los valles de los ríos Guadalquivir y Guadalimar, en un mar de olivos, y se alza poderosa con un conjunto monumental que la llevo a ser declarada Patrimonio de la Humanidad en 2003. Úbeda recoge alguna de las mejores joyas arquitectónicas del Renacimiento andaluz, ecos del siglo XVI que llevan a conocer sus calles y sus casonas, de la plaza de Vázquez de Molina al palacio del Deán Ortega, hoy Parador de Turismo. Su grandiosa Basílica de Santa María de los Reales Alcázares da muestra de lo que esta urbe llegó a ser hace cuatro siglos, de su estirpe cortesana y su apertura anterior a culturas musulmanas y romanas. Si la Sierra Mágica vecina es el espejo sobre el que se mira, sabio reflejo a lo largo de los años.