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Nueve playas españolas con isla incorporada

De la costa de Lugo a la de Gipuzkoa y de Girona a Cádiz, orillas cuya horizontalidad está bellamente rota por la geología costera

La búsqueda de valores paisajísticos encuentra su justa recompensa en esta escueta lengua de playa orientada al embarcadero del Hornillo y a las puestas de sol. Su arena es dorada y de textura fina; escueta la zona dunar; sus aguas translúcidas piden gafas de buceo. Si queremos salvar los 150 metros que nos separan de la isla del Fraile, pisaremos la punta del Cigarro, apéndice de arenisca que sirvió de cantera romana. Le sucede un hemitómbolo que, con suerte, hará que nos cubra solo hasta la cintura. En su cara oculta, la isla es un acantilado cortado a pico. Hay restos de una factoría de salazones tardorromana, hornos de yeso y cal (1879), viviendas de principios del siglo XX y una cantera de tierra láguena, usada para impermeabilizar techumbres. Y, sí, una urbanización que afea el entorno.age
El parque natural de la Bahía de Cádiz brinda fastuosas caminatas costeras. Tras documentarse en el centro de visitantes (cvbahiacadiz.com), solo resta aparcar en el extremo de la playa del Castillo y seguir a pie por el sendero señalizado de 2,6 kilómetros que desemboca entre marismas y dunas en la batería napoleónica de Urrutia. Las dunas impresionan en la boca del estuario del Guadalete, mientras vemos caer el sol entre el vuelo de charrancitos comunes que podrían pasar por gaviotas de pequeño tamaño. Hay una sensación de plenitud desde la punta del Boquerón, declarada monumento natural, frente a la isla de Sancti Petri (elcastillodesanctipetri.com). Lejos de todo. Al regreso, esta vez por la orilla, pasaremos por una playa para perros. Recordar que los barcos a la ínsula zarpan desde el puerto de Sancti Petri (Chiclana de la Frontera). Para el próximo 15 de agosto, el parque natural organiza una sugerente visita nocturna a la punta del Boquerón.getty images
En la playa del extremo oriental de Asturias se siente como en pocas el reflujo marino; es de hecho uno de los escasos arenales de la zona no allanados por las olas durante la pleamar. Siempre es preferible acudir con marea baja para sentir la elasticidad de la arena húmeda bajo las pisadas, para acercarse a la cueva de la contigua playa del Oso y a los restos del vivero de marisco (en la foto). Cuando los coeficientes mareales son muy altos, es posible aproximarses bastante a El Castrón, que ejerce de escollera natural. O pasar, al oeste, a la cala de Las Gaviotas. Durante la Edad Media, su situación entre Llanes y San Vicente de la Barquera (reinos de León y Castilla, respectivamente) contribuyó a que fuera declarada “franca de alcábala” (libre de impuestos). La terraza del bar del hotel Mirador de La Franca es una tentación.José Carlos Díaz (age)
Adentrarse en este circo de acantilados constituye una experiencia arrebatadora, una íntima sensación a la que contribuyen la envolvente y prolífica coloración de los escarpes, el verde de los pinos, pero también el islote, Illa Roja, que da su nombre al lugar. Las luces del alba y del crepúsculo arrancan destellos rojizos a este gigante varado en una franja de arena dorada y de grano grueso. Escenario tradicionalmente consagrado al naturismo, aún se recuerdan las detenciones durante el boom turístico de los nudistas alemanes y su puesta en libertad al otro lado de la frontera. A Illa Roja se accede desde el aparcamiento (0,033 céntimos por minuto) de la playa del Racó, sin olvidar el sendero panorámico de 1,6 kilómetros que desde la playa de Sa Riera recorre el acantilado entre pinadas y matorral.Lucas Vallecillos (age)
El principal activo de la playa del Portitxol (puertecito), también llamada la Barraca, es el estético, más si cabe al amanecer. Una manera alternativa de llegar, ajena a la montaña urbanizada, es bajando a pie desde el mirador de la Cruz de Piedra, situado junto a la carretera, frente a los islotes de L’Escull y la isla del Portitxol, que alojó una fábrica de ánforas romanas cuando todo era una península. Hasta no hace muchas décadas se cultivaban viñas y el burro que las araba era transportado en barquichuela. Dotada de resabios marineros —­como avalan las antiguas casas de pescadores—, El Portixol, a falta de arena, tiene sobrada fama entre los buceadores por la luminosidad transparente de sus aguas: llevar gafas y tubo respirador. Pero también cangrejeras y ericeras. Decir adiós a la playa desde el mirador de La Falzia.LUNA MARINA (getty images)
Delimitada por el Pico del Loro y la Estela a Rafael Ruiz Balerdi, de Eduardo Chillida, Ondarreta, la vecina de La Concha, es la playa más tranquila y pequeña de San Sebastián. Y en pleamar es el punto de la concha que conserva mayor aporte arenoso. A la isla de Santa Clara, siempre visible desde el arenal, se navega desde el puerto viejo; solo los más avezados nadadores se atreven, aun con la ayuda del gabarrón (plataforma flotante), a cubrir los 400 metros que la separan de tierra firme. En Ondarreta abundan las actividades acuáticas. La visión furtiva del palacio de Miramar desde el paseo marítimo despierta en el viajero el deseo de deambular por los jardines del complejo donde veraneaba la reina María Cristina (buscar su escultura en el paseo). Al final del periplo es buena idea tomar algo en el bar del hotel Ezeiza.Barbara Cerovsek (getty images)
La playa urbana de Covas, situada en el fondo de la ría de Viveiro (algo fangosa, por tanto), reclama una parada para acercarse al mirador circular situado al costado de Os Castelos. Empenachados por la vegetación, estos peñascos pizarrosos son el trasunto de una postal de Extremo Oriente. En bajamar podemos subir al primer roquedo, que guarda el monumento a un naufragio tan desconocido como mortífero. En 1810, la fragata 'Santa María Magdalena' y el bergantín 'Palomo' golpearon contra Os Castelos, cobrándose la galerna 550 víctimas. Covas goza de mayor aporte de arena en su parte oriental. Si el hambre aprieta, el bar As Tixolas (982 56 07 07) nunca decepciona con su pulpo a feira (11,10 euros) y sus mariscadas (22,50 euros). Los fines de semana conviene reservar antes.Mercedes Rancaño Otero (getty images)
En bajamar es una preciosa línea de arena que permite tocar el islote de El Castro; en pleamar, como si de un espejismo se tratase, todo es un Cantábrico salvaje que asedia esa pequeña porción de tierra. A este paraíso naturista al oeste de la ciudad de Santander acude un público mayoritariamente joven, amantes de los paseos o parejas con ganas de vivir un día de espaldas al ruido urbano. Pero el salvajismo se manifiesta también en el acceso, afectado por los temporales, con lo que habrá que hacer equilibrios en la bajada. La entrada al mar es progresiva. Quienes acaricien la posibilidad de encaramarse al islote de El Castro —territorio de pescadores— deberían informarse y memorizar bien el horario de mareas y así no tener que ser rescatados con cuerdas por los socorristas de la playa.Susana Guzman (Alamy)
Su entorno virginal, su colosal duna rampante, su franja de arena negra y grava son una tentación continua para los fotógrafos en el parque natural del Cabo de Gata-Níjar. Todo ello por no mencionar La Peineta, esa roca varada en la orilla producto de la erosión de un volcán submarino. Por encontrar un símil: una cresta o trampolín volcánico. La Peineta conoció gran popularidad merced a un Sean Connery asustando gaviotas con un paraguas en la película 'Indiana Jones y la última cruzada'. Al ser una playa pequeña y recogida, el oleaje apenas molesta, si bien el viento de poniente castiga sin piedad a los bañistas. El acceso en verano está restringido: en cuanto se llenan los aparcamientos (más pronto que tarde), solo puede llegarse desde San José en autobús lanzadera. Este año el servicio es gratuito.getty images