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La magia de la Ruta de la Seda (I)

Viaje fotográfico a través de miles de kilómetros entre Kirguistán y Pekín

El lago Son Kul, en el medio, y las montañas de Tian Shan, al fondo, son un espectáculo que deja helado: la colección de colores del cielo y el contraste de la llanura en una orilla conforman un paisaje increíble.
La estepa salpicada de yurtas y lo que se intuye como la sombra de unos caballos transportan a la época de Marco Polo, cuando Gengis Khan luchaba por expandir su imperio mongol hasta Turquía, y Alejandro Magno en su llegada a Samarkanda decía: "Todo lo que he oído sobre la belleza de Samarcanda es cierto, salvo que es todavía más hermosa de lo que podía imaginarme".
Una yurta tradicional de los nómadas en Kirguistán.
Un nómada cuida del ganado en los llanos del país asiático.
¡Oh, Samarcanda! No hace apenas ni una semana yo también entraba en la grandiosa Samarcanda, esa ciudad que hasta entonces yo dudaba si era mito, legenda o realidad. Si en Occidente todos los caminos llevan a Roma, en Oriente todos los caminos llevan a la Plaza del Registán de Samarcanda.
La plaza es tan real como el Vaticano, pero mucho más bonita y exótica. Contemplar las tres madrasas (escuelas coránicas) formando un escenario alicatado es una experiencia que hay que vivir. Samarcanda es una de las ciudades del mundo que más tiempo lleva habitada: 2.500 años sin interrupción.
Un vendedor en Samarcanda.
Tamerlán inundó Samarcanda de eruditos y artesanos y la convirtió en una joya del arte, de la arquitectura y de la historia. Cúpulas azul turquesa, caravasares esculpidos de adobe, madrasas alicatadas con vistosos azulejos, bazares bajo cúpulas nervadas, imponentes mausoleos y esbeltos alminares.
El 'Madrid uzbeko' fue una ciudad fundada por el gran Tamerlán en honor del embajador madrileño Ruy González de Clavijo, quien en nombre del Rey Sancho III llegó hasta Samarcanda en busca de una alianza. Ruy González de Clavijo ha pasado en España mucho más desapercibido que Marco Polo, a pesar de haber escrito una descripción de su viaje a la altura de la del veneciano. Sin embargo en Samarcanda y en la historia tiene reservado un lugar prominente: una de las principales calles de la ciudad lleva el nombre de aquel embajador.
Hoy en día, Samarcanda rivaliza con las otras dos joyas uzbekas, Jiva y Bujara, en las que nuestra caravana también hizo un alto.
El edificio funerario en honor de Gure Amir, que significa Tumba del Rey, donde se encuentran los restos de Amir Timur, conquistador mongol conocido en Europa como Tamerlán.
El bazar de Samarcanda es una mezcla de olores y colores como los que pueden verse en cualquier ciudad árabe.
Ya en el siglo XVII Bujara, Samarcanda y Jiva se convirtieron en capitales de ricos 'janatos' musulmanes. En la imagen, el bazar del oro en la primera de estas ciudades.
Los bazares abigarrados de gremios en Bujara, Jiva y Samarcanda son desde hace siglos epicentros mundiales de la actividad comercial, testigos del trasiego de valiosas mercancías: sedas, corales, metales y piedras preciosas, deliciosas especias, voluptuosos perfumes... En la foto, una mujer en Bujara.
Desde la independencia de Uzbekistán, en 1991, Bujara ha vuelto a encerrarse sobre sí misma como ciudad mística del islam. Los estudiantes del Corán continúan aquí poblando madrasas o medersas (escuelas coránicas), llegados de Persia, Medio Oriente y toda Asia Central.
Celosías en el interior de la madrasa de Mir Arab, en la ciudad uzbeka de Bujara.
Mezquitas, palacios y fortalezas, hoy en día completamente renovadas, son reflejo del antiguo esplendor de Bujara.
Los artesanos perviven en Bujara como lo hicieron en la época de mayor esplendor de la ciudad, aunque ya no en gremios, sino mezclados en los 'caravanserais': un tipo de mercado surgido en la ruta de las caravanas que en español se denomina caravasar.
Los caravasares eran lugares donde los miembros de una caravana podían pernoctar y descansar, así como reponer a sus animales. Eran verdaderos antecedentes de los hoteles de carretera. En la imagen, una artesana en Bujara.
La Ruta de la Seda sigue manteniendo ese halo mágico y mítico que la acompaña desde su surgimiento, en el siglo I.
La Ruta de la Seda es una expresión que permanece en la memoria como evocadora de grandes aventuras y como escenario de la literatura de viajes. Fue la ruta a través de la que llegaron a Europa las más exóticas mercancías conocidas hasta la época; ricos manjares, nuevos materiales como el tan preciado y delicado tejido que posteriormente le dio nombre, la seda. Con ella se empezó a vestir a emperadores romanos y a reyes bárvaros. ¡Los únicos que podían pagarla!
¿Porqué es tan importante la Ruta de la Seda?... La respuesta es tan compleja y exuberante como el propio trazado de la misma. Esa complejidad es la que asegura su eterna continuidad. En realidad la ruta no fue una sola sino una enmarañada red de caminos. Más bien una dirección. En ambos sentidos. Y ninguna caravana la recorrió en su totalidad... Los comerciantes recorrían el tramo de una ciudad a otra donde pasaban el testigo de su mercancía que inundaba los bazares y continuaba persiguiendo el horizonte en ambas direcciones.
Algunos ven en la Ruta de la Seda el origen de la globalización, lo que la convierte en un concepto básico para comprender la moderna idea del mundo. Esto podría explicar por ejemplo porqué nuestro plato nacional la paella tiene tanto en común con el plato típico de Asia Central, el plov; o el pilau de India, con los que comparte no sólo ingredientes sino cierta proximidad fonética.