Columna

Estupor o alivio

El retrato más certero de los padres y madres de la patria en esta tesitura lo ha hecho el actor Javier Cámara

Javier Cámara, actor y director.B.P. (EL PAÍS)

El mejor análisis político que he oído desde que empezó la debacle vírica no lo ha hecho ningún politólogo. Ni periodista. Ni ninguno de los coronavirólogos súbitos por la Academia Española de Todología que está surtiendo a redes y tertulias. No. El retrato más certero de los padres y madres de la patria en esta tesitura lo hizo el actor Javier Cámara en una entrevista en este diario el pasado domingo. “El que no tiene cara de estupor por no tener ni puta...

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El mejor análisis político que he oído desde que empezó la debacle vírica no lo ha hecho ningún politólogo. Ni periodista. Ni ninguno de los coronavirólogos súbitos por la Academia Española de Todología que está surtiendo a redes y tertulias. No. El retrato más certero de los padres y madres de la patria en esta tesitura lo hizo el actor Javier Cámara en una entrevista en este diario el pasado domingo. “El que no tiene cara de estupor por no tener ni puta idea de cómo saldremos de esta, la tiene de alivio por no estar en primera línea”, dijo, clavándolos vivos.

Olvídense de estrategias, narrativas y argumentarios de partido. Debajo de toda la farfolla de las comparecencias, las videoconferencias de prensa y los puñales en sede parlamentaria está eso. El estupor o el alivio. El miedo y el ventajismo. La vergüenza y la venganza. El pundonor y la ira. El ansia de salvar el pellejo o de despellejar al otro son las formas de disimularlos. No es tan raro que no haya sido ningún científico, sino un cómico, ese oficio que algunos desprecian, quien les haya dejado en cueros. Un intérprete cuyo oficio consiste en escanear el alma y cuerpo humanos para encarnarlos en propio cuerpo y alma, y que nos sintamos aludidos. Muchos españoles entretienen el confinamiento viendo la serie Vamos, Juan, en la que Cámara borda a un político carbonizado maniobrando para resurgir de sus cenizas. Por su estreno se había organizado uno de esos cócteles en los que políticos de todas siglas se palmean las espaldas y se besan los carrillos encantados de estar en la misma pomada. Hubo de suspenderse por el virus. Quién sabe cuándo veremos de nuevo, si lo vemos, ese colegueo de compadres entre quienes se han ninguneado cuando no echado muertos a la cara. Mientras, una sospecha que si, como algunos ansían, voltearan las tornas, las caras de estupor y de alivio serían las mismas. Solo cambiarían de bando.

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