Así me compran, así me vendo: la historia de cómo pagué por mi primer amigo a los 11 años

¿Cuánto vale exactamente el perdón? El mío, unos quince euros, pero he llegado a conseguirlo por sesenta céntimos

No, ninguno de estos niños es el columnista que abajo firma (la foto está tomada en Londres), pero tienen en común con él el haber vivido en esa extraña microsociedad que es el patio de la escuela. Getty Images

¿Ha comprado alguna vez a una persona? Yo sí. El primero fue Rogelio, un niño que iba a mi clase y que un día me dio sin querer un codazo en gimnasia que hizo que me sangrase la nariz. Llamé al profesor para quejarme y este, que no se andaba con chiquitas, le soltó una hostia como un camión. Ahora los dos llorábamos y él me odiaba para siempre, ¡qué gran idea la mía! Rogelio era mi único amigo en clase y en los días sucesivos le pedí perdón cien veces, pero él ni me miraba. Una tarde compré golosinas, las empaqueté, escribí “para Rogelio” con mucho amor y le volví a pedir perdón mientras le da...

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¿Ha comprado alguna vez a una persona? Yo sí. El primero fue Rogelio, un niño que iba a mi clase y que un día me dio sin querer un codazo en gimnasia que hizo que me sangrase la nariz. Llamé al profesor para quejarme y este, que no se andaba con chiquitas, le soltó una hostia como un camión. Ahora los dos llorábamos y él me odiaba para siempre, ¡qué gran idea la mía! Rogelio era mi único amigo en clase y en los días sucesivos le pedí perdón cien veces, pero él ni me miraba. Una tarde compré golosinas, las empaqueté, escribí “para Rogelio” con mucho amor y le volví a pedir perdón mientras le daba el paquete. Él lo abrió y, con los ojos brillantes, gritó: “¡Por supuesto que te perdono!”.

Ahí entendí muchas cosas, ¡qué día tan esclarecedor fue aquel! Desde entonces me he vendido y me han comprado con asiduidad. No soy caro

El muy hijo de puta. Unos 60 céntimos de entonces me debieron de costar las golosinas. Yo te habré comprado, Rogelio, pero tú qué barato te vendes. Ahí entendí muchas cosas, ¡qué día tan esclarecedor fue aquel! Desde entonces me he vendido y me han comprado con asiduidad. No soy caro. A mi padre le costó un disco de Objetivo Birmania que le perdonase cuando olvidó venir a buscame un fin de semana que le tocaba en la custodia. Y una vez compré el perdón de mi novio con un cojín de Tiger tras un sábado en el que me bebí el agua de los floreros y lo avergoncé en no recuerdo qué bar de Madrid, ¿cómo lo voy a recordar?

Todo mid price, ni pa ti ni pa mí, como mis pequeñas y triviales perversiones. ¿Cómo compraré a la gente que quiero el día que la cague de verdad? Eso es lo que más me inquieta cada vez que miro cuánto dinero hay en mi cuenta corriente.

Guillermo Alonso es redactor en la web de ICON y autor del libro ‘Vivan los hombres cabales’

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