Columna

¡Al diablo parias de la tierra!

El reconocimiento por Trump del Gran Israel del sionismo fundamentalista sienta un interesante antecedente para China y Rusia

Un manifestante palestino huye del gas lacrimógeno disparado por las fuerzas israelíes cerca del asentamiento judío de Beit El en Cisjordania, el pasado 11 de noviembre. REUTERS

Nada peor que el destino de los perdedores, los vencidos. A quien cree en la ley de la fuerza solo le valen las victorias. Si hay tratos, deben ser con los vencedores, sus iguales, entre depredadores, para marcar el territorio propio y mantener a raya a los rivales.

Lo saben los kurdos y los palestinos. También los ucranios. El jefe solo atiende a las razones del provecho propio y el de sus amigos, y mejor si ambos provechos coinciden. Este es el caso de Erdogan, Putin y Netanyahu. Que nadie se escandalice si deja tirados a los kurdos después de utilizarlos para combatir el Estado Islám...

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Nada peor que el destino de los perdedores, los vencidos. A quien cree en la ley de la fuerza solo le valen las victorias. Si hay tratos, deben ser con los vencedores, sus iguales, entre depredadores, para marcar el territorio propio y mantener a raya a los rivales.

Lo saben los kurdos y los palestinos. También los ucranios. El jefe solo atiende a las razones del provecho propio y el de sus amigos, y mejor si ambos provechos coinciden. Este es el caso de Erdogan, Putin y Netanyahu. Que nadie se escandalice si deja tirados a los kurdos después de utilizarlos para combatir el Estado Islámico. Ni se sorprenda por la retención de la ayuda militar a Ucrania, para regocijo de los invasores rusos. Y menos aún, de su descarada apuesta por la anulación de cualquier derecho de los palestinos sobre su tierra y en favor del Gran Israel bíblico e irredento del sionismo fundamentalista.

El reconocimiento del derecho a la ocupación definitiva de los territorios de Cisjordania, un crimen de guerra según el derecho internacional, vulnera varias resoluciones de Naciones Unidas, muchas de ellas rubricadas por Washington. Sella definitivamente el plan de paz de Oslo, la posibilidad de dos Estados en convivencia y reconocimiento mutuo, y naturalmente el papel de árbitro de Estados Unidos en el conflicto. Responde a la renuncia a la hegemonía en la región, cada vez más en manos de Rusia. Y abre la puerta a la transformación de un conflicto territorial entre dos comunidades nacionales —una judía y otra palestina— en otro de reivindicación de los derechos civiles de los árabes que no tienen Estado alguno que les proporcione la ciudadanía.

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Tiene un efecto geopolítico adicional, como culminación del programa trumpista de destrucción del orden internacional, del derecho y del multilateralismo, con el argumento darwinista y hobbesiano de reconocer “los hechos sobre el terreno”. Rusia y China serán las principales potencias beneficiarias de la expansión de tal doctrina fáctica. La primera, por sus numerosos territorios anexionados o desgajados de Estados vecinos y adversarios: Transnistria, Crimea, Donetsk y Lugansk, Abjasia, Osetia del Sur e incluso Nagorno Karabaj. La segunda, por los arrecifes ocupados en el mar de la China Meridional y las perspectivas futuras respecto a Taiwán y Hong Kong. No son los únicos: Marruecos con el Sáhara o India con Cachemira, tienen también motivos para alegrarse.

Donald Trump ama a los vencedores y odia a los vencidos, a los parias de la tierra.

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