Columna

Intercambio de cromos

Llama la atención que ahora se entre en operaciones inimaginables hace apenas una semana

El secretario general de Cs, José Manuel Villegas, el martes en rueda de prensa. CHEMA MOYA (EFE)

Después del largo proceso electoral pasamos ahora a la fase de los pactos. Ha dejado de ser ya el momento del protagonismo de los ciudadanos para que los políticos retornen al centro del escenario. Empieza la subasta de plazas o, si se prefiere, la negociación. Madrid, en sus dos unidades de poder político, Navarra y Barcelona parecen los lugares decisivos. El resto merece menor atención, pero para los implicados, para los que se juegan aquello que los condujo a la política, la cuestión es de vida o muerte.

Comienza así una especie de guerra de posiciones entre los partidos, donde las r...

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Después del largo proceso electoral pasamos ahora a la fase de los pactos. Ha dejado de ser ya el momento del protagonismo de los ciudadanos para que los políticos retornen al centro del escenario. Empieza la subasta de plazas o, si se prefiere, la negociación. Madrid, en sus dos unidades de poder político, Navarra y Barcelona parecen los lugares decisivos. El resto merece menor atención, pero para los implicados, para los que se juegan aquello que los condujo a la política, la cuestión es de vida o muerte.

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Comienza así una especie de guerra de posiciones entre los partidos, donde las rigideces de los discursos elevados durante la precampaña se torna en un mayor pragmatismo. Los principios tan asentados antes de las elecciones parecen debilitarse ante la expectativa de los cargos. Lo sorprendente no es que se negocie, así lo han querido los ciudadanos al fragmentar el voto; lo que de verdad llama la atención es que ahora se entre en operaciones inimaginables hace apenas una semana. ¿Alguien pensaba, por ejemplo, que cupiera alguna alternativa a gobiernos de la derecha en Madrid una vez conocidos los resultados? Y, sin embargo, ahora empieza a ser viable.

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El partido más rígido durante la campaña, Ciudadanos, parece ahora el más dúctil y el más abierto a escuchar ofertas que vengan del PSOE. Para algunos será visto como una traición; otros lo celebran como una vuelta a la sensatez. Pero lo es solo a medias. Su dirección parece haber decidido la presencia de dos lógicas distintas según la escala de gobierno. Flexibilidad pactística en los ámbitos local y regional, rigidez extrema en el nacional. O sea, tocar todo el poder posible en el primero, aspirar al liderazgo del centro derecha en el segundo. Un medio distinto para cada fin.

El caso del líder de Podemos es diferente. Iglesias parece haber entrado en fase hiperactiva y de continuo postureo. El objetivo aquí es el contrario al de Cs, la íntima conexión entre los apoyos en el Congreso, que se hacen dependientes de su posible incorporación al Gobierno, y los de las escalas inferiores. Se trata de vender su derrota en las urnas como una victoria en el posterior reparto del poder. Su punto débil es que su potencial contribución para una de las batallas decisivas, el ayuntamiento de Barcelona, es irrelevante.

Si son ciertas estas nuevas veleidades de Ciudadanos, el PP y Vox aparecen como los convidados de piedra en toda esta fiesta del intercambio de cromos. Lo ocurrido en Andalucía habría sido así el verdadero MacGuffin hitchcockiano de estos últimos procesos electorales. Lo condicionó todo, pero al final resultó ser una pista falsa.

Queda por saber lo que en realidad importa, cómo acabará la gobernabilidad general del país, el último mojón de esta agotadora galopada política. Llegaremos extenuados y ya aburridos. Aunque puede que tenga razón La Rochefoucault: “el aburrimiento en exceso sirve para desaburrirnos”.

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