Análisis

El pañuelo (polémico) de Morante y el eterno dilema: las lágrimas o el sudor

El gesto, criticado por los animalistas, es un guiño a su ídolo Joselito el Gallo

Captura de pantalla de Canal Toros en la que Morante de la Puebla toca con su pañuelo la testuz del toro el 10 de mayo en la Maestranza.

El diestro Morante de la Puebla es un rendido admirador de Joselito el Gallo, el rey de los toreros, fallecido en la plaza de Talavera de la Reina el 16 de mayo de 1920. Joselito era seguidor de Curro Cúchares, afamado diestro del siglo XIX nacido en Madrid, muerto en La Habana y enterrado en la parroquia del barrio sevillano de San Bernardo, a los pies del Cristo de la Salud, imagen principal de la hermandad d...

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El diestro Morante de la Puebla es un rendido admirador de Joselito el Gallo, el rey de los toreros, fallecido en la plaza de Talavera de la Reina el 16 de mayo de 1920. Joselito era seguidor de Curro Cúchares, afamado diestro del siglo XIX nacido en Madrid, muerto en La Habana y enterrado en la parroquia del barrio sevillano de San Bernardo, a los pies del Cristo de la Salud, imagen principal de la hermandad de la que fue hermano mayor. Cúchares popularizó un desplante torero consistente en limpiar con un pañuelo la testuz de los toros antes de la suerte suprema, costumbre que adquirió Joselito. Y ahora la ha recuperado el diestro de La Puebla del Río (Sevilla).

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Hace tiempo que Morante demostró su veneración por la figura de Joselito; en su casa de La Puebla mantiene intacto el despacho que el mítico torero poseía en su finca sevillana de Pino Montano y allí firmó el pasado año su contrato para participar en la feria de San Miguel de Sevilla.

Morante es un torero antiguo nacido a finales del siglo XX; añora la tauromaquia de los años 20, quiere parecerse a Joselito, aspira a ser diferente. No le basta, al parecer, con ser un artista; es un bohemio en su corte de pelo, su vestimenta, sus andares, en un desmedido afán por parecer de otra época. Y Joselito del Gallo, quién mejor que el rey, es su referente.

El Domingo de Resurrección de 2016 pasó desapercibido para el público de la Maestranza que Morante sacó un pañuelo blanco de uno de los bolsillos de su chaquetilla y se secó el sudor de su frente, gesto habitual en su torero fetiche.

Y en el 2019, el pasado 10 de mayo, en plena Feria de Abril, ha rememorado el desplante, con cierto aire chulesco y torero a la vez, de Cúchares y Joselito, de limpiar la testuz del toro con un pañuelo blanco.

"Sádico", "perverso", "torturador", "psicópata", "hipócrita", "salvaje"… Estos son solo algunos de los epítetos más livianos que le han dedicado al torero en las redes sociales. El Partido Animalista Contra el Maltrato Animal (Pacma) con Silvia Barquero, su presidenta, al frente (sí, la señora que dijo aquello tan suave de “el eterno dilema, o tu madre o tu perro”), se ha tirado en plancha contra el torero y ha escrito: “Solo una mente retorcida y perversa sería capaz de torturar a un animal hasta que la sangre le chorree por las patas y limpiar con un pañuelito una brizna de su cara. ¡Abolición de la tauromaquia YA!"

No ha sido la única, sino una legión de antitaurinos la que ha aprovechado la anécdota para arremeter contra el torero y la fiesta de los toros. Pues, muy bien, pero el asunto, ante los ojos de cualquiera con dos dedos de frente, no deja de ser una nueva y burda manipulación de quienes utilizan cualquier ardid para atacar la tauromaquia.

¿Lágrimas del toro? ¿Pero un toro llora? Un antitaurino puede pensar que un torero es un torturador por la lidia y muerte de un toro, pero no porque saque un pañuelo y le limpie la frente al animal.

¿Acaso no le estaría limpiando el sudor tras 20 minutos de duro ejercicio físico? Pues ni las lágrimas ni el sudor. Lo único que hacía Morante (en el punto de mira de muchos desde aquel erróneo pero legítimo gesto de aparecer al volante de una furgoneta de propaganda electoral de VOX) es un guiño a su ídolo, un homenaje a una suerte añeja, a un detalle de otra época, un recuerdo al más grande torero de todas las épocas.

Por cierto, pocos se percataron del gesto en la plaza. Llamó la atención, sí, que en el vestido canela y azabache que lucía Morante asomaban dos pañuelos blancos en los bolsillos de la chaquetilla.

Ahora, tras la agria y ficticia polémica avivada con toda la intención en las redes, solo queda una reflexión: el eterno dilema, las lágrimas o el sudor; pues ninguna de las dos, sino la mala uva de quienes se niegan a respetar los legítimos gustos de los demás.

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