Columna

La democracia no hace milagros

La extrema derecha que ha llegado a las instituciones y a los gobiernos no se ha moderado, y a quienes se les arriman, se los comen electoralmente

Santiago Abascal, presidente de Vox, con un morrión, casco militar del siglo XVI que usaban los ejércitos españoles.

Ha dicho Santiago Abascal una verdad como un templo al inicio de esta campaña electoral: que Vox ya ha ganado las elecciones. Ha impuesto la agenda y ha desquiciado a PP y Ciudadanos hasta volver, en ocasiones, irreconocibles a sus líderes e indistinguibles sus discursos. Este es, de antemano, su triunfo.

Hoy sabemos ya que, por mucho que la última semana incline a los indecisos, el Parlamento que salga de las elecciones del 28 de abril será un Parlamento más fragmentado —esto no es malo necesariamente— y mucho más polarizado —esto complica los acuerdos y la convivencia—. Si las encues...

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Ha dicho Santiago Abascal una verdad como un templo al inicio de esta campaña electoral: que Vox ya ha ganado las elecciones. Ha impuesto la agenda y ha desquiciado a PP y Ciudadanos hasta volver, en ocasiones, irreconocibles a sus líderes e indistinguibles sus discursos. Este es, de antemano, su triunfo.

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Hoy sabemos ya que, por mucho que la última semana incline a los indecisos, el Parlamento que salga de las elecciones del 28 de abril será un Parlamento más fragmentado —esto no es malo necesariamente— y mucho más polarizado —esto complica los acuerdos y la convivencia—. Si las encuestas publicadas hasta esta semana aciertan, entrará en la Carrera de San Jerónimo un quinto partido —Vox— en condiciones numéricas de tutearse con, al menos, otros dos —Unidas Podemos y Ciudadanos—, y situado clara e inequívocamente en la extrema derecha. Cinco partidos de los llamados grandes, más el nacionalismo periférico, más el independentismo catalán. Y visto lo visto en los últimos años y en la campaña, pídanle consenso, amplitud de miras y amor a la patria a quienes huelan debilidad parlamentaria en el inquilino del palacio de La Moncloa.

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Salvo sorpresa mayúscula al abrirse las urnas, salvo una participación abrumadora que incline la balanza, el día 29 de abril tendremos unas Cortes divididas casi por la mitad en dos bandos, sea cual sea el reparto interno en cada uno de ellos. Y mientras en la izquierda pesa más el partido que llega electoralmente hasta el centro, en la derecha arrastra a los demás el situado en el extremo. Así que la enorme paradoja a la que podemos enfrentarnos es que los problemas que explicarían el crecimiento de Vox no tendrán arreglo, precisamente, por la presencia de Vox en las instituciones. Asuntos como la racionalización y actualización de la España de las autonomías, la financiación pública necesaria para que el Estado del bienestar —la educación, la sanidad y las pensiones— corrija la desigualdad y no la agrave, o las políticas públicas necesarias para reducir la brecha generacional, la brecha de género o la brecha campo-ciudad.

Y no, la democracia no hace milagros. La extrema derecha que ha llegado a las instituciones y a los Gobiernos occidentales no se ha moderado, y a quienes se les arriman, se los comen electoralmente. Como acaba de ocurrir en Finlandia.

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