Columna

Un Brexit moroso y cansino

Un plazo que se aplaza, y por dos veces, ya no es un plazo. El precipicio desaparece. A partir de ahora siempre será posible posponer la cita

La primera ministra británica Theresa May, el pasado miércoles en Bruselas. YVES HERMAN (REUTERS)

Un plazo que se aplaza, y por dos veces, no es un plazo. El precipicio ha desaparecido. Ya no suena el tictac de aquel reloj que marcaba la inminente hora fatídica, porque a partir de ahora siempre es posible posponer la cita. Nadie quiere el Brexit sin acuerdo. Nadie quiere despeñarse por el acantilado. Esta es la principal conclusión de la cumbre nocturna celebrada en Bruselas 48 horas antes de que sonara el reloj del 12 de abril.

El miedo está desvaneciéndose y sin miedo todo cambia: la forma de negociar sobre todo. Theresa May ha perdido muchas cosas: la autoridad entre los suyos, e...

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Un plazo que se aplaza, y por dos veces, no es un plazo. El precipicio ha desaparecido. Ya no suena el tictac de aquel reloj que marcaba la inminente hora fatídica, porque a partir de ahora siempre es posible posponer la cita. Nadie quiere el Brexit sin acuerdo. Nadie quiere despeñarse por el acantilado. Esta es la principal conclusión de la cumbre nocturna celebrada en Bruselas 48 horas antes de que sonara el reloj del 12 de abril.

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El miedo está desvaneciéndose y sin miedo todo cambia: la forma de negociar sobre todo. Theresa May ha perdido muchas cosas: la autoridad entre los suyos, el prestigio entre los europeos, y ahora su perversa baza de negociación, el arma más potente para presionar a unos y otros, que se le ha caído de las manos. Más aún cuando desde Bruselas se reconoce que la nueva fecha del Brexit aplazado, el 31 de octubre, puede ser objeto de nuevos aplazamientos.

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Queda una salvedad. Los británicos estarán obligados a organizar y participar en las elecciones al Parlamento Europeo, toda una humillación para los más arrogantes partidarios de abandonar la Unión Europea a cualquier precio. Y si no hay elecciones europeas, por la razón que sea, el 31 de mayo se producirá el Brexit súbito y sin acuerdo, pero será por decisión de Londres y por incumplimiento doloso de sus compromisos. Si queda algún residuo del miedo será el miedo que los partidarios del Brexit se dan a ellos mismos.

El tiempo, en vez de castigar, ahora estimula y apremia. Aunque desaparezcan los plazos letales, su amenaza es el desgaste. Hay que decidirse cuanto antes, para evitar las urnas europeas si se obtiene el 23 de mayo, luego para evitar que crezca el desánimo. Mejor no llegar al 31 de octubre y, menos aún, a la necesidad de mendigar un nuevo aplazamiento.<QF>

La demora erosiona aquella precaria mayoría del referéndum del Brexit: cuanto más tiempo pase sin resolución serán menos quienes sigan apoyándolo y más los que exigirán el segundo referéndum, las elecciones o directamente el despido de esta primera ministra que tan torpemente ha gestionado el divorcio.

La noche bruselense también deparó signos maléficos. La división anidó por primera vez entre los 27 en la negociación con Londres. Emmanuel Macron, abandonado por Angela Merkel, se quedó solo en sus exigencias y prevenciones ante este Brexit voluble y tóxico, que tan pronto se aleja como amenaza de nuevo. Sin miedo, la nueva amenaza es la de un Brexit empantanado, siempre demorado por nuevos aplazamientos.

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