Columna

No es una ideología, es una época

Los chalecos amarillos, como destilación del populismo, señalan que Macron no frenó la oleada sino que ha sido solo una pausa

Protestas de los 'chalecos amarillos' en París a principios de diciembre. Veronique de Viguerie (Getty Images)

La pelea por las palabras nunca ha sido inocente. Al contrario, su significado suele actuar como proyectil, cebo, señuelo e incluso presa de los combates por el poder, arma y estandarte, en definitiva. El populismo es una de ellas. Casi nadie escapa al adjetivo descalificativo, de forma que a estas alturas su devaluación es extrema.

El populismo ha sido la moneda más corriente en este año que termina. A veces con adjetivos: de derechas, de izquierdas, con el prefijo de nacional o con el añadido de fascista. Desde que surgió la idea, y sobre todo desde que se le situó bajo el microscopio...

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La pelea por las palabras nunca ha sido inocente. Al contrario, su significado suele actuar como proyectil, cebo, señuelo e incluso presa de los combates por el poder, arma y estandarte, en definitiva. El populismo es una de ellas. Casi nadie escapa al adjetivo descalificativo, de forma que a estas alturas su devaluación es extrema.

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El populismo ha sido la moneda más corriente en este año que termina. A veces con adjetivos: de derechas, de izquierdas, con el prefijo de nacional o con el añadido de fascista. Desde que surgió la idea, y sobre todo desde que se le situó bajo el microscopio de sociólogos, economistas o politólogos apenas hace un siglo, sabemos que nunca ha sido una ideología sustantiva, sino que ha acompañado a otras ideologías fuertes.

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Su último avatar, los chalecos amarillos franceses, sin líderes, sin organización y sin identidad ideológica, tienen la pureza de una destilación. Con la ironía de que se revuelven contra Emmanuel Macron, alguien que precisamente llegó a la presidencia a lomos de un corcel tan populista como es la superación de los partidos y de la división entre derecha e izquierda, aunque gracias a la osadía de su cabalgada centrista bajo una bandera europeísta y antipopulista.

Los chalecos amarillos no son los únicos que han señalado el carácter episódico de la victoria de Macron. Ahí están el doble éxito de la antipolítica en Italia, con un Gobierno de coalición de sus dos populismos, el xenófobo y el antieuropeísta; el ascenso del partido enemigo de la inmigración Alternative für Deutschland; la resonante victoria de Jair Bolsonaro en un país de tanto peso como Brasil, o la irrupción de Vox en Andalucía. Macron no fue el final de la oleada sino una pausa.

Las élites de todo tipo, no tan solo las del dinero, están en cuestión en todo el mundo. Los motivos no tan solo no faltan —las desigualdades más visibles sobre todo— sino que crecen. El populismo todo lo impregna y a todos atrae e interesa. Algunos, a derecha e izquierda, incluso lo reivindican. Puede que sean los más contemporáneos: ya que la época es así, seamos como es la época.<QF>

Nada explica mejor su fuerza que el uso de las redes sociales, tan características de nuestro tiempo. ¿También es populismo el MeToo feminista? Cuando todo es populista, nada es populista, y corresponde afinar algo más antes de utilizar la palabra como proyectil. Importa especialmente para que las palabras sirvan para entender lo que sucede en vez de contribuir a aumentar la confusión.

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