Análisis

La importancia de llamarse Macedonia

No parece gran cosa, pero lo que está en juego es poder seguir aspirando a formar parte de la comunidad occidental

Tsipras (derecha) y Zaev, en la ribera macedonia del lago Prespa. MAJA ZLATEVSKA (AFP) (AFP)

Un desfile de personalidades recorre estos días las calles de Skopjie. Desde la canciller Merkel, hasta el secretario general de la OTAN, pasando por el comisario europeo para la ampliación o el mismísimo secretario de Defensa norteamericano, además de un buen número de ministros, políticos y expertos han circulado por la capital de Macedonia para ofrecer su apoyo al primer ministro, Zoran Zaev, en su campaña por el referéndum del 30 de septiembre.

Los macedonios están encantados con tanta atención internacional, pero el motivo lo justifica. Este domingo deberán votar si están dispuesto...

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Un desfile de personalidades recorre estos días las calles de Skopjie. Desde la canciller Merkel, hasta el secretario general de la OTAN, pasando por el comisario europeo para la ampliación o el mismísimo secretario de Defensa norteamericano, además de un buen número de ministros, políticos y expertos han circulado por la capital de Macedonia para ofrecer su apoyo al primer ministro, Zoran Zaev, en su campaña por el referéndum del 30 de septiembre.

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Los macedonios están encantados con tanta atención internacional, pero el motivo lo justifica. Este domingo deberán votar si están dispuestos a cambiar el nombre de su país y apostar así por el futuro: tendrían que dejar de llamarse República de Macedonia y convertirse en la República de Macedonia del Norte. Visto desde fuera, no parece gran cosa. Pero lo que está en juego en realidad es poder seguir aspirando a formar parte de la comunidad occidental… o no.

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El posible acceso de Macedonia a la Unión Europea y a la OTAN lleva casi tres décadas bloqueado por Grecia, que consideró una afrenta que el Estado surgido de la descomposición de Yugoslavia adoptara el mismo nombre que una de sus regiones. Los primeros ministros de ambos países han alcanzado recientemente un acuerdo que podría poner fin a dicha situación, pero que debe ser consultado a la población y ratificado por dos tercios del parlamento macedonio. Y, aunque parezca mentira, no va a ser fácil.

Para los macedonios, lo que está en cuestión ahora es su identidad

En medio, un censo anticuado, la necesidad de alcanzar una participación del 50%, una gran mayoría que lo respalde, y unos complejos equilibrios étnicos. Ahí entran, además, las maniobras políticas de una oposición que dejó el Gobierno en medio de graves acusaciones de corrupción y que no quiso, o no supo, hacer nada para avanzar en este terreno. Ahora se encuentra atrapada en la paradoja de querer rechazar de plano lo propuesto por el Ejecutivo actual sin querer perjudicar el camino de su país hacia la UE y la OTAN.

Para los macedonios, lo que está en cuestión ahora es su identidad. Una identidad que llevan 30 años tratando de construir y que podría verse amenazada por lo que consideran una intromisión exterior. Según el acuerdo, el cambio de nombre debe reflejarse en la Constitución, intocable para buena parte de la ciudadanía. Una vez más, la batalla entre nacionalismo y progreso.

Pero si Macedonia pierde ahora la posibilidad de girar hacia Occidente —del que más del 80% de la población se siente parte— alguien más vendrá a ocupar ese vació. Y el candidato más plausible es… Rusia, pese a que no tiene la presencia ni la influencia en el pequeño país balcánico que sí tiene en algunos de sus vecinos.

Si para Enrique IV París bien valía una misa, ¿no merece el futuro añadirle un apellido al nombre de Macedonia?

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