Editorial

El secesionismo decide

Anteponer la propia causa al respeto a cualquier víctima se llama fanatismo

Felipe VI junto a otras autoridades en la manifestación 'No tinc por' (No tengo miedo), de 2017, contra los atentados de La Rambla y Cambrils.Massimiliano Minocri

El próximo viernes se celebrará en Barcelona un homenaje a las víctimas del atentado yihadista de Las Ramblas, al que asistirán el rey, Felipe VI, y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. La Generalitat ha confirmado que estará presente, pese a las reiteradas declaraciones en el sentido de que boicotearía los actos en los que participase el jefe del Estado. No se trata de un mero cambio de criterio del Ejecutivo catalán, sino de una prueba adicional de que la estrategia de confrontación que promueve un sector del independentismo, y que suscribe el president Torra, coloca a la Gene...

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El próximo viernes se celebrará en Barcelona un homenaje a las víctimas del atentado yihadista de Las Ramblas, al que asistirán el rey, Felipe VI, y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. La Generalitat ha confirmado que estará presente, pese a las reiteradas declaraciones en el sentido de que boicotearía los actos en los que participase el jefe del Estado. No se trata de un mero cambio de criterio del Ejecutivo catalán, sino de una prueba adicional de que la estrategia de confrontación que promueve un sector del independentismo, y que suscribe el president Torra, coloca a la Generalitat ante la evidencia de que no es una institución emanada de una metafísica nacional, ante cuyos fantasmas pasados o presentes deba rendir cuentas, sino la forma que adopta el Estado democrático y de derecho instaurado por la Constitución en el territorio de Cataluña. El jefe de ese Estado es Felipe VI, y la confrontación que busca un sector del independentismo es unilateral en el más riguroso de los sentidos: en una ocasión como esta no encontrará a nadie enfrente.

Editoriales anteriores

El independentismo que se propone utilizar el discurso de don Felipe tras los sucesos de octubre pasado como excusa para conectar emocionalmente secesionismo y republicanismo, y que con este objetivo ha convocado para el mismo día un acto alternativo ante la cárcel donde se encuentra detenido el exconseller de Interior, sigue sin asumir que carece de legitimidad para imponer su programa a una mayoría de catalanes que lo rechaza, ni tampoco sus propias responsabilidades en la situación de Cataluña. El jefe del Estado no compareció ante los ciudadanos para avalar la actuación del Gobierno de Rajoy, algo que está fuera de sus atribuciones constitucionales, sino para defender el orden democrático que había sido violentado. Lo grave no fue que los secesionistas representaran una proclamación de independencia propagandística, sino que para llegar a ella acallaran a la oposición en el Parlament, abrogaran por vías de hecho el orden constitucional y ordenaran a las fuerzas de seguridad a su mando que cerrasen los ojos, e incluso colaborasen, en perpetrar los delitos por los que sus dirigentes deberán rendir cuentas ante la justicia.

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El próximo viernes el independentismo se enfrenta de nuevo a la necesidad de definirse, debatiéndose entre aparcar de una vez por todas el unilateralismo o perseverar en una estrategia de confrontación que no es con el Estado, sino consigo mismo. Porque es el independentismo, tanto en la Generalitat como fuera de ella, quien debe decidir si participa en el homenaje a las víctimas con la dignidad que estas merecen o si por un camino o por otro persiste en convertir la conmemoración en un espectáculo con el que, como los hooligans ebrios de sus colores, solo buscan un minuto de gloria, o de ignominia. La enérgica censura política que merecería el independentismo si esta última fuera su opción importaría menos que la catadura moral que dejaría al descubierto: anteponer la propia causa política al respeto debido a cualquier víctima es la definición más exacta de la siniestra criatura que amenaza a todos. El fanatismo.

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