Jóvenes

En la Universidad de León, como en otras de la España pobre, a los universitarios les dan con el título una maleta para que emigren

Miravete de la Sierra, un pueblo de Teruel con tan solo seis habitantes. Julián Rojas

Leo en la prensa de León, donde estoy pasando unos días, que 10.732 jóvenes leoneses abandonaron la provincia en busca de empleo solo en el último año. A los barceloneses o a los madrileños la cifra no les parecerá alarmante, pero en una provincia que cuenta con 460.000 personas, de las cuales apenas la cuarta parte son jóvenes, resulta más que significativa.

La noticia añadía que solo uno de los trabajadores leoneses tiene menos de 30 años, lo que subraya la gravedad de la situación. Ya no se trata únicamente de que la España interior, de la que la provincia de León es solo un ejemplo,...

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Leo en la prensa de León, donde estoy pasando unos días, que 10.732 jóvenes leoneses abandonaron la provincia en busca de empleo solo en el último año. A los barceloneses o a los madrileños la cifra no les parecerá alarmante, pero en una provincia que cuenta con 460.000 personas, de las cuales apenas la cuarta parte son jóvenes, resulta más que significativa.

La noticia añadía que solo uno de los trabajadores leoneses tiene menos de 30 años, lo que subraya la gravedad de la situación. Ya no se trata únicamente de que la España interior, de la que la provincia de León es solo un ejemplo, pierda población a chorros, sino que la población que pierde es la más joven y preparada, puesto que la mayoría de los que se van son licenciados universitarios. En la Universidad de León, como en otras de la España pobre, a los universitarios les dan con el título una maleta para que emigren.

El fenómeno, que se repite desde hace años, amenaza con vaciar de futuro a la mitad de un país que camina en dos direcciones, una hacia delante y otra hacia atrás, pues con los jóvenes que se van se va la esperanza de recuperación de esas provincias en las que los viejos son ya mayoría, como sucede en la de León, en la que cada día que pasa se cierran nuevas escuelas, descienden los nacimientos, baja el número de bodas y aumenta el de funerales y la pirámide de población se invierte hasta el punto de que los mayores son los que sostienen la economía con sus pensiones. Y es que el problema no es que la España interior se vacíe de gente, es que la que mayoritariamente se va es la más joven.

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En la película No es país para viejos, los hermanos Coen describían un mundo, el de la frontera entre Estados Unidos y México, en el que los viejos no tenían cabida por su violencia y su peligrosidad. En la España vacía, tan de moda hoy (a nivel periodístico y literario, que políticamente sigue siendo ignorada por todos), para los que no hay lugar es para los jóvenes, que huyen de ella como de la peste dejando a los viejos solos con sus recuerdos. Y así, poco a poco, pueblos y hasta ciudades se van quedando sin niños, pues los viejos no van a procrear, en un bucle cada vez más vertiginoso cuyo final nadie quiere ver, pero está muy claro. Si los jóvenes se van se va el futuro y, con él, cualquier esperanza de recuperación. ¿A quién importará la noche que llega?, podremos decir entonces con el poeta Ángel Fierro, cuyo último libro, Super flumina, habla de ese naufragio.

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