Un Brexit imposible

La UE no quiere una salida dura ni un picoteo que estimule otros separatismos

La primera ministra británica, Theresa May, a las puertas de Downing Street.Vídeo: DANIEL LEAL-OLIVAS (AFP) / Reuters-Quality

La tensión sobre la salida de Reino Unido de la Unión Europea (UE) se ha disparado desde que el Gobierno de Theresa May publicó el día 12 su Libro Blanco en favor de un Brexit suave.

En la escena política británica, la fricción es severa, tras las sonadas dimisiones de los líderes brexiteros duros (David Davis y Boris Johnson). Y con enfrentamientos parlamentarios que evidencian la sustantiva debilidad de May, así como la dificultad de armar una alternativa.

Por parte de los Veintisiete, la cohesión negociadora se ha impuesto a algún intento aislado (del ministro del Interior ale...

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La tensión sobre la salida de Reino Unido de la Unión Europea (UE) se ha disparado desde que el Gobierno de Theresa May publicó el día 12 su Libro Blanco en favor de un Brexit suave.

En la escena política británica, la fricción es severa, tras las sonadas dimisiones de los líderes brexiteros duros (David Davis y Boris Johnson). Y con enfrentamientos parlamentarios que evidencian la sustantiva debilidad de May, así como la dificultad de armar una alternativa.

Por parte de los Veintisiete, la cohesión negociadora se ha impuesto a algún intento aislado (del ministro del Interior alemán, desautorizado) de buscar ventajismos individuales. Es una sintonía tanto más valiosa cuanto que la Unión exhibe al mismo tiempo intensas fracturas en otras áreas (inmigración, presupuestos).

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El equipo negociador no ha rechazado frontalmente el Libro Blanco, aunque sí su filosofía de segmentar las cuatro libertades comunitarias: de circulación de mercancías, servicios, personas y capitales. Evita así acarrear con el sambenito de ser él quien dificulta o imposibilita los avances.

Pero en cambio ha señalado sin ambages aquellos elementos que lo hacen de imposible aplicación, no tanto por voluntad, sino por inviabilidad práctica: Irlanda del Norte y los servicios financieros. Dos asuntos trascendentales para Londres, porque se juega en ellos la unidad soberana del reino (a cambio de la recuperación de una pseudosoberanía entregada a la UE) y la joya de la corona de su economía.

Bruselas considera con bastante razón como no factible el tipo de control (tecnológicamente está por idear) que Londres pretende imponer en la frontera del Ulster, en vez de una frontera dura, que todos dicen rechazar y que perjudicaría fundamentalmente a todos los irlandeses, del sur y del norte. Los 27, aunque con matices, prefieren a Reino Unido dentro de la Unión, pero no parcialmente adscrita al mercado interior y oblicuamente a su unión aduanera. A falta de total libertad de movimientos, una frontera permeable amenazaría con convertirse en cultivo de tráficos corruptos e ilegales y acabaría asestando un golpe irreversible al propio mercado europeo.

Antes, convendría que el Ulster no se desgajara de ese mercado, pero eso cuestiona la unidad de Reino Unido. Ambas pretensiones británicas, acceder al mercado interior, aunque solo en mercancías y productos agrícolas (no en pesca), y al tiempo no estar en él, son contradictorias e inviables. Otro tanto sucede con los servicios (no siempre desligables de las manufacturas), el 80% de la economía británica. La pretensión de Londres de cogobernar ese área mediante unas equivalencias reforzadas halla la oposición de los 27, por similares razones. Lo que conllevaría que la City sería la más perjudicada por el Brexit.

Europa no busca castigar a Reino Unido. Ni le conviene un Brexit duro. Ni un divorcio sin acuerdo, de alto perjuicio: un 1,5% de su PIB, estima el FMI. Pero sería aún peor un pacto que destruyese sus logros y su cohesión interna. Por eso no puede hacer concesiones que favorezcan el picoteo en áreas a las que pertenecer, combinado con el desecho de otras, menos apetecibles. Ni cualquier privilegio que pueda estimular a algún otro socio —de momento, ninguno— hacia la aventura separatista.

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